Ilustración: Raúl Arias

Camus ante su tiempo

Poco antes de su muerte, Camus decidió reeditar un libro de ensayos que había publicado en su juventud y mantenido oculto desde entonces. Este gesto permite releer sus últimas obras a partir de su biografía y un reducido grupo de personajes recurrentes.
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En un cuaderno fechado entre enero de 1942 y septiembre de 1945, Albert Camus advierte en un breve apunte una diferencia raramente subrayada entre los filósofos de la Antigüedad y los que les siguieron. Aquellos, escribe Camus, “reflexionaban mucho más de lo que leían”, en tanto que los filósofos que les siguieron, hasta llegar a sus contemporáneos, “leen más de lo que reflexionan”. Camus encuentra la causa de esta inversión entre reflexión y lectura, entre indagación originaria y adquisición del saber acumulado, en la aparición de la imprenta. Los filósofos que se deciden a reflexionar cara a cara con el universo, como hacían los de la Antigüedad, encuentran a su disposición, gracias a la imprenta, el catálogo de los resultados de la aventura semejante que otros emprendieron antes que ellos. Desentenderse de ese catálogo exigiría a los filósofos sofocar la curiosidad que los impulsa a reflexionar cara a cara con el universo; no desentenderse, en cambio, les obligaría a sustituir la reflexión cara a cara con el universo por el conocimiento del saber adquirido. En el apunte Camus no se propone defender una u otra alternativa, ni tampoco hallar un eventual punto de equilibrio entre ambas. Lo que sí parece preocuparle son las consecuencias para la filosofía de la inversión entre reflexión y lectura, entre indagación originaria y adquisición del saber acumulado.

Refiriéndose a los filósofos de la Antigüedad, observa que en la preferencia por la reflexión antes que por la lectura se encuentra la razón por la que se “aferraban tan estrechamente a lo concreto”. El argumento es tal vez más significativo considerándolo en contrapunto, puesto que revela la posición de Camus sobre los filósofos que siguieron a los de la Antigüedad y sobre el género de conocimiento que elaboraron. Al destacar que los filósofos de la Antigüedad se “aferraban tan estrechamente a lo concreto”, Camus sugiere que, en su tiempo, lo concreto se ha difuminado en la preferencia de los filósofos por la lectura antes que por la reflexión. “No tenemos filosofías –concluye Camus–, sino tan solo comentarios”, y, como si él mismo se reconociera atrapado en la disyuntiva, cree necesario citar en su apoyo a Étienne Gilson, miembro del Collège de France, quien estimaba que “a la edad de los filósofos que se ocupaban de la filosofía le sucedió la edad de los profesores de filosofía que se ocupaban de los filósofos”. Reconocer que los filósofos de la Antigüedad formularon interrogantes que siguen vigentes y buscar a través de la lectura las repuestas que avanzaron, obedece, según Camus, a una actitud de modestia. Pero obedece también al reconocimiento de una impotencia que, llevada al extremo, conduce al abandono de la reflexión, de toda reflexión. Un libro de filosofía que declarase la intención del autor de comenzar por el principio “se expondría a la sonrisa”. De igual manera, continúa Camus, “no se tomaría en serio un libro de filosofía que no se apoyara en autoridades, citas, comentarios”. Lacónicamente concluye: “y sin embargo…”

Camus no es el único en expresar su insatisfacción ante la inversión operada en la filosofía entre reflexión y lectura, entre indagación originaria y adquisición del saber acumulado. En 1932, alrededor de una década antes de que Camus redactara el apunte finalmente incluido en el segundo volumen de Carnets, Paul Nizan había publicado con el título de Los perros guardianes una airada despedida personal de la filosofía. Las razones que aduce Nizan, estudiante de la École Normale Supérieure y compañero de Jean-Paul Sartre en las aulas de la Rue d’Ulm, no están lejos de las que señala Camus: ambos recelan de la pérdida de atención de la filosofía hacia “lo concreto”. Se distancian, sin embargo, en el hecho de que si Camus lamenta esa pérdida es porque desea que la filosofía vuelva a reflexionar cara a cara con el universo, vuelva a comenzar por el principio, mientras que Nizan, por su parte, no busca tanto un retorno a la indagación originaria cuanto una atención preferente a los problemas más inmediatos. En Los perros guardianes, Nizan denuncia que los filósofos se hayan extraviado en la logomaquia del ananké, el cogito y el noúmeno mientras evitan pronunciarse “sobre la guerra, el colonialismo, la racionalización de las fábricas, el amor, las diferentes formas de morir, el paro, la política, el suicidio, las medidas de orden público, el aborto”. Nizan no espera que la filosofía vuelva sobre sus pasos, que deshaga la inversión entre reflexión y lectura, entre indagación originaria y adquisición del saber acumulado; lo que le reclama es que utilice el saber acumulado, que utilice la lectura, para pronunciarse “sobre todos los asuntos que preocupan verdaderamente al mundo”.

