Foto: Eva Rinaldi, CC BY-SA 2.0.

El fenómeno Taylor Swift

Sus exitosas giras y sus discos multipremiados explican el peso de Taylor Swift en la industria musical. Para sus fans, su música ofrece una suerte de terapia colectiva y los cimientos de una comunidad variada.
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Desde hace unas semanas, no hay ocasión en que al abrir alguna red social no me salgan publicaciones relacionadas con Taylor Swift. Posiblemente los algoritmos saben que es la única artista a la que he reproducido en los últimos meses en Spotify. Sin embargo, cuando unas amigas que no son sus fans me comentaron que ellas también veían solamente contenido sobre Taylor Swift en su timeline, pensé que tal vez la obsesión con ella ya rebasó a su base de fans –o swifties, como nos hacemos llamar.

Más allá de los tabloides por los que Swift ha sido conocida, la joven originaria de Pensilvania ha demostrado que es una cantautora, productora, directora y empresaria que sabe enfrentar las críticas y usarlas a su favor. En su palmarés cuenta con 12 premios Grammy, tres de ellos por Álbum del año (lo que la hace la única mujer con dicho récord), 14 MTV Video Awards y más de cien récords Guinness. Recientemente se convirtió en la primera mujer en alcanzar los más de 100 millones de oyentes mensuales en Spotify. Se estima que su más reciente gira, donde recorre diez discos en más de tres horas de concierto, podría convertirse en la más taquillera de la historia, con una recaudación de más de 2 mil millones de dólares, solo por la venta de entradas en Estados Unidos. En México, su paso de cuatro días en la capital dejó una derrama económica estimada de más de mil millones de pesos. Por eso sus seguidores no exageramos cuando afirmamos que Swift es la industria musical.  

Ese éxito no es gratuito. Desde los dieciséis años, Swift ha trabajado para llegar al lugar que actualmente ocupa. Ante todo, ella compone todas sus canciones. A diferencia de otros intérpretes que cantan canciones escritas por otros o que participan mínimamente en su composición, Swift, si bien ha contado con la ayuda de otros compositores, es la mastermind de cada tema y álbum. De Taylor Swift a Midnights, incluyendo sus cuatro álbumes regrabados con la etiqueta Taylor’s version (una estrategia para recuperar los derechos de su música después de que su antigua disquera fuera adquirida por un representante musical famoso por atacarla constantemente) ha construido su propio universo lírico y musical, donde lo mismo hay lugar para el country que para el pop y el folk y para las influencias del blues, electro y góspel. En los diecisiete años que han transcurrido entre su primer lanzamiento y su más reciente disco, Swift se ha mantenido fiel a su propósito de cantar canciones firmadas por ella y que hablen sobre aquello que le importa en ese momento de su vida.

La primera canción suya que me aprendí de memoria fue “Love story”. Era 2008, yo estaba terminando la secundaria y Taylor cantaba sobre un amor imposible porque la familia de Ella no lo aceptaba a Él. Nada más alejado de mi situación amorosa en ese entonces, ni siquiera tenía novio. Pero había algo en esa letra sobre una joven que cree haber encontrado el amor y que le pide a su amado que la rescate de su vida monótona que me atrapó. Para mí, Taylor Swift era una cantante de música country (género que no me entusiasma), pero me gustaban sus videos donde ella salía con su cabello rizado y vestidos vaporosos mientras tocaba la guitarra, porque me parecían diferentes a lo que otras cantantes de la época hacían.

A “Love story” le siguió “You belong with me” y fue en ese momento donde pensé: “Ella sí me entiende”. Sin afán de aburrir a los lectores con mis recuerdos de juventud, en ese entonces el objeto de mis suspiros era un amigo que no me veía como algo más, pero yo no entendía por qué, si claramente nadie lo conocía mejor que yo. Por primera vez una cantante ponía en palabras lo que yo sentía.

Iniciarme en la secta de Swift parecía lo más natural porque al final no era más que música “para niñas”, etiqueta que acompañó a sus primeros discos como resultado de una de las principales críticas que se le han hecho: “Solo escribe sobre sus exnovios.” En efecto, buena parte de sus canciones hablan de amor: de cómo acercarte a alguien que te gusta, de la ilusión, del primer flechazo, de cómo se siente encontrar a alguien con quien quieres pasar toda tu vida y, también, de no ser correspondida y del dolor de una ruptura. Y sí, gran parte de su discografía es autobiográfica, y varias de sus canciones están inspiradas en sus exnovios, algunos de ellos cantantes y actores. Pero Taylor Swift no es la primera en inspirarse en sus relaciones para escribir canciones, ¿y acaso Paul McCartney y Bob Dylan han sido acusados por hacer lo mismo? No lo creo.

