Para quienes crecimos presenciando la vista del sur de Manhattan con las torres gemelas recortando el horizonte hay algo de nostálgico en recordar el tiempo anterior al 11 de septiembre. Nada cambia tan rápido como Nueva York.
A lo largo de mi vida he vivido en varias ciudades: Nueva York, Dublín, Roma, la ciudad de México. Pero solo en Nueva York he sentido el peso de la nostalgia. La ciudad cambia más rápido de lo que debería. Ahora que estamos hablando del 11 de septiembre y de las Torres Gemelas me acuerdo de que donde erigieron las torres había un sitio que solía visitar con mi padre cuando era chico, donde había tiendas de radio, y otros sitios que eran un regocijo para los niños neoyorquinos. En su lugar, la ciudad decidió construir esas horribles torres, lo cual no valida por supuesto que a alguien se le haya ocurrido destruirlas. El 11 de septiembre no fue un caso de crítica arquitectónica. A diez años de los trágicos acontecimientos, el 11 de septiembre sigue reverberando en la conciencia del mundo, pero en particular en la de los neoyorquinos. Ground Zero es aún nuestra cicatriz.
Hablemos de Nueva York. ¿Hasta qué punto se puede hablar de la existencia de lo que se conoce como el neoyorquino, el New Yorker, el habitante paradigmático de la ciudad?
Es una buena pegunta. Quiero creer que hay un New Yorker moderno. Pero quien diga que sabe lo que es un New Yorker vive engañado. Con ocho millones de personas, Nueva York es muy diverso. Pero en general después del 11 de septiembre se puede decir que la noción de New Yorker se transformó. Me parece que el día más importante en la historia contemporánea de la ciudad fue el 12 de septiembre de 2001. El día siguiente a la tragedia, los neoyorquinos se levantaron a trabajar. Un conocido mío que trabajaba en un coffee shop en la esquina de mi calle se levantó a las cuatro de la mañana al día siguiente de los ataques para venirse en bicicleta desde Brooklyn. Tú probablemente recuerdas toda esa gente que cruzó puentes o se transportó en ferries para llegar a sus trabajos, a pesar de todo. Para mí, el hecho de contemplar la valiente reacción de la gente ante el desastre es inseparable de la tragedia.
En los días que siguieron a los ataques, la gente experimentó un estado de fatalismo saludable. Describo fatalismo como la aceptación de una realidad que escapa a nuestro control. El principal legado del 11 de septiembre en Nueva York es la instauración de este fatalismo. Otras expresiones no fueron tan duraderas. Te doy un ejemplo: en las semanas que siguieron a los ataques, hubo expresiones de patriotismo público en Nueva York: gente poniendo banderas en sus autos o pósters en las paredes de sus casas. Pero este tipo de expresiones no es propio de Nueva York.
El ethos de sus habitantes sí se transformó. La gente, me parece, se volvió más amable. Esto ha sido verdaderamente una revolución en las costumbres. Ahora es más común ver a los neoyorquinos en las calles saludado a sus vecinos o disculpándose por haberse cruzado inadvertidamente en el camino de otra persona. Otro efecto que tuvieron los ataques en el comportamiento de los neoyorquinos fue que la violencia disminuyó. Es cierto que con Giuliani y Kelly ya se había reducido considerablemente, pero no debemos subestimar los efectos civilizatorios de una tragedia.
En tu novela más reciente, Tabloid City (Little, Brown and Company, 2011), retratas momentos diferentes en la vida de la ciudad que suceden en el espacio de veinticuatro horas. ¿Se trata de un homenaje al Ulises de Joyce?