Para Nizan, el concepto de “lo concreto” al que, según Camus, se “aferraban tan estrechamente” los filósofos de la Antigüedad se corresponde con esos “asuntos que preocupan verdaderamente al mundo”, y se presenta bajo el signo de la urgencia. Para Camus, en cambio, “lo concreto” remite a los grandes interrogantes, a los interrogantes fundamentales, y se presenta, entonces, bajo el signo de la permanencia, incluso de la eternidad. Al colocar la filosofía bajo el signo de la urgencia, Nizan se arroja a una tumultuosa corriente que conduce al abandono de la filosofía en favor de la acción: por más respuestas que la filosofía pueda ofrecer a los “asuntos que preocupan verdaderamente al mundo”, si esas respuestas no sirven para fundamentar la acción y no van seguidas de ella se condenan a la irrelevancia. La opción de Camus al interpretar “lo concreto” bajo el signo de la permanencia, incluso de la eternidad, lleva, por su parte, a un dilema de naturaleza diferente. Los filósofos pueden asumir el riesgo del adanismo al enfrentarse cara a cara con los grandes interrogantes, con los interrogantes fundamentales, según hacían los de la Antigüedad con el universo, o pueden, por el contrario, conformarse con desbrozar la exégesis sobre esos grandes interrogantes, sobre esos interrogantes fundamentales, destilada a lo largo de los siglos. En ninguna de ambas direcciones la acción es una alternativa a la filosofía, sino un problema filosófico.

 
Camus ante su tiempo 2

 

Raúl Arias

Poco antes del accidente de automóvil que acabaría con su vida en enero de 1960, un Camus definitivamente alejado del medio intelectual en el que había vivido desde su llegada a París escribió el prólogo para una nueva edición de Las islas, el libro de Jean Grenier que, según su propia confesión, le proporcionó el impulso definitivo hacia la escritura. Grenier, filósofo de formación y profesor en el liceo de Argel donde estudió Camus, se desenvuelve en un género híbrido, a medio camino entre el ensayo, la confesión y la crónica de viajes, que no solo influiría en obras como El revés y el derecho, Nupcias y El verano, sino que señaló una salida provisional a la alternativa entre reflexión y lectura, entre indagación originaria y adquisición del saber acumulado. Camus compara el efecto que Las islas provocó entre los estudiantes del liceo de Argel donde Grenier impartía clases con el de Los alimentos terrenales, de André Gide, sobre una generación entera de franceses. El motivo inmediato era que Grenier ofrecía una prueba fehaciente de que la realidad cotidiana en la que vivían sus estudiantes argelinos –“el mar, la luz, los rostros”, escribirá Camus– podía ser materia literaria. El segundo motivo era que, siempre de acuerdo con las palabras de Camus en el prólogo para la nueva edición de Las islas, que no llegó a ver impreso, las “apariencias eran hermosas pero debían perecer”. En esta observación evocada sin énfasis Camus descubre, pese a su aparente trivialidad, “un tema enorme de todas las edades”; es decir, descubre uno de los grandes interrogantes, uno de los interrogantes fundamentales, a los que los filósofos podían enfrentarse cara a cara, como los de la Antigüedad con el universo.

