Es un jueves a las 7 de la tarde y estoy bebiendo una cerveza junto a un cajero automático de bitcoin.
En la pared frente a mí hay una ilustración de un Satoshi Nakamoto enmascarado: Don’t delay–Be your own bank (“No demores, sé tu propio banco”), dice en la imagen. Es uno de los varios retratos de Satoshi, incluido uno en el que aparece despegando desde un billete de un dólar como si fuera un superhéroe. (Los retratos son especialmente creativos, ya que nadie sabe quién realmente es Satoshi, que es un seudónimo).
Encima de la barra hay un televisor que muestra los valores actuales de cientos de criptomonedas: Bitcoin ocupa el mayor espacio en la pantalla, seguida de Ethereum y Binance Coin, y luego otras monedas, muchas con cuadrados tan diminutos que son imperceptibles. Los números de la pantalla fluctúan constantemente: Un Bitcoin vale 21,163.64 dólares, luego 21,112.75, después 21,101.05. Detrás de mí hay una vitrina llena de artículos de Bitcoin a la venta: tazas, camisetas, anillos.
Este es el Bitcoin Embassy Bar, un moderno establecimiento de dos pisos en la colonia Roma Norte, en la Ciudad de México. Es un lugar donde puedes usar bitcoin para pagar un hot dog (Doge Coind, Multidoge o Dogechain, según prefieras), o cambiar pesos para recargar tu monedero Bitcoin. También espera ser un punto de encuentro para la comunidad Bitcoin en América Latina. Este objetivo crea una especie de tensión: establecer un espacio físico de reunión para una comunidad que en su ADN es digital.
Podría decirse que América Latina es el terreno de pruebas más importante para la creación de infraestructuras físicas y comunidades en torno a las monedas digitales, desde El Salvador hasta Puerto Rico y Guatemala. Dependiendo de qué opines sobre las criptomonedas, esto es increíblemente emocionante o increíblemente problemático.
Según un informe de Americas Society/Council of the Americas, el uso de criptomonedas en América Latina aumentó 1,370% entre 2019 y 2021. La adopción generalizada aún está bastante lejos, pero los defensores de las criptomonedas prometen muchas cosas en la región: un nuevo sistema financiero descentralizado podría promover la inclusión financiera, combatir la corrupción y servir como contrapeso a la hiperinflación. Sin embargo, esas promesas son difíciles de cumplir y, como en el caso de El Salvador, quienes pagan el precio real del fracaso rara vez son las personas con láseres rojos saliendo de sus ojos en Twitter.
Lorena Ortiz, cofundadora y propietaria de Bitcoin Embassy Bar, empezó a invertir en Bitcoin en 2017. Necesitaba dinero rápido para un viaje a Japón: su amiga estaba organizando un viaje y la invitó a participar. “Me hizo total sentido contar con una herramienta que pudiera ayudar a las personas a liberarse de un sistema fallido como el que vivimos”, dijo Ortiz, de 33 años. Bitcoin era punk, y ella también. En noviembre, empezó con una pequeña inversión de unos 25 dólares. En diciembre, Bitcoin alcanzó un máximo histórico. Ortiz decidió renunciar al viaje para dedicarse a su recién descubierta pasión por las criptomonedas.
A principios de 2018, Ortiz comenzó a hablar con el cofundador del bar, David Noriega, sobre la necesidad de un espacio físico de reunión para adeptos al Bitcoin en la Ciudad de México. Noriega aportaba la experiencia técnica en Bitcoin, y Ortiz sabía cómo llevar un restaurante. El bar abrió sus puertas en diciembre de ese año.
Desde entonces, me dijo Ortiz, el negocio ha crecido, sobre todo gracias a la difusión de boca en boca. Hay altibajos: cuando el mercado está al alza, dice, los aún no convertidos suelen pasearse con preguntas sobre Bitcoin. Durante la baja del mercado, la mayoría de los clientes de Ortiz son usuarios dedicados, que asisten a frecuentes reuniones y comparten consejos. Poco después de nuestra entrevista, la segunda planta del bar acogió a una veintena de Bitcoiners en una de esas reuniones sobre los mitos de Bitcoin, dirigida por un criptoinfluencer colombiano. Durante esos encuentros, hasta la mitad de los clientes pagan la cuenta en Bitcoin, dice Ortiz, pero esa cifra baja al 10 o 20 por ciento cuando no hay un evento. En el bar hay folletos con consejos para evitar estafas con criptomonedas, y este, me dice Ortiz, es uno de sus principales objetivos: crear un espacio donde la gente pueda aprender y hacer preguntas.
Bitcoin Embassy Bar no es el primer negocio de este tipo: hay una cafetería en Praga, un bar en Manhattan y un lugar de hamburguesas en Los Ángeles que siguen modelos similares. Esto tiene sentido porque, para sus principales creyentes, Bitcoin “no es una forma de inversión, sino una ideología”, dijo Ortiz.