Una de las particularidades de los periódicos es que ahí se examinan no solo las grandes historias de primera plana sino pequeñas historias que muchas veces reflejan mejor la condición humana que las noticias de ocho columnas. La primera plana está llena de historias como la debacle del mercado de valores. ¿Pero qué pasa con el boleador de zapatos en Wall Street o con la madre mexicana que ha perdido su trabajo? Quizá el gran drama humano esta escondido ahí. Regresando al tema de la novela: una novela no es un ensayo o un artículo periodístico en el que se discuta, por ejemplo, el plan de asistencia médica de Obama sino un lugar donde se entremezclan la imaginación y la realidad. En mi novela quería hablar no solo acerca de quienes trabajan en un periódico, sino de la gente de la que se habla en los diarios. Por ejemplo, cerca de aquí hay un lugar donde gente muy pobre viene a apuntarse al programa de cupones de alimentos (food stamps). Un buen reportero podría entrevistar a varios de ellos e investigar qué los llevo al extremo de ir a solicitar esos cupones.
Tu novela sucede en Nueva York pero parece también ser un fresco de Estados Unidos en la era Obama. ¿Hasta qué punto crees que tu novela es o busca ser un retrato americano?
Tengo amigos que viven en diferentes partes del país y que me cuentan sus impresiones de lo que ven en las ciudades que habitan. Hoy día me parece que gran parte de lo que pasa en mi país es un reflejo del fracaso de la política. Detecto un grado enorme de rabia en el país. Ahora bien, no hay un Partido del Té (Tea Party) en Nueva York. Pero a nivel nacional, el Tea Party es el movimiento populista en Estados Unidos que busca el bienestar de los millonarios. Populismo para ricos. Todos los movimientos populistas anteriores, como la marcha a Washington, han estado a favor de “los de abajo”, para emplear la expresión cara a Mariano Azuela. El populismo para ricos que caracteriza a la derecha norteamericana está basado en un malentendido sobre lo que ha sido la historia de este país. No hay una Arcadia anterior al gobierno de Obama.
Soy lo suficientemente maduro para saber lo que era el Ku Klux Klan. El otro día en el New York Times varios analistas se preguntaban si el Tea Party tiene futuro. La conclusión a la que llegaron es que era aún muy temprano para contestar esa pregunta. No sabemos si este movimiento político se autodestruirá, desaparecerá o dará paso a algo importante en la política estadounidense.
Ahora que mencionas el New York Times, noto que en tu sala aún tienes varios periódicos. ¿Te mantienes leyendo los diarios en papel?
Cuando estoy en Nueva York leo los periódicos en papel. Cuando estoy en Europa leo los diarios en línea. Pero en general me gusta la sensación del papel. Al igual que mi esposa, aún soy de los que archiva recortes de periódicos. Sé que esto ya se puede hacer en línea, pero los hábitos de años persisten. En cuanto al periodismo en internet, me parece magnífico que se haya vuelto más profesional. Los periodistas que escriben en línea tienen editores. No se trata de un hobby. Pero por otro lado me he percatado de que muchos jóvenes prefieren leer el periódico en papel. Por eso creo que el diario como lo hemos conocido no desaparecerá sino que coexistirá con internet.
Hay cosas aún para las cuales tiene más ventajas culturales publicar en papel, por ejemplo los anuncios publicitarios. Para un escritor puede tener mucho valor. Cuando he escrito novelas que suceden en el pasado me ha ayudado bastante examinar los anuncios publicitarios de la época. Para mi novela North River, que ocurre en 1934, consulté varios periódicos de la época, y a través de los anuncios comerciales podía saber cuánto costaba un par de zapatos, un traje, qué obras se estaban escenificando en Broadway. No me parece que estos anuncios se vayan a conservar como tales en internet en treinta o cuarenta años.
Más allá de si los periódicos como los conocemos desparecerán o no, el estilo de vida bohemia asociada con el periodismo que tú describes muy bien en tus libros parece en vías de extinción.
No me parece claro que así será. Por ejemplo, la estructura del periódico todavía hoy permite que quien escribe sobre música pueda platicar con el que escribe sobre beisbol e intercambiar ideas con él que pueden ayudarle, quizás de manera azarosa, a escribir mejor sobre música. Esta clase de interacción no ocurre si estás solo en tu casa enfrente de un monitor. Aunque hay ya ahora sitios de internet como globalpost.com que ha abierto varias corresponsalías en varias partes del mundo. Ellos están en Boston donde hay editores y periodistas que se reúnen para discutir asuntos editoriales.