La deuda de El revés y el derecho con Las islas es diáfana, y Camus no deja de reconocerla. El revés y el derecho aparece en Argel en 1937 y Camus renuncia a reeditarlo hasta 1958, una vez que ha estallado la polémica con Francis Jeanson y Jean-Paul Sartre sobre El hombre rebelde, y su reputación como intelectual atraviesa horas bajas. La razón por la que Camus mantiene casi en secreto la existencia de esta colección de ensayos entre los que se cuentan algunos de sus textos más hermosos, y también la razón por la que acepta finalmente reeditarlos, parece más profunda que la simple incomodidad estilística o literaria con una obra de juventud. Si hubiera sido eso, simple incomodidad estilística o literaria, no se comprendería por qué Camus, que ha mantenido casi en secreto esta colección de ensayos durante dos décadas, se decide finalmente a reeditarla cuando sus libros más conocidos, los libros que le valieron la concesión del premio Nobel, están siendo sometidos a una injusta reconsideración a causa de las tesis que defiende en El hombre rebelde. Sintiéndose acusado de haber traicionado sus orígenes tras alcanzar el éxito como escritor –Jeanson y Sartre destacan su condición de burgués para explicar la crítica de El hombre rebelde a la idea de revolución y de la moral revolucionaria–, Camus decidió mostrar la extrema miseria en la que había vivido durante su infancia, sobreponiéndose al pudor del que dejaron numerosos testimonios sus maestros y amigos, y liberándose de pronto, como él mismo explicaría en El primer hombre, de la vergüenza y de la vergüenza de haber sentido vergüenza.

Este desenlace desgarrador e inesperado de la controversia sobre El hombre rebelde, este desenlace que se resolvió en un plano íntimo además de en el plano filosófico, pudo sin duda transformarse en uno de los estímulos para la redacción de la que sería su deslumbrante obra póstuma, hallada entre los restos del Facel-Vega que conducía Michel Gallimard en el momento del accidente. También en la repentina determinación de reeditar El revés y el derecho. En el prólogo escrito para la ocasión Camus reconoce de nuevo su deuda con Jean Grenier, de quien se declara “aprendiz” y a quien el volumen seguía estando dedicado, como en la edición de Argel. Habla además de la “fuente única” que el artista guarda “en el fondo de sí mismo” y que alimenta, dice Camus, “lo que es y lo que dice” a lo largo de su vida. Para Camus, esa fuente procede en su caso del “mundo de pobreza y de luz” que refleja El revés y el derecho y es ahí, en ese “mundo de pobreza y de luz” finalmente revelado, donde se encuentran “las dos o tres imágenes simples y grandes sobre las que el corazón se abre por primera vez”.

La importancia que Camus concede a esta obra de juventud, primero manteniéndola casi en secreto y considerándola después, cuando finalmente accede a reeditarla, como testimonio de la “fuente única” de su tarea como escritor, contrasta con el hecho de que la siguiente colección de ensayos, Nupcias, aborde asuntos concomitantes con los de El revés y el derecho y, además, desde una perseverante continuidad estilística, sin que Camus muestre hacia ella tanta reserva. Con los textos recogidos en El verano sucede otro tanto, pese a que su redacción se prolonga desde 1939 hasta 1953, fecha de “El mar, aún más cerca”, diario de una travesía marítima a Brasil al que, en el momento de publicarlo, añade una breve introducción tan significativa como el prólogo a El revés y el derecho con respecto a los efectos en el plano íntimo de la polémica con Sartre. “Crecí en el mar –escribe Camus en la breve introducción de 1954 a “El mar, aún más cerca”– y la pobreza me resultó fastuosa. Después perdí el mar y todos los lujos me parecieron grises, y la miseria, intolerable.” La única diferencia entre Nupcias y El verano, por un lado, y El revés y el derecho, por el otro, es que la carga autobiográfica presente en todos ellos es, por así decir, más íntima en este último volumen. Después de la publicación del manuscrito inacabado de El primer hombre en 1994, y de la monumental monografía de Olivier Todd titulada Albert Camus. Una vida, aparecida dos años más tarde, no resulta difícil identificar en las páginas de El revés y el derecho el personaje de la madre viuda y de la abuela tiránica, del padre muerto en el campo de honor y del episodio en el que vomita tras asistir a una ejecución pública, de los árabes que asaltan a una mujer desamparada y que huyen sin lograr sus oscuros propósitos. En definitiva, no resulta difícil identificar el entorno familiar del que Camus confesaría haber sentido vergüenza y vergüenza por haberla sentido, y que entre 1937 y 1958, entre la publicación de su primer libro y la reedición, había intentado mantener a salvo de miradas ajenas mediante un extrañamiento, mediante una lejanía hermética y al mismo tiempo transparente como la de Mersault hacia el mundo.

