Nosotros y los otros

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¿No crees que somos una sociedad horrible? ¿No deberíamos de estar todos avergonzados?

Pilar me miraba fijamente, y no tenía idea de lo que me estaba diciendo. Éramos tres parejas a la mesa, y me había perdido en alguna conversación. Le pregunté a qué se refería.

–¿No escuchaste sobre la chica que habían reportado como extraviada y apareció, finalmente, en un basurero a la afueras de la ciudad? ¿No supiste que el novio confesó el asesinato? ¿Te has dado cuenta de cuántas han muerto este año?

Sí, claro que había escuchado sobre el caso. Terrible. Una pareja joven, aparentemente sin problemas, en la que él resultó ser demasiado celoso. Había seguido desde el principio la alerta que dieron en los medios sobre su desaparición, y desde el mismo momento se comenzó a sospechar del novio. Contradicciones, gestos extraños, miradas esquivas. Además, de alguna manera todos estábamos imaginando un desenlace así, aun cuando teníamos la esperanza de estar equivocados.

Los medios habían hecho su trabajo, de la mano del gobierno, y la sociedad estaba muy consciente de estos crímenes. De la cobardía, el abuso y la vileza de los crímenes de género. Por eso, en cuanto se tenía noticia de uno, la gente le daba mucha importancia y se convertía en el tema de conversación, y de indignación, durante días e, incluso, semanas. Cuando salieron a la luz los detalles de la muerte de esta chica, los vecinos del pueblo salieron a las calles a manifestarse. Las imágenes en televisión nos mostraban al novio, esposado, cabizbajo, que era conducido por un par de agentes con el rostro velado, y que trataban de protegerlo de un grupo de personas que habían ido, espontáneamente, a la comisaría de policía. Gritos, lágrimas, insultos. La reportera entrevistaba a los manifestantes, que mantenían la misma actitud de mi amiga Pilar: “¡Somos una sociedad enferma!”, “¿Cuántas más?”, “¿A dónde hemos llegado?”, “No, no la conocía, pero también soy madre y tenemos que hacer algo al respecto”… La conductora no se cansaba de repetir el número de víctimas mortales que hasta el momento se habían presentado, los peligros asociados al machismo y la necesidad de denunciar cada caso, cada conducta violenta, cada agresión verbal.

La conversación anterior tuvo lugar en Madrid, en algún momento durante el 2010. La lista de mujeres víctimas de violencia machista llegó, a final de año, a 71, y fue noticia en prácticamente todos los diarios. Cada uno trató de darle un matiz diferente, dentro de su línea de opinión, pero los comentarios fueron, sin excepción, condenatorios. Muy duros, incluso. Los anuncios en televisión eran siempre muy fuertes, y se podía intuir en ellos, en los mensajes de los medios, en lo dicho por los líderes de opinión, una mano poco visible que había cambiado, paulatinamente, la percepción sobre el machismo en un país en el que en algún momento ser macho era casi una virtud. En un país en el que el machismo había quedado inmortalizado, incluso, por Bizet: no podemos, jamás, olvidar el triángulo amoroso entre Carmen, Escamillo y Don José, y mucho menos su trágico desenlace. Violencia de género que en algún momento formó parte del estereotipo de la españolidad: Toros, flamenco, machismo. Sangre.

Pilar me seguía mirando, y esperando su respuesta. Pero, ¿cómo podía decirle que, efectivamente, la española era una sociedad terrible, cruel, machista, y que debían sentir vergüenza por sí mismos, cuando hay instituciones y observatorios que hablan de 1,900 a 2,500 víctimas anuales de la violencia de género en México? Mil novecientas. Entre cinco y siete mujeres que mueren cada día, tres por homicidio intencional y dos por suicidio. Y muy poca gente está consciente de estas cifras.

Muy poca gente está consciente, o quiere estarlo. Eso me llamó la atención desde siempre. La sensación en México ante los problemas de nuestra sociedad es que estos son ajenos, de alguien más. Desde las crisis económicas, la corrupción, o, en fechas más recientes, la inseguridad, el narcotráfico. Nunca es nuestro problema. Siempre será responsabilidad de otro, del gobierno, de los políticos, de los gringos. Nunca nuestra. Ciudad Juárez está muy lejos para el resto del país; la violencia está en Michoacán; los muertos, los treinta mil muertos, son producto de enfrentamientos entre delincuentes. Siempre dentro de la esfera de los otros, y jamás de nosotros. Hace cincuenta años eran Nosotros los pobres y Ustedes los ricos. Nosotros los buenos y ustedes los malos. Nosotros las víctimas y ustedes los que causan los problemas. Las cosas no habían cambiado desde entonces.

Tenía que contestarle a Pilar, pero cuando lo hice no estaba pensando en España: “Sí, Pilar. Nuestra sociedad está llena de problemas que no hemos sabido atacar. Deberíamos realmente estar avergonzados.” ~

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