Miradas al Greco

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1. Colores. ¿De dónde brotan los vivos colores del Greco? La austeridad, religiosa o laica, del arte español buscaba negros asombrosamente matizados, tierras profundas, rojos densos, y recelaba de los tonos claros, frutales, frescos, con luminosidad de vitral. El Greco no. El Greco es el más audaz y el mejor colorista que ha dado la pintura española. Hay que mirar ese carmín, o rojo capote, del manto inconsútil de Cristo en su poderoso cuadro El expolio (de 1579), que cuelga en el altar mayor de la sacristía de la catedral de Toledo, para donde fue pintado (el encargo se le hizo el 2 de julio de 1577, cuando el artista era joven, tenía apenas 36 años), y una copia del taller del maestro puede verse en la presente muestra de Bellas Artes de México. Pero ¿en qué sentido los cuadros del Greco forman parte de la tradición de la pintura española? Podríamos decir que se dispara constantemente y, sin embargo, hay también tantos engastes… En esa ambigüedad, esa vacilación, está parte del encanto del arte del maestro.

 

2. San Mauricio es peculiar, porque es soldado aguerrido y a la vez mártir. La negativa a ofrecer sacrificio a los dioses paganos de parte de Mauricio, capitán de la legión tebana que, al igual que sus tropas, era ya ferviente cristiano, despertó ciega ira en Maximiano, quien estaba al mando del ejército, bajo el cetro del emperador Diocleciano. Corría el difícil año de 287. La desobediencia era insoportable, Maximiano mandó diezmar la legión en rebeldía. Los soldados, 6.666 según la tradición, se obstinaron en insubordinarse. Maximiano volvió a diezmarlos. Nada logró. Y “al ver el ánimo de aquellos fortísimos caballeros de Cristo, con increíble saña mandó que no se dejase a uno vivo”. La legión tebana no se defendió y alcanzó con esta pasividad la corona del martirio. Siglos después, el 25 de abril de 1580, el Greco con gran regocijo y desorbitada esperanza recibe un encargo del mismísimo Felipe II; es para el Escorial, recientemente erigido; se trata de un Martirio de San Mauricio (terminado en 1582; no figura en la exposición). Cuatro años se aplicó con todo su afán el joven maestro a la tarea, pero el cuadro “no satisfizo al monarca tan esclavo de un armónico y prudente sentido de normalidad clásica”. Generalicemos: con sus excepciones de siempre, el Greco no fue comprendido por sus contemporáneos. Ahora, hay quien compara este San Mauricio con las enormes creaciones de la misma época, como El expolio o, aun esa maravilla, El entierro del Conde de Orgaz (de 1588; figura una copia del taller en la muestra). Creo que es un error: algo no está bien logrado en este cuadro. ¿Qué es? Podemos decir que el cuadro no está unificado, sino que está como disperso en partes separadas, que no hacen unión. Quizá obedezca a la diferencia de tamaño en las figuras, yo no sé. Y si, como se ha definido, belleza es unidad en la diversidad, la ausencia que se aprecia es muy considerable.

 

3. El taller. El Greco tiene en Toledo una fábrica de pintura donde pululan obreros, que aquí son aprendices, discípulos, oficiales ya, tal vez, en la estructura del taller del famoso maestro. Todos pintan. El maestro inventa, crea, los demás copian, pero lo mismo se vende todo como salido del taller. De numerosos cuadros del Greco hay muchas versiones, unas mejores que otras, unas mucho mejores que otras, algunas ya tan alejadas que, la verdad, no parecen siquiera del Greco. El maestro tiene sensibilidad, vigilancia y puntería hacia el monedero. En estas habilidades el taller recuerda muy de cerca el de Andy Warhol, con su producción en serie, en pleno siglo XX. Y no conviene olvidar, por cierto, que Warhol era católico y que, al final de su brillante trayectoria, pintó cuadros religiosos, no, por cierto, ni de lejos los mejores de su producción.

 

4. Algunos beocios, que nunca faltan, juzgaron que el arte del Greco estaba transido de extravagancia y sinrazón; otros, más nulificados, ante grandes obras maestras tardías, como Laoconte o La oración del huerto (de 1614 y 1607, respectivamente; ninguno de los dos puede verse en la muestra), aseguraron que el maestro de plano se había vuelto loco. Pero el más absurdo intento de explicación es de un señor, oculista, creo, que juzgó que el alargamiento de la figuras obedecía a que el artista sufría astigmatismo severo, o algún otro trastorno de la visión, no me acuerdo cuál. Lo mismo habría podido decir este señor de esculturas y retratos de Giacometti. Y claro que no, la deformación es una estilización elegantísima, uno de los grandes aciertos tanto en el Greco como en Giacometti. Y hay que recordar que el Greco fue de esos pintores, como Miguel Ángel o Rembrandt, que evolucionaron sin parar. Cuadros hay del maestro que, proyectados al futuro inimaginable, parecen ya expresionistas.

La gente que no capta la grandeza del Greco debe recordar la explicación de Matisse cuando le preguntaron por qué pintaba una mujer verde, y Matisse respondió “no estoy pintando una mujer, estoy pintado un cuadro”. Del mismo modo el Greco no pinta gente, pinta imágenes, imágenes religiosas, para ayudar en las devociones.

