Jorge Edwards
La muerte de Montaigne
Mรฉxico, Tusquets, 2011, 289 pp.
Montaigne โno serรฉ el primero que lo digaโ es un autor para la madurez. Estรก bien que se cuente entre las primeras lecturas, irse familiarizando con รฉl, pero no creo que pueda empezar a comprendรฉrsele realmente sino hasta cierta edad (situรฉmosla, no tan arbitrariamente, alrededor de la mitad de la vida propuesta por el Salmista y Dante, y recordemos que el Seรฑor de la Montaรฑa tenรญa treinta y ocho aรฑos cuando decidiรณ retirarse a sus dominios y comenzรณ a planear los Ensayos). Es un autor que mรกs que lecturas (que no estรกn de mรกs, sobre todo clรกsicas, pues de lo contrario se corre el riesgo de desconcertarse a cada paso entre tanto Sรฉneca, Plutarco o Virgilio), exige sobre todo experiencia, y remito al รบltimo y acaso mรกs magistral de los Ensayos, que lleva justamente este tรญtulo. El verdadero lector de Montaigne se reconoce a sรญ mismo en sus pรกginas, advierte que no tiene entre sus manos un libro sino un espejo (lo supo ver bien Pascal, su gran adversario, cuando escribiรณ: โNo es en Montaigne, sino en mรญ, que encuentro todo lo que en รฉl veoโ).
Jorge Edwards, que ha escrito este libro sobre el autor de los Ensayos, es uno de esos lectores. A los ochenta aรฑos se encuentra en una posiciรณn inmejorable para hacer el balance de un trato y, dirรญa yo, de una amistad que ha cubierto toda una vida (pues otro rasgo del buen lector de Montaigne es sentirse su amigo, algo que no necesariamente pasa con todos los escritores que admiramos, claro estรก). Lo ha hecho en esta obra, mezcla afortunada de novela y ensayo, en la que palpita, pues estรก viva, la sabidurรญa de la Montaรฑa. Al lector que apenas conoce a Montaigne podrรก servirle de estรญmulo para adentrarse en รฉl, mientras que el viejo conocedor encontrarรก seguramente una serie de felices coincidencias (los lectores del ensayista, los que verdaderamente lo han incorporado a su ser, forman una cofradรญa, suerte de happy few, y se reconocen unos a otros, pues Montaigne, en definitiva, no es un mero escritor: es una forma de ver y estar en el mundo). La trama novelesca gira en torno a la relaciรณn del maestro con Marie de Gournay, exaltada admiradora que surgiรณ al final de su vida y a la postre editora de los Ensayos, y con Enrique III de Navarra, futuro rey de Francia; la ensayรญstica, que personalmente me ha gustado mรกs, gira alrededor de la relaciรณn personal de Edwards con Montaigne, aunque ambas estรกn lo bastante imbricadas como para separarlas.
La muerte es uno de los grandes temas de los Ensayosy evidentemente de este libro, pero hay que tener cuidado, pues no hay autor menos fรบnebre y mรกs amante de la vida que Montaigne, y si se ocupรณ tanto de ella no fue para regodearse en tรฉtricas cavilaciones y lamentos, sino para afrontarla y aceptarla. Cuando se habla de la muerte en los Ensayos, siempre se remite (automรกtica y errรณneamente) al famoso โQue filosofar es aprender a morirโ, uno de los primeros ensayos y la primera embestida al tema. Pero quien solo leyera eso se quedarรญa con una imagen muy equivocada de la actitud final del autor. Allรญ, en medio de una serie de tรณpicos del estoicismo, Montaigne urge a pensar en la muerte a cada instante, a tenerla siempre presente para que no nos tome por sorpresa; a hacer de la vida, pues, una continua reflexiรณn de la muerte. Conforme pase el tiempo se irรก alejando de esa rigidez estoica y al final se burlarรก abiertamente de ella: โPerturbamos la vida con el cuidado de la muerte y la muerte con el cuidado de la vidaโ (libro XII, capรญtulo 3). Hay que tomar conciencia de la fragilidad de la vida y de la inevitabilidad de la muerte, claro, pero una vez hecho esto, vivir con alegrรญa y gozar con todas nuestras fuerzas nuestro ser y el presente. Nada detestaba mรกs Montaigne que los caracteres profesionalmente sombrรญos: โOdio el espรญritu hosco y triste que pasa por encima de los placeres de la vida y se aferra a las desgracias, y se nutre con ellasโ (libro V, capรญtulo 3).
Jorge Edwards posee un temperamento montaรฑesco, reflexivo y jovial, ese que permite disfrutar sabiamente del vivir. Asรญ, tras una visita a la famosa torre donde se escribieron los Ensayos(peregrinaciรณn que todo devoto de la Montaรฑa deberรญa hacer por lo menos una vez en la vida), escribe: โLeer a un autor predilecto, griego, latino, italiano, francรฉs, en el encierro de estas torres dispersas en el paisaje, escribir, beber de cuando en cuando un vino de la regiรณn, eran de las cosas mejores que podรญan suceder en este mundo, en esta corta vida, en esta vida para la muerte, pero que no tenรญa por quรฉ pasarse mirando a la muerte a la cara.โ
Al tรฉrmino de la obra, Edwards confiesa: โSi pudiera adquirir el sentido natural de la muerte que adquiriรณ Montaigne en sus aรฑos finales, hasta me alegrarรญa.โ Sobra decirlo, ya lo ha hecho, pero ha adquirido algo mรกs importante que el sentido de la muerte del Seรฑor de la Montaรฑa: ha adquirido y puesto en prรกctica su sentido de la vida. Este libro es la prueba. ยฟLa muerte de Montaigne? En realidad, no: la vida, siempre la vida, de Montaigne. ~
(Xalapa, 1976) es crรญtico literario.