El gobierno de Rodríguez Zapatero, uno de los más moralistas que ha tenido España después de Franco, se dispone a adoptar leyes contra la telebasura, si las cadenas privadas no se autocensuran. Incluso para aquellos que nunca miramos esos programas, el problema es venenoso. De una parte, sabemos que esa basura destruye las neuronas, arrasa las convicciones éticas y es una invitación al envilecimiento. Pero por otra parte suponemos que los aficionados a esa basura ya de por sí carecen de neuronas o de principios, y que son seres bastante viles. De no ser así, no los verían. ¿De qué sirve quitarles ese capricho?
El refugio de los fariseos es el siguiente: “¡Oh, pero ellos son los débiles, los ignorantes, nosotros, sus dirigentes, tenemos el deber de conducirlos a su salvación!” Esta ha sido la excusa tradicional de los tiranos para ejercer sádica o ingenuamente su poder. Era lo que aducían los empresarios británicos cuando dictaron la ley seca para que los proletarios no se emborracharan. Sin embargo, los obreros británicos bebían porque la única alternativa al pub era la Iglesia. Así también, los ignorantes y débiles mentales a quienes el gobierno socialista quiere enmendar no ven telebasura por vicio sino porque no es muy distinta de la restante telebasura: los informativos, las teleseries, la publicidad, los deportes, las entrevistas, etc.
El gobierno socialista, cada vez más influido por los nacionalistas catalanes, concibe la política como una guía espiritual dirigida a menores de edad. Los mejores (los profesionales de la política) deben conducir el rebaño (los votantes) hacia su propio bien. Aunque no quieran. Los nacionalistas catalanes basan toda su política en lamentar que los catalanes no sean todo lo catalanes que ellos, los mejores, desearían. Los catalanes se resisten a ser catalanes, dicen sus dirigentes, y por lo tanto debemos obligarles mediante leyes de catalanización obligatoria. Del mismo modo, el gobierno socialista quiere dictar leyes para que los españoles sean menos viles, inmorales y necios que sus dirigentes. Para ello van a imponer leyes que regulen a las cadenas privadas.
La medida será tan inútil como las coerciones que ejercen los nacionalistas vascos y catalanes sobre sus poblaciones. Conseguirán éxitos de estadística, pero no cambiarán el carácter de sus ciudadanos, sólo les envilecerán más porque les harán más sumisos, más resignados a la ya agobiante tiranía de la administración y el funcionariado.
¿Se puede hacer algo para “mejorar” a la gente? Sin duda se debe castigar a los dañinos: los criminales sádicos, los torturadores de mujeres, los que usan sus máquinas para embestir al prójimo, los que por estúpido egoísmo impiden vivir a los demás. Eso no es “mejorar” a nadie sino apartar a los más agresivos, malvados o idiotas, para proteger al resto. Las leyes de “mejoramiento moral y nacional” son sólo una hipocresía. Los políticos saben muy bien cuáles son los auténticos destructores de la sociedad: los banqueros mafiosos, la industria venenosa, la publicidad enajenadora, los fármacos fraudulentos, en fin, los poderes reales. Sin embargo, ningún gobierno puede tocar un pelo a las telefónicas, a las eléctricas, a las químicas, a las petroleras, a las agencias de publicidad, muy al contrario, tratan de introducir en ellas a sus amigos para compartir privilegios. En compensación, producen placebos como las leyes contra la telebasura.
El dominio del espectáculo sobre la política plantea muchas preguntas al observador crítico. ¿Qué diferencia hay entre un objeto urbano como la ciudad de Las Vegas y la arquitectura de Frank Ghery? Ambos participan de una concepción del juego, del entretenimiento, del espectáculo, no sólo similares sino complementarias. Ambos son ejemplos estelares de la frivolidad como seriedad última de nuestra sociedad. Todo el orden institucional es ahora un colosal entretenimiento en el que la moralina socialista o nacionalista compite con la telebasura nihilista. Pero nada debe objetarse al juego o al placer en sí: son el fundamento mismo de la vida humana y que se hayan convertido en basura no es un argumento para regresar al calvinismo. Quizás ya sólo somos basura.
Como no es fácil orientarse en este dilema desgarrador, siempre es bueno regresar a Nietzsche: él fue el primero en plantearlo. La reciente edición de una antología de los Fragmentos póstumos, muy bien seleccionada por Günter Wohlfart (Abada Editores), nos permite leer frases como estas: “Lo bello y el arte se remiten a la producción directa del mayor y más variado placer posible […] El desbordamiento de la fantasía, imaginar lo imposible, produce alegría porque es una actividad sin sentido ni finalidad […] Se persigue la emoción en sí, el llanto, el terror, la tensión, todo lo que excita es agradable, hasta el displacer es sentido como placer cuando se opone al aburrimiento” (p.55).
¿No habría considerado Nietzsche que la telebasura es la obra de arte adecuada para una época y una sociedad abismal e irremediablemente aburridas? Eliminen las causas del tedio y constatarán que la gente deja de ver telebasura sin necesidad de que se lo ordene el cura párroco. –
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