Los fregaderos se construyen con piezas cóncavas prefabricadas, que se compran como las llaves, tubos y conexiones para integrar la unidad. A esta pieza cóncava se le llama en México tarja. Las hay en distintas formas y tamaños: para fregaderos de cocina, para enjuagar trapeadores o lavar ropa; para lavabos empotrados en una mesa o tocador; para equipos médicos o de laboratorio.
Este uso de la palabra tarja parece un mexicanismo reciente. No lo registra el Diccionario de la Real Academia Española (2001), ni el Diccionario de mejicanismos de Francisco J. Santamaría (1974). Pero sí Juan Palomar de Miguel (Diccionario de México, 1991), Ricardo Elizondo Elizondo (Lexicón del Noreste de México, 1996) y César Macazaga (Vocabulario esencial mexicano, 1999).
Según Corominas (Diccionario crítico etimológico), la palabra está documentada en español desde 1403, para referirse al escudo redondo que un siglo después (1517) se empezó a llamar rodela. Desde 1538, tarja aparece también como el nombre de una moneda. Conviene recordar que en los escudos se pintaban las glorias del guerrero, por lo cual se llamó escudo de armas a estas representaciones; y que escudo ha sido también el nombre de una moneda, por razones obvias: la acuñación con el escudo de armas. Tarja tuvo la misma evolución: de ‘arma defensiva’ a ‘emblema’ y ‘moneda’, aunque no está claro por qué se introdujo, si ya existía escudo, ni por qué después se abandonó por rodela (en la acepción de ‘arma’).
El uso de tarja como cartulina o pieza donde se pinta un emblema o rótulo fue desplazado por el diminutivo tarjeta. (La tarjeta de visita es una especie de escudo de armas, con las glorias del portador.) Pero no completamente. Según Darío Rubio (Estudios lexicográficos. La anarquía del lenguaje en la América Española, México, 1925), “En Costa Rica, en Honduras y en Chile, TARJA es una tarjeta de visita. En México es un programa de fiestas religiosas.” (Es de suponerse que se refiere a la cartulina en el atrio que anuncia los oficios de Semana Santa, por ejemplo.) El uso de tarja como nombre de una moneda desapareció con ésta.
Tarja viene del francés targe (‘rodela’), pero se remonta al indoeuropeo dergh (‘agarrar’), que está en el origen de dracma, adarme, tarja y tarjeta, según Robert y Pastor (Diccionario etimológico indoeuropeo de la lengua española). De dergh también derivan targe (‘rodela’) y target (‘rodela usada como blanco’) en inglés, según The American Heritage dictionary of Indo-European roots.
En el siglo xvii, tarja adquirió otro significado en español: la media caña o tablita donde se hacen muescas para llevar la cuenta de lo que el cliente compra o bebe fiado, con copia (que se lleva el cliente) en la otra mitad de la caña o tablita. (Casando original y copia, salta a la vista que concuerdan: que no hay alteración.) De ahí tarjar, ‘cargar a la cuenta’.
Quizá también se ha dicho tarjar de ‘hacer muescas en un arma para llevar la cuenta de los muertos’. Además de la semejanza, puede haber una conexión entre esta práctica contable (ilustrada en las películas de vaqueros) con los conceptos de ‘cargarse a alguien’ y ‘deber una muerte’, que se remontan a la tradición de blasonar las glorias del guerrero. En apoyo de esta hipótesis, hay un paralelo. Según el Diccionario de Autoridades de la Academia (1737), Quevedo usó tarjar burlonamente, para referirse a la cuenta de los años que marcan las arrugas:
Va prestando Navidades
como quien no dice nada,
y porque no se le olviden
con las arrugas las tarja.
