¿Y por quรฉ, si a fin de cuentas la criatura resultรณ tan miserable –en lo que hace al tamaรฑo, entendรกmonos–, ella proferรญa semejantes alaridos, arrancรกndose los pelos a manotazos y abalanzando ferozmente las nalgas contra el atigrado colchรณn? Arremetรญa, descansaba; abrรญa las piernas y la raya vaginal se le dilataba en cรญrculo permitiendo ver la afloraciรณn de un huevo bastante puntiagudo, que era la cabeza del chico. Despuรฉs de cada pujo parecรญa que la cabeza iba a salir: amenazaba, pero no salรญa; volvรญase en rรกpido retroceso de fusil, lo cual para la parturienta significaba la renovaciรณn centuplicada de todo su dolor. Entonces, El Loco Rodrรญguez, desnudo, con el lรกtigo que daba pavor arrollado a la cintura –El Loco Rodrรญguez, padre del engendro remolรณn, aclaremos–, plantaba sus codos en el vientre de la mujer y hacรญa fuerza y mรกs fuerza. Sin embargo, Carla Greta Terรณn no parรญa. Y era evidente que cada vez que el engendro practicaba su รกgil retroceso, laceraba –en fin– la dulce entraรฑa maternal, la dulce tripa que lo contenรญa, que no lo podรญa vomitar.
Se producรญa una nueva laceraciรณn en su baรบl ventral e instantรกneamente Carla Greta Terรณn dejaba escapar un grito horrible que hacรญa rechinar los flejes de la cama. El Loco Rodrรญguez aprovechaba la oportunidad para machacarle la boca con un puรฑo de hierro. Asรญ, reventรกbale los labios, quebrรกbale los dientes; estos, perlados de sangre, yacรญan en gran nรบmero alrededor de la cabecera del lecho. Preso de la ira, al Loco se le combaban los bรญceps, y sus ya de por sรญ enormes testรญculos agigantรกbanse aun mรกs. Las venas del cuello, tambiรฉn, se le hinchaban y retorcรญan: parecรญan raรญces de aรฑosos รกrboles; un sudor espeso le baรฑaba las espaldas; las uรฑas de los pies le sangraban de tanto querer hincarse en las baldosas del piso. Todo su cuerpo magnรญfico brillaba, empapado. Un brillo de fraude y neรณn.
[…]
Vino otro pujo. El Loco le bordรณ el cuerpo a trallazos (y dale dale dale). Le pegรณ tambiรฉn latigazos en los ojos como se estila con los caballos maรฑeros. El huevo bastante puntiagudo, entonces, aflorรณ un poco mรกs, estuvo a punto de pasar a la emergencia definitiva y total. Pero no. Retrocediรณ, รกgil, lacerante, antihigiรฉnico. Desesperadamente El Loco se le subiรณ encima a la Carla Greta Terรณn. Vimos cรณmo รฉl se sobaba el pito sin disimulo, asumiendo su acto ante los otros. El pito se fue irguiendo con lentitud; su parte inferior se puso tensa, dura, maciza, hasta cobrar la exacta forma del asta de un buey. Y arrasando entrรณ en la sangrante vagina. Carla Greta Terรณn relinchรณ una vez mรกs: quizรกs pretendรญa desgarrarnos. Empero, ya no tenรญa escapatoria, ni la mรกs mรญnima posibilidad de escapatoria: El Loco ya la cogรญa a su manera, corcoveando encima de ella, clavรกndole las espuelas y sin perderse la ocasiรณn de estrellarle el crรกneo contra el acerado respaldar.
“Pronto, ya, ¡quiero!”, musitรณ Alcira Fafรณ, a mi lado. Yo me cubrรญ con las sรกbanas hasta la cabeza y me fui retirando, reptando, hacia los pies de nuestro camastro. Una vez allรญ aspirรฉ hondamente el olor de nuestros cuerpos, que nunca lavamos. “Las fuerzas de la naturaleza se han desencadenado”, dije, y me zambullรญ de cabeza en la concheta cascajienta de Alcira Fafรณ. Sebastiรกn –digรกmoslo–, mi aliado y compaรฑero, el entraรฑable Sebas, apareciรณ en escena: “¡Viva el Plan de Lucha!”, cacareรณ, desde su rincรณn. Yo iba a contestarle, estimulรกndolo, mas no pude: El Loco Rodrรญguez, que ya habรญa concluido su faena con la Carla Greta Terรณn, comenzรณ a hacerme objeto –y no ojete, como dice Sebas– de una aguda penetraciรณn anal, de un rotundo vejamen sexual. Con todo, peor suerte tuvo mi pobre amigo, cuyos ojos agรณnicos brillaban, intermitentes, en el solitario rincรณn que le habรญamos asignado, rincรณn donde yacรญa –todo el tiempo– entre trapos viejos y combativos periรณdicos que en su oportunidad abogaron por el Terror. (Como nunca le dรกbamos de comer parecรญa, el entraรฑable Sebas, un enfermo de anemia perniciosa, una geografรญa del hambre, un judรญo de campo de concentraciรณn –si es que alguna vez existieron los campos de concentraciรณn–, un miserable y ventrudo infante tucumano, famรฉlico pero barrigรณn.)
