En años recientes, el acervo fotográfico sobre el movimiento estudiantil del 68 se ha enriquecido con varios hallazgos, donaciones y rescates importantes que nos permiten tener una visión más completa y profunda de la época, en especial, de las tortuosas relaciones entre la prensa amordazada y el poder dadivoso. La cobertura fotográfica del conflicto no solo estuvo a cargo de los periódicos, sino de varias dependencias gubernamentales, entre ellas la Secretaría de Gobernación y el Departamento del Distrito Federal, cuyos fotógrafos, por contar con la protección de la policía y el ejército, ocupaban lugares privilegiados para captar con lujo de detalle las manifestaciones y los operativos del ejército. Con esos materiales, en gran parte inéditos, y otros tomados de archivos particulares, el historiador Alberto del Castillo Troncoso acaba de publicar Ensayo sobre el movimiento estudiantil de 1968. La fotografía y la construcción de un imaginario (Instituto Mora-UNAM, 2012), una historia crítica del fotoperiodismo durante las batallas civiles previas a los juegos olímpicos. Se trata de un estudio valioso y esclarecedor, no solo por las fotografías que da a conocer, sino por la reconstrucción de las circunstancias en que fueron tomadas, en la que muchas veces participan los propios fotógrafos entrevistados por Del Castillo. Al examinar las irradiaciones políticas y sociales de las imágenes periodísticas, el autor no se limita a contextualizarlas: explora también el significado que han adquirido con el paso del tiempo, en un ensayo interpretativo que aquilata con justicia su valor testimonial y artístico.
Gustavo Díaz Ordaz sabía que el pueblo se mofaba de su fealdad pero no toleraba bromas al respecto, ni siquiera cuando eran accidentales. Del Castillo cuenta que, en 1966, el Diario de México publicó por error dos fotos con los pies invertidos. Debajo de la primera, que mostraba al presidente en una convención con propietarios de gasolineras, el duende de la redacción escribió: “Se enriquece el zoológico. En la presente gráfica aparecen algunos de los nuevos ejemplares adquiridos por las autoridades para divertimento de los capitalinos.” Pese a las disculpas del director del diario, Federico Bracamontes, Díaz Ordaz nunca creyó que el periódico hubiera cometido un error, y a los pocos días lo sacó de la circulación. En la iconografía del 68, el mandril ascendió a gorila y ese agravio a la investidura presidencial, ampliamente documentado en los archivos fotográficos del gobierno que ahora conocemos, atizó la cólera del primate, que paradójicamente, se asemejaba más a su caricatura con cada acto de brutalidad. Del Castillo documenta en abundancia los crímenes de Estado cometidos en el Politécnico y en Tlatelolco, con fotos que en su momento no publicaron los diarios, pero más que en las escenas sangrientas, la raíz profunda del conflicto queda expuesta en fotos menos escabrosas, como la que muestra a Guadalupe Díaz Ordaz, la hija del presidente, besando la mano de su padre en una reunión familiar. Como bien argumenta el autor, la sumisión al padre adusto y severo, heredada de los pueblos prehispánicos, era justamente una de las instituciones que el movimiento estudiantil quiso demoler. La imagen de una aguerrida estudiante rubia lanzando su tacón contra un tanque en el zócalo es el perfecto contrapunto a esa muestra de vasallaje.
Apoyado en las investigaciones de Jacinto Rodríguez Munguía, que al examinar los archivos desclasificados de la antigua Dirección Federal de Seguridad identificó a Luis Echeverría y Mario Moya Palencia como autores de la columna “Granero político”, publicada en el diario La Prensa (véase 1968: Todos los culpables, Debate, 2008), Alberto del Castillo establece un convincente paralelismo entre las amenazas, las acusaciones y las calumnias contra el movimiento vertidas en esa columna, y los lineamientos editoriales de los diarios, que al inicio del movimiento publicaron muchas fotos de las manifestaciones, principalmente en La Prensa y El Heraldo, pero conforme se endurecía la represión, perdieron el olfato periodístico y prefirieron guardar en los archivos sus mejores materiales gráficos. La única excepción a esta tendencia fue el Excélsior de Julio Scherer, que el 3 de octubre del 68 publicó en primera plana la foto de un estudiante sometido a culatazos por un soldado (foto que dio la vuelta al mundo) y otra, en páginas interiores, de un melenudo a quien los soldados trasquilaron con el filo de sus bayonetas.
El regreso del PRI a Los Pinos confiere a este libro una preocupante vigencia, pues Peña Nieto ya exhibió una tenebrosa proclividad a aplastar las protestas civiles en la salvaje embestida contra los comuneros de Atenco. ¿Será el heredero fotogénico del viejo mandril? ~
(ciudad de México, 1959) es narrador y ensayista. Alfaguara acaba de publicar su novela más reciente, El vendedor de silencio.