La primera documentación de tarja ‘registro contable’ aparece en esa misma página, dando como autoridad una frase de la novela Guzmán de Alfarache (1605). Pero Corominas hace notar que ahí no dice tarja, sino taja; y, en su opinión, el uso contable de tarja y tarjar, en vez de taja y tajar, empezó por una confusión. Las palabras se parecen, y tanto la moneda marcada con su valor como la tablita marcada con el monto fiado tienen funciones semejantes: acreditan una cantidad.
¿Cómo se pasó de estos significados de tarja (‘escudo arma’, ‘escudo emblema’, ‘escudo moneda’, ‘registro contable’) al que hoy predomina en México (‘pieza de fábrica integrada como cuenco de un fregadero’)? Cabe conjeturar otra confusión, esta vez con atarjea, un tecnicismo de la construcción hidráulica.
Atarjea sale ocasionalmente en los periódicos, pero pocos saben a qué se refiere; y los diccionarios no registran todos los significados que tiene o ha tenido. Se considera un arabismo de origen incierto. Las palabras que se han propuesto como étimos (attasyí, altayriya, tagriya, targa, targiya, tarha) se refieren a canalizaciones o depósitos de aguas, generalmente residuales.
En las ciudades, se llama atarjea a varias partes de las obras subterráneas que canalizan aguas pluviales o negras. En el campo, recibe este nombre una pequeña construcción hidráulica, no subterránea, pero sí bajo el camino que cruza una corriente de agua ocasional (que fluye nada más cuando llueve). En el cruce, suele construirse una elevación o joroba horadada para dar paso al agua. No es en realidad un puente, aunque según The most complete English-Spanish technological dictionary (México, 1937) de Joaquín Méndez Rivas, esto se llama en inglés gutter bridge y en español atarjea, alcantarilla, cuneta.
Pero se ha llamado atarjea a los más variados tipos de depósito o canalización de aguas (residuales o no, subterráneas, superficiales o elevadas). Por ejemplo: se llama La Atarjea al embalse de aguas que alimenta a la ciudad de Lima (pueden verse fotos en Google Imágenes); y Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, a mediados del siglo xvii, llamó así al acueducto de Chapultepec: Nezahualcóyotl se ocupó de “cercar el bosque de Chapultepec y traer en una atarjea el agua a la ciudad de México” (Historia de la nación chichimeca, XXI, 12, registro en línea del Corpus Diacrónico del Español de la Real Academia). Tres siglos después, Víctor José Moya (Nomenclatura de ingeniería sanitaria inglés–español, México, 1952) dice que atarjea es una de las traducciones de drain, una de las traducciones de sewer y una de las traducciones de lateral sewer. Esto último lo traduce también como ‘alcantarilla lateral’, o sea que atarjea puede referirse a los resumideros que hay en las calles para su desagüe o al caño de la casa que desemboca en el drenaje de la ciudad.
En su Vocabulario de mexicanismos (1899), Joaquín García Icazbalceta registra atarjea como “1. Conducto subterráneo de desagüe que hay en las calles, al cual van a desembocar los albañales de las casas. 2. También todo caño abierto formado de mampostería, al nivel del suelo o sobre arcos, que sirve para conducir agua. La atarjea del molino.” Media docena de diccionarios (incluso el de la Academia) han seguido a don Joaquín en el error de considerar mexicanismo la segunda acepción. Es un error fácil de comprender. El diccionario de la Academia, como todos, siempre está incompleto. Omite palabras o significados adicionales de las palabras incluidas. Cuando la omisión se descubre en México, tiende a suponerse que es un mexicanismo, aunque pertenezca al español general. Cuando se descubre en España, tiende a suponerse que pertenece al español general, aunque sea un españolismo.