El peso de la autobiografía en los ensayos de Camus más tributarios del género híbrido al que Grenier recurre en Las islas, como también en Inspirations meditérranéennes o en Sur la mort d’un chien, ha podido desdibujar en ocasiones su sentido. Camus no se propone con El revés y el derecho, Nupcias y El verano dar cuenta de su vida y de su entorno, sino que se vale de su vida y de su entorno para adoptar la salida provisional a la alternativa entre reflexión y lectura, entre indagación originaria y adquisición del saber acumulado, que Grenier había apuntado en Las islas y que produjo entre sus estudiantes de Argel el mismo efecto que Los alimentos terrenales en una generación entera de franceses. Es ocultándolos detrás de su vida y de su entorno como Camus aborda los grandes interrogantes, los interrogantes fundamentales, asociados a “lo concreto”. La vida y el entorno de Camus forman parte de la estrategia, casi cabría decir de la coartada, de la que se vale para escribir un libro de filosofía que comience por el principio sin exponerse a la sonrisa, un libro de filosofía que no se apoye en “autoridades, citas, comentarios” y que, sin embargo, haya que tomar en serio. La estrategia, la coartada literaria de la que se sirve, y que da lugar a unos textos de singular belleza y profundidad, parece alejarlos de un texto más inequívocamente teórico como El mito de Sísifo. En realidad, El mito de Sísifo va más lejos pero en la misma dirección. “No existe más que un problema filosófico verdaderamente serio –escribe Camus con rotundidad en la primera página-: es el suicidio.” De acuerdo con el apunte recogido en el segundo volumen de Carnets, ese era el punto que deseaba alcanzar Camus, ese era el libro de filosofía que aspiraba a escribir y al que se había ido aproximando en las tres colecciones de ensayos escritas bajo la inspiración de Grenier.

El mito de Sísifo, publicado en 1942, constituyó un éxito incontestable al mismo tiempo que dio lugar a un equívoco contra el que Camus advirtió en reiteradas ocasiones. Pese a la interpretación mayoritaria de críticos y lectores, Camus no escribió El mito de Sísifo, como tampoco El extranjero, en la estela del existencialismo ni con la pretensión de contribuir a él. Sartre publicó en 1942 una crítica sumamente elogiosa de El extranjero, tal vez sin conocer la reseña poco favorable de La náusea que, por su parte, había firmado Camus en la prensa argelina antes de trasladarse a París. La aparición de El ser y la nada al año siguiente de que lo hiciera El mito de Sísifo, recreando, al igual que las respectivas novelas, una atmósfera intelectual en la que el absurdo y la nada parecían dos nombres diferentes para la dramática realidad que vivía Europa en plena guerra mundial, consolidó el equívoco que hacía de Camus un existencialista. Durante los años en los que se mantuvo, las relaciones con Sartre y el círculo de Les Temps modernes fueron de camaradería no exenta de recelos. Los recelos se convirtieron, sin embargo, en abierta hostilidad cuando, al aparecer El hombre rebelde en 1951, quedó meridianamente al descubierto que Sartre y Camus no compartían la misma tradición intelectual, pero, sobre todo, no compartían la misma actitud filosófica respecto a la inversión entre reflexión y lectura, entre indagación originaria y adquisición del saber acumulado.

El hombre rebelde coincide con El revés y el derecho en un detalle en apariencia marginal: ambos libros están dedicados a Jean Grenier. En el caso de El revés y el derecho, según escribe Camus en el prólogo a Las islas, se trata de un reconocimiento expreso a la influencia de Grenier en el desarrollo de su vocación de escritor. En el caso de El hombre rebelde, la razón de la dedicatoria podría no ser únicamente intelectual sino también biográfica. Cuando, viviendo aún en Argelia, Camus se propone ingresar en el Partido Comunista, Grenier es una de las personas con las que consulta la decisión. La iniciativa nada tiene de extraño conociendo la extrema confianza personal que había terminado uniendo al profesor con su antiguo alumno. Se vuelve más enigmática, incluso más incomprensible, si se toma en consideración que, en 1938, Grenier publicaría Essai sur l’esprit d’orthodoxie, un texto tan penetrante como injustamente olvidado donde se desarrollan los rasgos del humanismo con el que hoy se asocia a Camus, en abierta contraposición a los totalitarismos y donde se extiende en una crítica frontal al marxismo. Grenier no se opone o, al menos, no desaconseja a Camus que se afilie al Partido Comunista, y Camus se afilia. Su militancia será intensa pero breve, desengañado de la obtusa obediencia que le exige la dirección argelina en cuestiones con las que está en completo desacuerdo. Al dedicar a Jean Grenier El hombre rebelde puede que Camus quisiera rendir tributo al Essai sur l’esprit d’ortodhoxie, como había hecho con Las islas en El revés y el derecho. Pero puede que, además, estuviera evocando la iniciativa de consultar con Grenier la decisión juvenil de afiliarse en el Partido Comunista. Dedicar El hombre rebelde a Jean Grenier era tanto como decirle que al cabo de los años, y después de un largo rodeo, volvía a reconocer su magisterio.