Ahora bien, la vida bohemia asociada al periodismo en Nueva York cambió porque en los años setenta el sindicato de periódicos pudo finalmente conseguir que se les pagara a los reporteros lo que merecían. Antes de ello, los reporteros eran explotados. Tengo un cheque en mis archivos de lo que me estaban pagando en 1961: 108 dólares a la semana que incluía un dólar cada noche por trabajo extra. La vida del reportero estaba asociada a la cultura bohemia y no a la cultura de clase media. Todos nosotros comenzábamos el día tomando en bares cercanos a las oficinas del periódico. Era ahí, en las conversaciones en los bares, donde comencé a aprender de periodistas más veteranos que yo. Aprendíamos de manera artesanal.
Pero cuando los reporteros empezaron a ser mejor pagados, hubo un cambio en la cultura que no ocurrió de la noche a la mañana. Hubo todavía un par de años de cultura bohemia que involucraba clubes nocturnos, amantes y divorcios. Pero pronto la gente se fue a vivir a los suburbios desde donde viajaban a Manhattan en auto en lugar de tomar el metro desde Brooklyn. Este cambio trastrocó también la manera de reportear. Cuando los reporteros viajaban en metro se mezclaban con la gente y tenían un sentido más auténtico de los problemas de la ciudad.
Es interesante que cuentes esta historia de cómo se transformó la cultura bohemia asociada al periodismo, pues yo ya estaba preparado para culpar a la introducción de internet por haber vuelto burguesa la cultura periodística en Nueva York.
No, el cambio se debió a razones económicas. Lo curioso del caso es que el sindicato de periodistas ya no existe. Lo que pasa ahora en Nueva York es que los jóvenes que tienen éxito, no solo en el periodismo, se mueven a los suburbios, algo que yo encuentro muy aburrido. Se podrían instalar en Williamsburg o en otras partes de Brooklyn donde existe una cultura si no bohemia al menos no de clase media como en los suburbios.
Hace unas semanas, un famoso restaurante llamado Elaine’s –que por mucho tiempo fue un imán para escritores y artistas, entre ellos Woody Allen y Paul Newman– dejó de operar. En el Nueva York de hoy, ¿crees que exista algún lugar equivalente?
Creo que si existe estaría en Williamsburg o en un lugar parecido. Pero no estoy seguro porque ya no bajo con frecuencia a Brooklyn. Otros lugares legendarios de la cultura bohemia en Nueva York, como el White Horse o el Lion’s Head, parecen tener equivalentes hoy. Lo cierto es que tales lugares no podrían estar en el Lower East Side. Aunque, que yo sepa, no hay paparazzi en Williamsburg siguiendo a las nuevas figuras de la literatura y el espectáculo. El restaurante Elaine’s comenzó a operar en el Village.
En esa época, debe haber sido 1962, hubo una huelga de periódicos. Elaine, que siempre tuvo un aprecio por escritores y periodistas, alimentaba gratis a los reporteros que se habían quedado sin trabajo. Luego ella se mudó al Upper East Side y los periodistas la siguieron por lealtad. Mientras esto sucedía, los agentes artísticos descubrieron que el lugar estaba lleno de periodistas y les hablaron del lugar a sus clientes, que eran gente de la farándula, deseosa de que se hablara de ellos en la prensa. Eso fue el comienzo de lo que se convirtió en uno de los más famosos lugares en Nueva York, donde estrellas de televisión y cine, escritores, empresarios de la farándula y periodistas convivían. El éxito del lugar se debe en parte a la personalidad de Elaine, porque la comida era terrible. Nosotros decíamos “Te veo en Elaine’s”, y la respuesta era: “Asegúrate de comer antes.”
Hubo un tiempo en que Woody Allen no salía del lugar.
Sí. En esa época, cuando alguien pedía ir al baño, las instrucciones de Elaine eran: camine al fondo, dé la vuelta hacia la izquierda y cuando se encuentre a Woody Allen, detrás está el baño.
