El insomnio de Bolívar es un ecléctico paseo por una América Latina que, propone Jorge Volpi (ciudad de México, 1968), ya no es lo que era. Ni las guerrillas, ni las dictaduras; ni el folclórico “venceremos”, ni los infantes ficticios con cola de cerdo; ni el paraíso perdido del buen salvaje, ni el campo de batalla de ninguna panacea por venir. En los albores del siglo XXI su destino parece ser, más bien, el de una región “cada día más difusa, más aburrida, más normal”.
Volpi aspira a escribir una autopsia del excepcionalismo latinoamericano, pero no bien hunde su cuchillo el muerto parece reencarnar en las manos que lo diseccionan. En Salamanca, donde Volpi confiesa haber descubierto por primera vez “que yo era latinoamericano”, lo asalta una “repentina necesidad de bailar salsa”. En una visita a Santa Cruz de la Sierra, antes de la cual asegura que “para mis compatriotas dirigirse allí resultaría tan exótico como viajar a Kazajstán, Botsuana o la luna”, le sorprende encontrar “una ciudad normal, vamos, lo cual es ya una anormalidad en esta parte del mundo”. Describe el cierre del Paseo de la Reforma en la ciudad de México, durante el conflicto posterior a las elecciones de 2006, como una alucinante mezcla de cuento de Cortázar y película de Amenábar que tuvo a “la ciudad más grande del mundo paralizada durante semanas, en un caos inimaginable”. La crisis del Transantiago en 2007, una malograda reforma que buscaba hacer más eficiente el sistema de transporte público en la capital chilena pero que por errores de planeación terminó colapsándolo, la interpreta como “una prueba más –y, para colmo, en Chile– de que los políticos latinoamericanos aún se comportan como europeos destinados a rescatar del salvajismo y la barbarie a sus compatriotas”. De López Obrador, Ortega, Chávez, Uribe, Correa, Humala, Morales y los Kirchner dice que “ninguno es un dictador o un autócrata a la antigua, pero sus desplantes y excentricidades bien podrían figurar en una novela del boom”. Incluso la política como espectáculo mediático, ese imperio de las pantallas y las encuestas que avanza urbi et orbi, le parece un fenómeno que “en pocos sitios se ha vuelto tan acusado como en América Latina, acaso por el temple locuaz y bullanguero de nuestros líderes”. Plus ça change…
Por un lado, El insomnio de Bolívar podría ser una crítica de la caricatura a la que quedó reducida la región tras el éxito de la narrativa del boom (léase de García Márquez), una denuncia sobre los equívocos de esa imagen exótica que atrajo la mirada internacional pero condenó a “América Latina” a no ser más que un estereotipo cultural. O, por el otro lado, podría ser una colección de estampas que constaten la profundidad de los cambios que han ocurrido en los últimos años, una crónica de cómo la política, la economía, la literatura y las relaciones de los países de América Latina con el resto del mundo se han vuelto más o menos “normales”. No acaba de ser lo primero porque Volpi da por buena la caricatura en tanto que la asume como punto de partida para tratar de argumentar lo segundo: se empeña en asegurar que América Latina dejó de ser el estereotipo, no en mostrar que siempre fue más compleja de lo que este sugería. Y no acaba de ser lo segundo porque a pesar de la evidencia de que América Latina es otra, para Volpi no hay testimonio de su nueva normalidad que no lo sea, a su vez, de su persistente diferencia: de que “en términos reales nada cambia. O incluso empeora”.
La confusión resultante alcanza vuelos dignos de Remedios la bella cuando Volpi observa, a propósito de un mapa de América Latina, que “esa geografía imaginaria ha dejado de ser real”. O cuando, en una acelerada conclusión “no sin una buena dosis de optimismo”, advierte que la mejor manera de celebrar el bicentenario de las independencias sería “articular una ciudadanía –y una identidad– más amplia, donde América Latina vuelva a convertirse en una realidad posible”, y cinco páginas más tarde conjetura que en 2110 el sueño de Bolívar se sumará a la doctrina del Destino Manifiesto para integrar todo el continente americano en una próspera unión constitucional, los “Estados Unidos de las Américas”, de modo que “el mayor logro de América Latina en sus tres siglos de historia habrá consistido en desaparecer”. Bolívar al fin podrá dormir… en la cama del Tío Sam.
El problema, casi sobra decirlo, no son las provocaciones, tremendas o desdentadas según la sensibilidad de quien las lea. El problema son las incoherencias: querer rescatar a América Latina del realismo mágico y, acto seguido, proclamar que la literatura latinoamericana ha dejado de existir; celebrar que la región se ha “normalizado” para, inmediatamente después, proceder al inventario de sus “anormalidades”; protestar contra la expectativa de otredad que el mercado internacional le impone al escritor latinoamericano, pero escribir un libro en el que América Latina sigue siendo un ámbito “radicalmente distinto” caracterizado, ay, por su “fecundo caos”.
Eso sí, faltaba más: El insomnio de Bolívar obtuvo el II Premio Iberoamericano Debate-Casa de América (2009). Saque el lector sus conclusiones. ~
es historiador y analista político.