El consejo editorial de Les Temps modernes encargó a Francis Jeanson la crítica de El hombre rebelde. Jeanson redacta un texto severo, brutal en ocasiones, tras el que Camus cree adivinar la influencia de Sartre. Por esta razón es a él, a Sartre, a quien dirige la respuesta. Sartre sale entonces a la palestra y lo hace con un texto sin contemplaciones, en el que acusa a Camus de burgués, de no estar dispuesto a padecer las consecuencias de la historia, de autoproclamarse fiscal de la república de las almas nobles. Es probable que la obra de Camus posterior a la polémica con Sartre no se entienda sin el dolor que le produjeron cada una de estas acusaciones, repentinamente transformado en un estímulo creador. Para desmentir que fuera un burgués y, por tanto, para negar que hubiera traicionado unos orígenes que hasta entonces había mantenido pudorosamente en secreto, acepta reeditar El revés y el derecho y comienza la redacción de El primer hombre, donde da cuenta de la miseria en la que vivió durante su infancia. Para desmentir que no estuviera dispuesto a asumir las consecuencias de la historia, incluye en El primer hombre la escena en la que visita la tumba de su padre y reconoce en su temprana muerte el trágico tributo que a la historia pagan los seres más humildes. Para desmentir que se hubiera autoproclamado fiscal de la república de las almas nobles, crea en Jean-Baptiste Clamence, de La caída, la figura del juez-penitente que expone sus miserias y que si juzga es porque acepta ser juzgado.

La acusación de Sartre para la que, sin embargo, Camus no llega a formular una respuesta es aquella en la que queda al descubierto que, además de no compartir la misma tradición intelectual, no compartían tampoco la misma actitud filosófica. Con la arrogante suficiencia del normalien que ha destacado en las aulas de la Rue d’Ulm, Sartre se ensaña con las insuficiencias de la formación filosófica de Camus. Cree colocarlo en su sitio al reprocharle que no haya comprendido a Hegel cuando, en realidad, es el propio Sartre quien se ha colocado en el suyo. A diferencia de Camus, y al menos para obtener la victoria en la polémica sobre El hombre rebelde, Sartre no apuesta abiertamente por el filósofo que reflexiona cara a cara con el universo, no se inclina abiertamente por la indagación originaria en lugar de por la adquisición del saber acumulado, no prefiere la reflexión a la lectura. Lo que no hizo con El mito de Sísifo lo hace ahora con El hombre rebelde: sonreír ante un libro de filosofía en el que el autor exponía su propósito de comenzar por el principio, dejar de tomárselo en serio porque no se apoyaba en “autoridades, citas, comentarios”. Al morir Camus en enero de 1960, Sartre publica una necrológica sentida y generosa, en la que describe a su antiguo amigo como un moralista. Apenas dos meses después, en marzo, escribirá otro texto en homenaje de otro camarada muerto: Paul Nizan. Lo describe como “el hombre que dijo no hasta el final”. Ese no fue el que condujo a Paul Nizan a considerar la acción como alternativa a la filosofía, despidiéndose de ella. En El hombre rebelde Camus también había dicho no, haciendo de la acción un problema filosófico y enfrentándose a él, en efecto, como un moralista que desea responder a los grandes interrogantes, a los interrogantes fundamentales, comenzando por el principio. Sartre, por su parte, quedaría como un náufrago al que acabaron tragando las olas entre uno y otro no. ~

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