Regresando a tu novela, ¿qué reacción esperas provocar en tu lector?
Cuando escribía una columna de periódico quería provocar una de dos reacciones: que el lector dijera “¡Yo no sabía eso!”, o bien “¡Nunca había pensado en eso!” Si obtienes las dos reacciones por una columna sería como conectar un doble con hombres en base. Lo que espero provocar es que el lector diga “Yo no sabía que esto era así en esta parte de la ciudad”, sea Sunset Park con el personaje de Consuelo, o el viejo pintor en el Hotel Chelsea, o el dinner con el muchacho que estuvo en Iraq en silla de ruedas. Lo que trato de hacer es sensibilizar al lector de lo que pasa muy rápido en la ciudad. Creo que toda gran novela nos hace más conscientes de lo que pasa a nuestro alrededor.
En tu novela describes lo que para ti sería la mente de un terrorista islámico.
Sí. Quería internarme en la mente del terrorista islámico, vivir vicariamente la aventura tremenda de ser terrorista, las complicaciones de lo que sería una rebelión adolescente que nunca hace las paces con la realidad. La psicología del terrorista es la de una pubertad que no cesa. Me inspiré mucho en ciertos individuos del ERI (Ejército Republicano Irlandés) que conocí en Irlanda. Mantuve largas conversaciones con terroristas del eri con quienes nunca estuve de acuerdo. No los confrontaba, trataba de entenderlos. Lamentablemente muchos de ellos nunca pensaron en utilizar sus energías en lograr edificar una Irlanda unificada.
Otro aspecto que define la mente terrorista es la carencia de la mirada irónica: el hecho de que muchas veces las cosas no son lo que parecen ser. La mente terrorista anda siempre de prisa. Solo está contenta cuando ha llegado a conclusiones absolutas.
El fenómeno del terrorismo irlandés siempre me ha parecido muy complejo y contradictorio. Si algo tiene el genio irlandés es su capacidad de comprensión. Tú mencionaste el Ulises hace un momento. Está lejos de ser un accidente que uno de los mejores retratos literarios de un judío haya sido hecho por un irlandés. Joyce tuvo el genio de penetrar las regiones más íntimas de Leopold Bloom en un tiempo increíblemente proclive a los estereotipos. El Holocausto ya acechaba.
Ahora que mencionas Irlanda, tú has vivido en Dublín, pero también has pasado largas temporadas en otras ciudades del mundo como Roma, la ciudad de México, San Juan. ¿Cómo compararías la ciudad de Nueva York con esas otras metrópolis?
Todas las ciudades tienden a parecerse unas a otras en lo fundamental. Hay siempre una razón especial que dio origen a una ciudad. La ciudad de México y el mítico lago que ya no existe.
Nueva York existe por una razón esencial: el puerto. Su fundación es comercial pero lo esencial es que el puerto está resguardado, protegido. Pensado así, Nueva York es un refugio. Una de las características de las ciudades modernas, que las emparenta, es algo que noto en la evolución de Nueva York: la forma vertiginosa en que se destruye y se reconstruye sin cesar. Nueva York es la ciudad de la nostalgia rápida. Pero regresando a tu pregunta, creo que he aprendido más sobre Nueva York cuando he vivido en otras ciudades. Esto es así porque Nueva York es una colección de muchas metrópolis. Pensando en esos pobres migrantes del norte irlandés que en el siglo XIX se instalaron en Nueva York y no en Dublín: fue una migración del campo a la ciudad, aunque también fue un cambio de continentes. Los irlandeses que veo en Dublín son los mismos que veo en Nueva York. A veces pienso que Nueva York es una planta procesadora, una gran maquiladora de almas. Lo que parece caótico adquiere sentido y una extraña armonía. Otra analogía será la de una orquesta donde incluso el más pequeño instrumento es esencial. Pensemos, por ejemplo, en qué será Nueva York sin el yiddish. ¿Cómo llamaríamos a alguien schmuck si el yiddish no hubiera inventado esa palabra? ¿Qué sería de esa región de la condición humana que convocamos con la palabra schmuck? ¿El Partido Republicano?
