El pasado 9 de febrero Mario Vargas Llosa fue recibido sous la coupole de la sede central de la Academia Francesa. Así se dice de quienes adquieren la designación de “inmortal” al ingresar a tan prestigiada institución, fundada por el cardenal Richelieu en 1635.
De especial relevancia es que Vargas Llosa se convirtió en el primer escritor en hacerse acreedor a tal honor sin haber publicado jamás en francés. Ocupar el sillón 18 de la Academia –previamente asignado al filósofo Michel Serrés y, aun antes, al mismísimo Alexis de Tocqueville– sin duda es un justo reconocimiento para uno de los más grandes escritores de los últimos tiempos, quien siempre subrayó su amor por la cultura francesa y reconoció su deuda con sus principales exponentes. Tal distinción es más merecida si se considera que el nacido en Arequipa ha sido uno de los pocos escritores en idioma castellano en acceder al afamado panteón de la cultura francesa: la Bilbiothèque de La Pléiade, que desde 1931 publica las obras completas de autores clásicos, principalmente franceses. Al anunciar su aceptación a la Academia, la gran historiadora de Rusia y directora de la institución (también conocida como Secretaria Perpetua), Hélène Carrère d’Encausse, lo justificó diciendo que Vargas Llosa “ha ayudado a la cultura francesa más que muchos escritores franceses”.
Ante este feliz acontecimiento, es bienvenida la decisión de la editorial Alfaguara de publicar Un bárbaro en París. Este volumen incluye, además del discurso de ingreso a la Academia, diecinueve ensayos y artículos de Vargas Llosa sobre la cultura y escritores de Francia que han aparecido en diversos medios, incluyendo Letras Libres.
En sus páginas hay semblanzas de autores fundamentales para el escritor peruano, cuyo ejemplo lo incentivó a seguir la ruta de la escritura y trasladarse en su juventud a vivir a ese centro de la cultura universal que fue París. Los textos seleccionados incluyen su perspectiva sobre Sartre y Camus, detallando cómo se decantó por este último en reconocimiento a su compromiso con la libertad individual y congruencia con respecto al totalitarismo soviético. También discurre sobre Molière y Victor Hugo, André Breton y Simone de Beauvoir, Louis-Ferdinand Céline y Georges Bataille, y André Malraux y Jean-François Revel, entre otros exponentes clave de la literatura francesa.
En este tomo es evidente una admiración especial por Gustave Flaubert, a quien Vargas Llosa llama “nuestro contemporáneo”. Para él, Madame Bovary sigue siendo clave para aprender lo esencial de la novela moderna. Considera que Flaubert fue el fundador de tal novela al revolucionar “la tradicional noción de ‘realismo’ en literatura como imitación o reproducción fiel de la realidad”. En su opinión, ejemplos como el de Flaubert y la apertura al mundo mostrada por Francia explican el surgimiento de las vanguardias artísticas y, en general, el vigor mostrado por la cultura de ese país durante muchas décadas.
Dicho esto, al revisar los ensayos contenidos en este volumen –publicados casi todos durante los últimos 30 años– es evidente un dejo de inquietud y desconfianza hacia las manifestaciones más recientes de la novelística y el pensamiento franceses. Aun cuando glosa favorablemente obras de escritores contemporáneos como Michel Houellebecq y reconoce la fuerte influencia de exponentes de la cultura francesa en múltiples ámbitos del conocimiento, no parece mostrar gran ánimo por otros autores recientes. Ello, aunque varios escritores de Francia han ganado en décadas recientes el Premio Nobel.
En este sentido, es notoria la frialdad de Vargas Llosa ante los novelistas que convergieron en el movimiento conocido como nouveau roman, que inició en el decenio de 1950 buscando subvertir las reglas del relato clásico y privilegiar la exploración de los flujos de conciencia. Según Vargas Llosa, los “ingeniosos experimentos” de este grupo mostraron progresivamente “cada vez mayores síntomas de atonía”.
Expresa críticas similares hacia corrientes filosóficas surgidas en Francia y que tienen gran impacto en todo el mundo, sobre todo en las universidades estadounidenses. Para él, detrás del pensamiento de “supuestas eminencias intelectuales” como Derrida, Lacan y Althusser, trasluce “la sospecha de un fraude, es decir de unas laboriosas retóricas cuyo hermetismo oculta la banalidad y el vacío”. En su opinión, se trata de un artificio que pasa por pensamiento creador cuando en realidad es síntoma de decadencia. Asimismo, crítica iniciativas de proteccionismo cultural impulsadas en Francia en las últimas décadas para preservar una supuesta excepcionalidad artística. Para Vargas Llosa, el único resultado de tales propuestas ha sido debilitar la creatividad que le dio renombre. Al respecto, sostiene que “sólo porque ya no es ni sombra de lo que la cultura francesa solía ser, es que ha podido prosperar en Francia la aberrante idea de que la cultura necesita aduanas”.
Es interesante que tal postura de contracorriente no haya obstaculizado su entrada en la Academia Francesa. Es más, puede incluso pensarse que la favoreció. Parecería estar en línea con la visión de Carrère d’Encausse, quien anteriormente fue eurodiputada por un partido conservador y mantiene actitudes “políticamente incorrectas” como oponerse al uso de lenguaje inclusivo.
En uno de los ensayos incluidos en el libro, Vargas Llosa expresa admiración por Jean-François Revel, debido a que “nunca recurrió a la jerga especializada ni confundió la oscuridad con la profundidad”, así como por su tenacidad en seguir la genuina tradición del humanismo, la cual en su opinión es “lo único que puede impedir o atemperar estropicios en la vida cultural de un país”.
Sin duda, el escritor latinoamericano ejemplifica inmejorablemente tal tradición. Siempre ha defendido la alta cultura y las jerarquías en valores estéticos, y reconocido la importancia clave de la literatura para satisfacer necesidades íntimas del ser humano y combatir su insatisfacción con la vida real. Es por ello que ha impulsado la lectura de las grandes novelas decimonónicas ante el boom de la literatura light y modas psicologizantes. Como “inmortal” es de esperar que continuará abogando por la tradición humanista en un entorno imbuido por la civilización del espectáculo. Se haría bien en atender su llamado: frecuentemente la mejor forma de renovarse es volver a los orígenes. ~
(Ciudad de México, 1972) es poeta, analista político y traductor. Sus ensayos y poemas han aparecido en diversos medios de México, Estados Unidos y América Latina.