Por supuesto, vale la pena recordar que la comunidad que se ha formado en torno a dicha ideología incluye muchos casos documentados de misoginia, racismo, acoso, extremismo, antisemitismo, conspiración y estafas descaradas. La comunidad cripto es a menudo hostil a los ajenos o a los críticos, y el discurso cripto en línea es conocido por su toxicidad: es difícil imaginar que la cultura de los “cripto bros” sea una cultura que merezca la pena reproducir. Pero si bien es importante reconocer los elementos más perniciosos de este ecosistema, tampoco es necesariamente justo destacar solo a las voces más ruidosas y problemáticas para generalizar en un grupo tan grande de personas.
Según una encuesta reciente de Pew, 16 por ciento de los adultos estadounidenses han invertido, comerciado o utilizado una criptomoneda. Y en esta comunidad, los espacios de encuentro y las reuniones son fundamentales. “Todas las revoluciones, todos los movimientos sociales, todo este tipo de disrupciones del sistema no habrían sido posibles si una pequeña minoría no hubiera empezado a crecer, crecer, crecer a través de la comunidad”, me dijo Ortiz. En América Latina, continuó, “tenemos muy arraigada esa costumbre de hacer comunidad de par a par o en persona”.
El ecosistema de criptomonedas de México ha crecido desde que se abrió el bar: cuatro años en Bitcoin equivalen a 20 años normales, dice Ortiz. En mayo de 2021, Bitso, la plataforma de criptomonedas con sede en México, se convirtió en el primer unicornio de criptomonedas de América Latina; y en diciembre de ese año, la tienda departamental Elektra anunció que aceptaría Bitcoin en compras en línea.
Ricardo Salinas Pliego, el multimillonario y (¡muy!) controvertido presidente del Grupo Elektra, es probablemente el defensor de Bitcoin más influyente del país. En junio de 2021 anunció que Banco Azteca, institución que también dirige, intentaría convertirse en el primer banco mexicano en aceptar Bitcoin. (Los reguladores mexicanos rechazaron rápidamente esta sugerencia.) En 2022, Salinas Pliego anunció que el 60 por ciento de su cartera líquida estaba en Bitcoin o en acciones de Bitcoin. Salinas Pliego fue tema de conversación en la primera reunión a la que asistí en Bitcoin Embassy Bar, en la que participaron un abogado, un consultor y un profesor de economía que debatían si Bitcoin podría –y debería– estar regulado. Salinas Pliego tiene una cercana relación con el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, y un asistente quería saber si podría convertir al presidente en un Bitcoiner. (El consenso fue que no.)
La conversación de esa noche duró alrededor de una hora y media, durante la cual todos los asistentes mostraron su desaprobación hacia Sam Bankman-Fried por ensuciar la reputación de las criptomonedas, y tomaron sus iPhones para entrar a Instagram, Twitter y sus carteras de Bitcoin. Un británico que se había mudado recientemente a México intentó que yo abriera una cartera Bitcoin allí mismo (no tengo cripto), y un mexicano que trabajaba en una start-up de cripto me preguntó cuáles eran, en mi opinión de recién llegada, las mayores ventajas y desventajas de Bitcoin. Me di cuenta de que alguien de la mesa de al lado se había dibujado en la uña del pulgar el logotipo de Bitcoin con un plumón. En la pared de enfrente había un cartel de neón que decía Eat, Sleep, Crypto, Repeat (“Come, duerme, cripto, repite”)y un gran pizarrón con la ilustración de una nave alienígena acompañada de la frase: “Vamos a la Luna”.
Pero resulta que la Luna sigue estando muy lejos. Mientras escribía esta historia, no podía dejar de pensar en un tuit que Ortiz publicó a principios de enero: una de las tuberías de la ciudad conectadas al restaurante estaba rota y, como consecuencia, el restaurante tenía problemas de fuga de aguas residuales. Llevaban un mes sin conseguir que las autoridades locales hicieran algo, y esperaban que sus seguidores les ayudaran a aumentar la presión a través de Twitter.
Esto me pareció la representación perfecta de lo que es administrar un bar Bitcoin: puedes pasarte todo el tiempo que quieras hablando de un futuro descentralizado, digital y financieramente autónomo, pero al final del día sigues atrapada en la burocracia gubernamental y el agua de la tubería.
Cuando le pregunté a Ortiz, le dio risa. Es una sensación familiar: cada vez que va al banco, tiene que tratar con funcionarios o se enfrenta a dolores de cabeza como el problema del alcantarillado, “Es como volver a aterrizar. ‘A ver, Lore, no te vayas volando. Esa es tu realidad”. Y Lorena se lo toma como una lección. “Porque a final de cuentas es importante también saber dónde estás parado”. ~
Este artículo es publicado gracias a una colaboración de Letras Libres con Future Tense, un proyecto de Slate, New America, y Arizona State University.
es la editora operativa de Future Tense.