Atarjea está documentado en español desde 1527, en las Ordenanzas de Sevilla, como atarxea, ataxea y atajea, según Corominas. Pero la Academia no registra atarjea sino hasta 1817: “Caja de ladrillo con que se visten las cañerías para su defensa. También se llama así al conducto o encañado por donde las aguas de la casa van al sumidero.” Al mismo tiempo, registró atajea y atajía como “Lo mismo que atarjea”. Faltaron las acepciones que aportó don Joaquín. La segunda fue incorporada en 1925 como mexicanismo; aunque luego se descubrió que también se usaba en Andalucía y Canarias, dato que se añade desde 1970. Pero no se ha tomado en cuenta la primera, quizá pensando que el significado ‘caño de la calle’ está implícito en los otros. Tampoco se ha tomado en cuenta la acepción ‘embalse o depósito de agua’ que registra Marcos A. Morínigo (Diccionario de americanismos, 2. ed., Barcelona, 1985) como “Depósito de agua para el consumo de las ciudades”, en Argentina y Perú.
Según los directorios de Teléfonos de México, hay poblados llamados Atarjea o La Atarjea en Guanajuato, Jalisco y Querétaro. Sobre el primero, dice la Enciclopedia de los municipios de México (www.e-local.gob.mx) que fue fundado por Alejo de Guzmán en la Sierra Gorda de Guanajuato en 1539, por su potencial minero. En el censo de 2000 tenía 352 habitantes. Según el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social
(www.ciesas.edu.mx/istmoweb/ciesasweb/diagnosticoestatal/guanajuato/extras/tabla02.html, Nombres de los municipios y sus significados en lenguas indígenas o en español), su nombre viene del náhuatl y quiere decir ‘Donde van a beber agua’.
Ojalá que los nahuatlatos aclaren este punto. Ni fray Alonso de Molina (Vocabulario en lengua castellana y mexicana, y mexicana y castellana, 1571) ni Rémi Siméon (Diccionario de la lengua náhuatl o mexicana, 1885) parecen apoyarlo. Además, resulta inverosímil que el lugar tuviera un nombre náhuatl cuando llegó Alejo Guzmán (y que a éste le sonara como atarjea), porque, según Peter Gerhard (Geografía histórica de la Nueva España), la región estaba entonces poblada por chichimecas. Los nahuas llegaron con los españoles.
Jorge Uzeta, que ha publicado numerosos trabajos sobre la región, me dice (23 v 06) que “el origen del topónimo es incierto” y que en los recuentos de Antonio Peñafiel (Catálogo alfabético de los nombres de lugar pertenecientes al idioma náhuatl, 1885), César Macazaga (Nombres geográficos de México, 1978) y Carlos Jaso Vega (Topónimos nahuas en la geografía de México, 1997) no aparece como nahuatlismo. Miguel León-Portilla me dice (8 VI 06) que no parece un nahuatlismo. Sería bueno saber de dónde sale, y con qué fundamento, ‘donde van a beber agua’.
Para la confusión de tarja y atarjea, sería perfecto que atarjea viniera del árabe tarha ‘depósito de agua a la salida de un canal’. Pero Corominas rechaza este origen, “porque no hay ejemplo alguno de que el h [árabe] dé j en castellano”. No sólo eso: “atarjea es arabismo, y no tiene nada que ver con este vocablo [tarja], contra lo que dijeron Diez y Schade”. Sin embargo, que lo hayan dicho es un testimonio de que la confusión es posible.
Más fuerte aún es el testimonio recogido por Beatriz Scharrer Tamm (Cambios tecnológicos en los ingenios azucareros. Siglos XVII – XVII, México, tesis UNAM, 1994), cuyo vocabulario anexo registra “TARJA O TARJEA: Conducto por donde se llevaba el agua al molino. Ver atarjea.” “ATARJEA: Canalito de mampostería, a nivel del suelo y sobre arcos, que sirve para conducir el agua. La atarjea del molino.” Esto implica que atarjea pudo simplificarse en el uso, primero como tarjea y luego como tarja.
Los fregaderos reciben agua limpia y descargan aguas residuales. Pertenecen al mundo de las atarjeas. Cuando aparecen los cuencos prefabricados y la necesidad de darles nombre, cabe suponer que el parentesco de las funciones y el parecido de las palabras sugirieron tarja. ~
(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.