Sobre “El mito de la France Résistante”, de Andrea Martínez Baracs

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Es menester decir que el espíritu generalizado de supervivencia de los franceses durante la ocupación alemana no es distinto al que se vio en muchas otras partes de Europa durante la Segunda Guerra; ni mucho menos al presenciado en otros pueblos vencidos en tiempos anteriores o posteriores. Pocos humanos buscan una muerte heroica cuando ante ellos se abre la posibilidad de conservar la vida. No resulta congruente exigir a todo un pueblo un suicidio colectivo, pues difícilmente lo veríamos en la realidad.

Así que desautorizar a los artistas franceses por lo que dejaron de hacer, se antoja un tanto rigorista. A los que lo hicieron se les recuerda con admiración pero a aquellos que prefirieron navegar hasta encontrar su salvación, no se les puede recriminar haber optado por no ser héroes.

La norma la aportan los que solo buscan sobrevivir. Los que no quieren hijos huérfanos, ni esposas viudas. La mayoría prefiere que en su mesa haya pan y no historias de inmolación que llenan oídos pero dejan estómagos hambrientos.

Es triste, pero en los mismos campos de concentración, algunos de los guardias más crueles eran los propios prisioneros judíos, a los que Viktor Frankl nombra como “Kapos”, sin olvidar a los “Mischlinge”, que fueron los soldados judíos que combatieron para Hitler.

Por otro lado, los alemanes buscaron por todos los medios evitar la destrucción de ciudades como París. Los franceses aceptaron el ofrecimiento. Conservaron tanto la mayor parte de sus ciudades como las vidas de los suyos. Pedir la renuncia a este pragmatismo funcional está bien para clases de filosofía, pero no es realista.

El gobierno francés no actuó más que en concordancia a ese sentido práctico. No todos los hombres pudieron o quisieron ser los Nizan o los Frankl. La mayoría fueron los Sartre y algunos hasta los Heidegger.

Los duros juicios hacia la Francia ocupada parecen un tanto severos. Me recuerdan mucho a los amigos que descalifican a aquellos que hace poco votaron por quien les dio trescientos pesos o una tarjeta telefónica. Ellos decidieron de acuerdo a sus necesidades primarias y nada se le puede reprochar.

En realidad, lo único que debemos rechazar por sobre todas las cosas es la guerra en cualquiera de sus formas. ~

Respuesta de  Andrea Martínez Baracs

Estimado José Luis:

Gracias por leer y comentar mi texto. Aunque estoy de acuerdo con mucho de lo que dice, sí creo que hay decisiones importantes en las vidas de los individuos y de los pueblos. Benito Juárez optó por no pactar con los invasores, aunque eran incomparablemente más aceptables que los nazis. Los reyes británicos eligieron con Churchill “sangre, sudor y lágrimas”, y permanecieron en Londres bajo los bombardeos. Esas decisiones de los gobernantes salvan a sus pueblos, los sitúan en un lugar desde el cual conservar la dignidad. A Francia la perdieron ante todo sus propios gobernantes. Son heridas que no se borran, claudicaciones que siguen deformando las opiniones, que generan cinismo. Eso creo.

Y respecto a artistas, intelectuales y funcionarios culturales, sin ofrendar sus vidas gratuitamente, sí podrían haber elegido –como hicieron algunos– conductas más dignas, aun a costa de sacrificios menores. ~

Lo saluda,

– Andrea Martínez Baracs

 

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