Swift se vale de los recursos que domina –la música y las letras– para expresarse y quienes la escuchamos podemos sentirnos identificados con las situaciones y emociones que evoca. Si tantas niñas, adolescentes y mujeres empezamos a escucharla con más atención fue porque sus canciones eran una especie de terapia colectiva. Recuerdo perfectamente cuando publicó la versión de 10 minutos de “All too well”, aquella canción que le compuso a un famoso actor varios años mayor que ella y que le rompió el corazón. Después de haber escuchado (y llorado) con la nueva versión de la canción, entré a terapia y lo primero que le dije a mi psicóloga fue: “Acabo de escuchar una canción que me recordó un momento de mi vida que creí que ya había superado”. Y su respuesta fue: “¿La de Taylor Swift?” Eres la tercera paciente que me dice lo mismo hoy”. Ya no estaba sola con mi tristeza y ya no me sentí mal por descubrir que la única que sintió algo en esa relación fui yo.

Esas experiencias “irrelevantes” o “superficiales”, de las que Swift escribía, no son solo “para niñas” porque no hay nadie que no se haya enfrentado al miedo a hacer el ridículo o al dolor de una decepción amorosa. Si se revisan sus letras, se pueden encontrar otros temas además del amor, por ejemplo, el miedo a crecer, el sexismo, la amistad, el amor materno, el peso de la fama, las críticas y el deseo de venganza. Quienes hemos acompañado a Taylor desde hace años hemos crecido con ella y nos identificamos con sus diferentes eras. Lo sorprendente es que esa identificación ha llegado hasta a otras generaciones. En sus conciertos en el Foro Sol, lo mismo se podía ver intercambiando pulseras de la amistad a niñas de nueve años, jóvenes veinteañeras, mujeres arriba de los cuarenta, miembros de la comunidad LGBTQ+ de todas las edades, papás que acompañaban a sus hijas, novios y esposos y a un ministro de la Suprema Corte de Justicia sesentón.

La energía de Swift es contagiosa y no deja de ser admirable que, así como no para ni un segundo durante tres horas y media de concierto, no lo hace en su vida. Durante la pandemia de covid-19, ese impasse en el que preparábamos todos los panqués de plátano posibles, Taylor se encerró en su casa (donde construyó un estudio de grabación) e hizo dos discos, los cuales ya no son completamente autobiográficos porque cuentan historias de otras personas, reales o imaginarias. Por ejemplo, el ficticio triángulo amoroso de James y Betty que es el tema de “Cardigan”, “Betty” y “August”, o la atormentada vida de Rebekah Harkness, inspiración de “The last great American dynasty”.

Esa necesidad de siempre hacer más es un reflejo de la exigencia que la sociedad nos ha impuesto a las mujeres. En su canción “The man”, Taylor denuncia que está cansada de correr tan rápido como puede, preguntándose si llegaría antes si fuera hombre. Durante varios años la prensa no prestaba atención a su talento, sino a quién era su pareja del momento y por qué no duraba en una relación. No importaba lo que Swift hiciera, nunca era suficiente. Como ella, muchas mujeres jóvenes hemos experimentado esa constante insatisfacción y la necesidad de demostrar a los demás que merecemos el trabajo o la posición que ocupamos.

No sé si algún día Taylor esté completamente satisfecha. El reciente anuncio de la proyección de su concierto en salas de cine y los rumores de un nuevo documental sobre su música (ya tiene dos) confirman que no está dispuesta a perder un solo segundo. Y quienes disfrutamos de su música, tampoco.

En una época en que la discordia y la polarización se han apoderado de cada espacio, sus canciones son una celebración de la vida, de lo necesaria que es la empatía para cruzar los momentos difíciles y de que ser sensible está bien. Lo que ha logrado Taylor Swift, más allá de las altas cifras de ventas y los cientos de reconocimientos, es construir una comunidad de personas que sabemos que por más complicada que parezca la vida, “You’ve got no reason to be afraid”. ~

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estudió literatura latinoamericana en la Universidad Iberoamericana, es editora y swiftie.


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