En 1977, Carlos Fuentes ganó con Terra Nostra el premio internacional de novela Rómulo Gallegos. En aquel tiempo remoto la entrega del premio coincidía con el aniversario del diario El Nacional. Fuentes, aquel año, fue el invitado de honor al open house que cada año, por el mes de agosto, solía ofrecer la directiva del diario en un salón del hotel Caracas Hilton.
Un comentario suyo, recogido por la prensa, sugería que el primer capítulo de la gran novela venezolana del siglo XX bien podría situarse en el cóctel de aniversario del diario fundado en 1943 por el abuelo de su actual editor, Miguel Henrique Otero, hoy exiliado en Madrid.
El escritor mexicano apuntaba, certeramente, al clima que envolvía a la sociedad venezolana en aquellos años de pujanza petrolera, genuina libertad de expresión, alternancia democrática y sus correlatos de movilidad social y, por supuesto, también corrupción.
Todo sugería una novela de esas que los saberes literarios llaman “coral”: un fresco animado que presentase media docena, quizá un poco más, de personajes, arquetipos y tramas que a su vez avivaran el comentario social.
La guasa caraqueña, encarnada en Marcelino Madriz, satírico insuperable, precisaba que el autor de La muerte de Artemio Cruz seguramente hablaba de una gran novela venezolana del siglo XX escrita por Carlos Fuentes a la manera de Carlos Fuentes.
Bromas aparte, es significativo que otros muchos testimonios latinoamericanos de entonces destacasen, igualmente, la singularidad de aquella Venezuela de la tolerancia, solitaria en un continente entonces signado por el militarismo y la insurgencia armada de izquierdas.
Caracas fue el burladero seguro y promisorio para centenares de perseguidos políticos provenientes de Brasil, como Fernando Henrique Cardoso, o del Cono Sur, como Tomás Eloy Martínez, Isabel Allende o Ángel Rama, por citar solo un puñado.
Apenas un año atrás se había nacionalizado nuestra industria petrolera, la democracia cumplía un tercer periodo constitucional y el país se encaminaba a una cuarta elección presidencial, sin turbulencias golpistas de derecha ni insurgencia armada guevarista.
En ningún lugar de Venezuela esa atmósfera de familiar diversidad y de tolerancia universal cuajaba mejor que en la fiesta anual de El Nacional.
Era el espíritu de aquel open house, al que estaba invitado todo el que quisiese dejarse caer, el mismo espíritu proverbialmente amplio y liberal que Miguel Otero Silva, aun siendo él mismo todavía un comunista de los de uña en el rabo, infundió en las páginas culturales y de opinión de su diario, abiertas siempre a todas las tendencias.
La poeta venezolana Ana Nuño me contó un día que, siendo aún una rebelde jovencita –calculo yo que por la misma época del premio otorgado a Fuentes–, su padre, el brillante filósofo Juan Nuño, que en los cincuenta se exilió en Venezuela aborreciendo el franquismo, se hizo acompañar de su hija a uno de aquellos festejos que comenzaban al mediodía, con la entrega de premios internos de la empresa editorial.
“Bien, ¿qué te pareció?”, preguntó Nuño a su hija, ya camino a casa, a media tarde. La joven respondió que el espectáculo de un excomandante guerrillero brindando y en charla intrascendente con el coronel retirado que le había dado caza en el monte quince años atrás, le resultaba obsceno y merecía todo su desdén.
Nuño se detuvo un instante a recordarle que él se había visto precisado en los años 50 a dejar España, su país de origen, donde hasta hacía muy poco aún se fusilaba.
Ciertamente, las mezcolanzas de la fiesta de El Nacional habrían sido impensables en la España de su primera juventud. “Pero prefiero mil veces esta promiscuidad que tanto te choca”, repuso el autor de La filosofía en Borges y celebrado columnista de El Nacional.
Desde que tengo uso de razón, ningún venezolano de bien pasa por alto el 3 de agosto. Este año, la fecha marca el 80° aniversario del periódico más auténticamente demócrata y liberal de Venezuela. Por todo ello brindo: por el diario en que eché los dientes, el buque insignia de la promiscua y disparatada y ruidosa Venezuela democrática en que me hice adulto. ~
Bogotá, 2 de agosto de 2023
(Caracas, 1951) es narrador y ensayista. Su libro más reciente es Oil story (Tusquets, 2023).