Dos poemas

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Canción

de la llama

 

Los que me tocan

dan un grito, aterrados.

Ignoro, sin embargo,

si soy caliente o fría,

pues no estoy un segundo en ningún sitio,

ni es nada lo que fui hace un instante.

Mi modo de partir es el incendio.

 

Lucho contra lo oscuro,

pero no llego a ningún lado:

sólo vuelvo a lo oscuro.

 

Me temen porque siempre,

por alguna razón desconocida,

busco el papel, la madera y la carne,

los rozo y acaricio y voy comiendo,

y yo misma

perezco en sus cenizas.

Es que soy desprendida hasta la médula.

Los que me tocan dan un grito:

para la gente

mi amor es un escándalo.

 

 

La piedra

y el escultor

 

Las esculturas de piedra claman

en todo el mundo:

 

“Danos la vida que decae con el tiempo;

danos el éxtasis de lo que muere.”

 

Un pecho de piedra no palpita:

ojos cerrados, meditación helada.

 

El escultor vierte agua en un bloque,

llama a la trémula luz a bajar del cielo

y, el martillo en lo alto, busca a tientas

los sesos y el ombligo de la piedra.

 

Lo hace sólo porque quiere oír

el ruego apasionado:

 

“Danos la vida que decae con el tiempo;

danos el éxtasis de lo que muere.” ~

 

 

–Traducción del inglés de Aurelio Asiain

© Vuelta, 200, julio de 1993

 

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