5. Toledo. Los españoles muchas veces se ponen líricos al hablar de Toledo, “La más felice tierra de España” (Garcilaso), o

 

Este Toledo que precipitante

Ha muchos siglos que se viene abajo,

 

famoso verso desplomante de Góngora. Toledo con sus cigarrales, moreras, membrillos, almendros (traídos de Arabia), mazapanes (ídem) y el acero de sus espadas. El Greco, como se sabe, vivió en esa ciudad espectral, y la pintó varias veces, sobre todo en un paisaje memorable. Se instaló, parece, en 1575 o 76 (hay tiniebla cerrada acerca de su vida anterior a la llegada, en Candia, Creta, donde nació y en Venecia y Roma donde estudió). Pinta varios cuadros menores, si menor puede llamarse un cuadro del maestro; pronto pinta su impresionante Expolio, tasado en 2.500 reales, que ya es magistral, pero despierta susceptibilidades en los teólogos toledanos, siempre puntillosos, en estos términos: “que quite algunas impropiedades que ofuscan la dicha historia y desautorizan al Cristo, como son tres o cuatro cabezas que están encima de la del Cristo y dos celadas, y asimismo las Marías y Nuestra Señora, que están contra el Evangelio, porque no se hallan en el dicho paso”. Este es buen ejemplo de una parte de la vigilancia a que estaban sometidos en la vieja ciudad. Si hubiera quitado lo que exigían, el cuadro habría sido irreparablemente destruido.

 

6. La exposición. Tiene dos partes, una interesante, pero regularcita, y otra extraordinaria. La primera documenta mundo, arte y, un poco, vida del Greco. Aquí la parte del león la tienen los cuadros producidos en serie en el taller del maestro por discípulos y asistentes; figuran, por ejemplo, tres crucifixiones semejantes, no iguales, claro; es muy pronunciada la diferencia de calidad, se incrementa, hasta desorbitarse, cuando prepondera la mano del maestro. En este capítulo se pueden encontrar algunos ejemplos de la influencia del maestro en otros pintores, modestas muestras, no muy bien elegidas, habida cuenta de que se podía llegar por la vía de la pincelada nerviosa, desdén por lo bien hechecito y lo bonito y busca de la expresión, hasta los grandes maestros del expresionismo del siglo XX. Pero viene luego el plato fuerte, su instalación es algo teatral, pero eficaz: el recorrido de un pasillo oscuro de mediano alcance prepara la llegada, el pasillo se tuerce y desemboca en la sala de los Apóstoles. Son trece retratos que no pueden creerse. El Greco, en los últimos años de su vida, está en el colmo de su poder, audaz, místico, revolucionario, expresivo, modernísimo. Esta sala vale todos los embotellamientos, colas, bochornos, tumultos, voces de las guías, todo, es un experiencia estética poderosa.

 

7. Apostolado. Última, e impresionante, serie pintada por el Greco también para la sacristía del monasterio de El Escorial, doce portentosos retratos imaginarios o visualizaciones sobre fondo negro y una dulce imagen de Nuestro Señor. La tradición quiere unas veces que los modelos hayan sido judíos, el Greco vivió en el barrio de la judería. Eso no puede ser, cuando el pintor llegó a Toledo los judíos ya habían sido lamentablemente expulsados de España. Y la tradición quiere otras veces que los modelos los haya descubierto el maestro en los patios del manicomio. Esto sí es cabalmente probable, casi seguro, diría yo. Los Apóstoles iluminados por una luz interior, un delirio sagrado.

Es imposible no pensar que el maestro pintó los cuadros de la serie uno tras otro, si no es que al mismo tiempo todos, en un mismo impulso porque una de las características del grupo es su fascinante unidad: lo mismo y, al mismo tiempo, diferente, depende de por dónde los veas. Variaciones sobre un tema, pero cada uno de los discípulos traspasados de individualidad.

Me gustaría ir comentando cada una de las versiones de los Apóstoles, pero no puedo, ya he escrito demasiado y no queda espacio.

Una palabra sólo sobre Judas Tadeo, apóstol, el santo más reverenciado por los mexicanos: tiene uno de los rostros más demenciales que se hayan pintado; hay algo siniestro en él, siniestro al estilo de David Lynch.

Las manos, las manos, el más delicado pintor de manos que ha dado el mundo es el Greco. El atlético genio del Greco es el genio de la urgencia, urgencia y velocidad. Es decir la belleza de la expresividad.

 

8. Se ha contado que el Greco conoció en Roma a Miguel Ángel y dijo de él: “es un pobre hombre que no sabe pintar”. Del mismo modo Miguel Ángel había expresado de Tiziano: “qué pintor sería este si supiera dibujar”. Y pienso que por grande que sea la mala leche de los pintores, que suele ser inmensa, no puede ser que el Greco se haya expresado así de Buonarroti, aunque sí me parece perfectamente posible que Buonarroti se haya expresado así de Tiziano. ~

 

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(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.


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