No sabemos perdernos

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Alejandro Zambra

Formas de volver a casa

Barcelona/México, Anagrama/Colofón, 2011, 164 pp.

 

Primera tesis: Alejandro Zambra ha publicado tres novelas que son una sola. ¿Esto es fidelidad a un proyecto de escritura? ¿Renuncia al riesgo y la evolución? Con sus diferencias, los rasgos que en las tres identifico son: una estrategia narrativa en la que predomina el resumen (sus libros son a la novela lo que un bonsái es a un árbol), protagonistas de anodina existencia cuyo mayor apuro no es psicológico sino literario (joven letrado se enamora, lee mucho, coge y sobre todo escribe), profusión de la referencia libresca y lejanía ante los temas de la “realidad”, y un estilo regido por la construcción paralelística y la repetición retórica.

Formas de volver a casa, la tercera obra de ficción de Zambra (Santiago de Chile, 1975), sale parcialmente del solipsismo bibliófilo de Bonsái (2006) y de la imaginación inmovilizada de La vida privada de los árboles (2007) y se acerca al Chile de 2010 para revisar las relaciones de los hijos de la dictadura con el pasado y con sus padres. Hay un sentido de inferioridad histórica (“Mientras los adultos mataban o eran muertos, nosotros hacíamos dibujos en un rincón”) que se profundiza cuando el narrador advierte que no hay muertos en su familia: en ella nadie estuvo a favor ni en contra de Pinochet. Y ahora atestigua la desmemoria que permite el regreso de la derecha al poder. Pero hasta ahí: lo más contundente no se halla en la historia de los padres sino en ciertas expresiones aforísticas (“el pasado nunca deja de doler, pero podemos ayudarlo a encontrar un lugar distinto”), pues Formas se restringe a lo reflexivo y a
señalar el artilugiode la ficción, y a cambio solo registra, con un espíritu afín al de un artículo periodístico, el momento de estabilidad chilena. Así, el choque entre pasado y presente no provoca crisis ni movimiento en el personaje: “No quiero hablar de inocencia ni de culpa.” Es este un texto narrativo en que tienen más peso los aforismos que las epifanías.

Así como, en La vida privada, Julián se revela el autor de Bonsái, esta tercera novela está formada por dos “libros” con una relación genésica entre sí: lo que llamaré “la autobiografía”, compuesta por la segunda y la cuarta partes (“La literatura de los padres” y “Estamos bien”), en la que se consigna el día a día de un joven escritor, y “la autoficción”, integrada por la primera y tercera secciones (“Personajes secundarios” y “La literatura de los hijos”), cuyos sucesos repetirían, trastocados, los de la anterior, con una elaboración ficcional de frágil cariz dramático.

Este ejercicio puede resultar atractivo en términos estructurales, pero yo querría examinar su eficacia para crear un significado crítico. Aunque “la autoficción” presenta el vínculo entre el narrador y un personaje (Claudia) con psicología e historia política suficientes para la contrastiva lectura generacional[1],* “la autobiografía” no va más allá de “exhibir” el origen “privado” de toda ficción: el personaje-escritor sería importante no en tanto personaje-a-secas sino como el modelo de un joven autor contemporáneo, alguien para quien las quisicosas de su oficio (“prefiero escribir a haber escrito”) son más merecedoras de tratamiento que un conflicto individual, de los que mayormente se ve exento. Sin embargo, un ejemplo de la novela (El maestro de Petersburgo, de Coetzee) y otro del cine (Adaptation, el guión de Charlie Kaufman dirigido por Spike Jonze) dejarían ver que la travesía del creador no puede verse privada, a riesgo de caer en la irrelevancia, de la ordalía paralela del personaje.

Segunda tesis: En Formas de volver a casa se deja ver el agotamiento de esa forma literaria hispanoamericana que, muy laxamente, podríamos llamar la novela que Borges nunca escribió. Hablo de una ficción libresca, antidramática y antirrealista que en sus mejores momentos pasa por Ricardo Piglia y Sergio Pitol, y que en la generación más nueva ha llegado a una mezcla ya epigonal de minimalismo, autoficción, ensayismo y antinarratividad. No se trata de enjuiciar una obra por su deriva solipsista –que tampoco es indiferente a otra franja literaria nuestra, la de, entre otros, Vicens y Felisberto Hernández–, si bien no distingo en Zambra una osadía estilística que, como en Efrén Hernández y Onetti, compense el encierro temático: dócil ante el traductor, su sintaxis abunda, hasta lo rutinario, en oraciones anafóricas [repetitivas] y catafóricas [anticipativas]. Así, el joven autor que se recluye a ver crecer un bonsái sería algo más que el protagonista de la primera novela de Zambra: legitimaría, sin asomo de parodia, a la figura del letrado que, ante el desinterés del poder y el público por la cosa literaria, se encierra en una escritura-para-escritores que vendería como mérito su carencia de vuelo imaginativo y de empatía ante las historias ajenas.

Afirma el narrador de Formas: “Pero hay momentos en que no podemos, no sabemos perdernos. Hay temporadas en que por más que lo intentemos descubrimos que no sabemos, que no podemos perdernos. Y también añoramos el tiempo en que podíamos perdernos.” Incurriendo en la falacia –que aquí, estimo, no lo sería– de ver en las palabras de un personaje el arte poética de su autor, preguntaría: ¿qué es eso de “no sabemos perdernos”? ¿Significa que no habremos de arriesgarnos a la imaginación moral, a la construcción dramática, al estilo proteico nutrido con las jergas regionales? ¿Demasiado grande es el peso del xx, el Siglo de Oro de las letras hispanoamericanas, como para que las nuevas promociones acusen un cansancio creativo y busquen hacer de la necesidad virtud?

Estéticamente, aquí tenemos la seguridad de quien permanece en su biblioteca luego de dar un paseo por las ahora tranquilas calles de su infancia: Zambra ha mostrado un temperamento posborgesiano con el que sus libros son, hasta la intrascendencia, congruentes. Políticamente, es el fracaso no de quien algo intentó, sino de quien para no fracasar ha preferido –Bartleby de cualquier ética– ni siquiera intentarlo. Aquí veo el nuevo triunfo del poder sobre el escritor: ya no la censura ni la represión sino la elección propia de la insignificancia: como nadie lee, solo hablo de mí y de lo que leo, con una sintaxis que fuera del hartazgo de dos figuras retóricas no se exige más. “Decide quedarse ahí, a la espera de que algo pase. Mientras tanto fuma. Toma café y fuma” (Bonsái).

¿Hay que esperar tanto a que algo pase? ¿En serio “Estamos bien” y ya es Chile más aburrido que Suiza? Ante guerras y dictaduras, nuestros abuelos salían a escuchar las voces airadas con las que luego hilaban sinfonías, exploraban selvas y volvían a la casa del idioma con árboles portentosos. Para no perderse en una democracia insípida que no logra ocultar su desastre, Alejandro Zambra solo cultiva bonsáis. ~

 



[1] “En ese tiempo la gente buscaba a personas, buscaba cuerpos de personas que habían desaparecido. Seguro que en esos años tú buscabas gatitos o perritos, igual que ahora”, regaña la hermana mayor de Claudia al protagonista.

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(Culiacán, 1976) es crítico literario y autor de la novela 'Cartas ajenas' (Ediciones B, 2011).


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