Sin duda, ciertos candidatos del Partido Republicano no pueden definirse más que usando la palabra en yiddish que tú utilizas. Pero ahora me gustaría que me dijeras qué te recuerda la ciudad de México de Nueva York.
En la ciudad de México yo sabía que cuando cruzaba Tepito estaba pasando por el Lower East Side. Uno se encontraba en los gimnasios de esta parte de Manhattan los equivalentes al Ratón Macías y el Pajarito Moreno. Yo estaba en el DF cuando se inauguró la Arena México. En la Arena México uno se encontraba con los mismos tipos de caracteres que uno se encontraba en el Lower East Side: managers, entrenadores, ayudantes, mafiosos. La ciudad de México en esa época era una maravilla: una metrópoli de unos tres millones y medio de habitantes, sin contaminación: la región más transparente del aire. Por supuesto había pobreza, pero la gente lucía digna.
En alguna ocasión contaste que Diego Rivera y Pedro Infante murieron el mismo año pero la reacción de la gente fue muy diferente.
Creo que a Diego Rivera le hubiera encantado que el pueblo mexicano reaccionara a su deceso como lo hizo por la muerte de Pedro Infante. El sepelio de Diego Rivera estuvo permeado por una solemnidad de tipo comunista. Muy diferente al torrente de gente que lloraba en las calles del DF por Pedro Infante. Recuerdo haber caminado cerca del cine Diana cuando de pronto me encuentro con un par de policías leyendo los periódicos con lágrimas en las mejillas. Por supuesto que se sentían identificados con Pedro Infante, quien los había interpretado en un par de estupendas películas. Pedro Infante fue una gran estrella. Es difícil imaginarse ahora la cercanía que tenía con el pueblo mexicano. El equivalente neoyorquino habría sido imaginar a Frank Sinatra muriendo en un accidente aéreo en 1965.
Ahora que hablas de la ciudad de México, ¿cuál es tu opinión sobre lo que pasa en México?
Para mí es desgarrador debido a la ferocidad de lo que sucede: las decapitaciones, lo salvaje de todo. Lo que está pasando parece como una película de mafiosos dirigida por el Marqués de Sade. Y, sobre todo, lo que dice sobre nuestras dos sociedades. Es inaudito que para que Charlie Sheen o Paris Hilton puedan consumir su cocaína muchos inocentes tengan que morir del otro lado de la frontera. Es irritante.
No sé si el gobierno mexicano ha sobrerreaccionado a la situación y por consiguiente ha creado las condiciones para que la violencia aumente. Lo único que sé es que no pasa un día sin que escuchemos noticias de gente asesinada, de nuevas formas de sadismo, del último capo arrestado. Es un paso hacia atrás. Todo lo cual ha dado oportunidad a los demagogos de este lado de la frontera. Los que conocemos México sabemos que muchas otras cosas están pasando ahí: revoluciones en el arte, el cine, la literatura. Pero todo esto es ocultado por las pornográficas noticias del narcotráfico.
Bromeo solo en parte cuando digo que los gringos que alardean de lo grandes que son consumiendo cocaína deberían ser enviados a México y juzgados como cómplices de asesinato. La pena sería drástica.
Otra cosa que me preocupa es el tránsito de armas en la frontera de Estados Unidos a México. La solución está de este lado de la frontera. Pero Obama parece muy temeroso del lobby de la Asociación Nacional de Rifle y ha decidido no intentar nada. Espero que se pueda resolver pronto. Pero me temo que la solución quizá tenga que pasar por una negociación entre las mafias de capos.
Dicho esto, no debemos olvidar que, a pesar de todo, la sociedad mexicana continúa fortaleciendo su democracia. Cometeríamos un enorme error si la guerra contra el narcotráfico nos impidiera ver los avances de la sociedad mexicana. México no es perfecto pero es mejor de lo que nunca ha sido. ~
(ciudad de México, 1967) es ensayista, periodista e historiador de las ideas políticas.