[…]
Entonces apareciรณ mi mujer. Con nuestra hija entre los brazos, recubierta por ese aire tan suyo de engaรฑosa juventud, emergรญa, lumรญnica y casi pura, contra el fondo del fiord.
Los buques navegaban lentamente, mugiendo, desde el rรญo hacia el mar. La niebla esfumaba las siluetas de los estibadores; pero hasta nosotros llegaba, desde el pequeรฑo puerto, el bordoneo de innumerables guitarras, el fino cantar de las rubias lavanderas. Una galerรญa de retratos de poetas ingleses de fines del siglo XVIII brillรณ, intensamente, durante un segundo, en la oscuridad. Pero no se acabรณ lo que se daba. Continuรณ bajo otras formas, encadenรกndose eslabรณn por eslabรณn. […] Ella transportaba en la mano derecha sus pies aserrados. Y me los ofrendaba a mรญ, a mรญ, que solo me atrevรญa a mirarlos de reojo. Que no podรญa aceptarlos ni escupir sobre ellos. Que ahora miraba nuevamente hacia el fiord y veรญa, allรก, sobre las tranquilas aguas, tranquilas y oscuras, estallar pequeรฑos soles crepusculares entre nubes de gases, unos tras otros. Y hoces, ademรกs, desligadas eterna o momentรกneamente de sus respectivos martillos, y fragmentos de burdas esvรกsticas de alquitrรกn: Dios Patria Hogar; y una sonora muchedumbre –en ella yo podรญa distinguir con absoluto rigor el rostro de cada uno de nosotros– penetrando con banderas en la ortopรฉdica sonrisa del Viejo Perรณn. No sabemos bien quรฉ ocurriรณ despuรฉs de Huerta Grande. Ocurriรณ. Vacรญo y punto nodal de todas las fuerzas contrarias en tensiรณn. Ocurriรณ. La acciรณn –romper– debe continuar. Y solo engendrarรก acciรณn. Mi mujer me ofrece sus pies, que manan sangre, y yo los miro. Me pregunto si yo figuro en el gran libro de los verdugos y ella en el de las vรญctimas. O si es al revรฉs. O si los dos estamos inscritos en ambos libros. Verdugos y verdugueados. No importa en definitiva: estos son problemas para el lรบcido, para el crรญtico Sebastiรกn: รฉl sabrรก prenderse con su hocico de comadreja a cualquier agujero que destile humanidad. No le damos ni le daremos de comer. Ni de coger. Jamรกs. Atilio Tancredo Vacรกn ya gatea. Chupa de la teta de su madre una telaraรฑa que no lo nutre, seca ideologรญa. El Loco me mira mirรกndome degradรกndome a vรญctima suya: entonces, ya lo estoy jodiendo. Paso a ser su verdugo. Pero no se acabรณ ni se acabarรก lo que se daba.
[…]
La izquierda se posรณ sobre la derecha; luego, la derecha sobre la izquierda. Tomaron una flor artificial del centro de mesa y la estrujaron. Los pรฉtalos me golpearon en plena cara. Ella se fue, caminando de rodillas.
Las inscripciones luminosas arrojaban esporรกdica luz sobre nuestros rostros. “No Seremos Nunca Carne Bolchevique Dios Patria Hogar.” “Dos, Tres Vietnam.” “Perรณn Es Revoluciรณn.” “Solidaridad Activa Con Las Guerrillas.” “Por Un Ampliofrente Propaz.” Alcira Fafรณ fumaba el clรกsico cigarrillo de sobremesa y disfrutaba. Hacรญa coincidir sus bocanadas de humo con los huecos de las letras, que eran de mil colores. Me lo agarrรณ al entraรฑable Sebas de una oreja y lo derrumbรณ bajo el peso de la bandera. Yo la ayudรฉ a incrustarle el mรกstil en el escuรกlido hombro: para รฉl era un honor, despuรฉs de todo. Asรญ, salimos en manifestaciรณn. ~
De Novelas y cuentos (Ediciones del Serbal, 1988). Ediciรณn de Cรฉsar Aira.