Uruchurtu

Uruchurtu. El regente de hierro

Manuel Perló Cohen

Instituto de Investigaciones Sociales-UNAM

Ciudad de México, 2023, , 842 pp. 2 tomos

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En su extensa investigación sobre el regente de la Ciudad de México Ernesto Uruchurtu, Manuel Perló lo presenta como un caso de excepción. En cierto modo es cierto, pues Uruchurtu fue una rareza en el sistema político priista. Pero al mismo tiempo las más de 800 páginas de los volúmenes demuestran que fue un caso revelador de la naturaleza del régimen. Fue singular que Uruchurtu se mantuviese como regente durante casi catorce años, entre 1952 y 1966. Pero esta singularidad resultó reveladora de la naturaleza del sistema político despótico que se extendió a lo largo de casi todo el siglo XX. Por ello, el libro de Perló es un extraordinario estudio sobre la compleja y sofisticada maquinaria política del régimen nacionalista revolucionario. La larga duración del poder de Uruchurtu funciona como un microscopio que aumenta la visión de los entresijos del sistema priista y permite observarlos mejor. Además, desde luego, el libro de Perló es un estupendo análisis de los problemas urbanísticos de la Ciudad de México de aquella época.

La lectura de este libro fue para mí una experiencia personal inquietante. Y digo que fue una experiencia personal porque yo viví y sufrí de joven la regencia de Uruchurtu como estudiante de antropología en el centro de la Ciudad de México (la ENAH se encontraba en la calle Moneda). A los jóvenes estudiantes de los años sesenta del siglo pasado nos repugnaba lo que Uruchurtu representaba: era un político anticomunista, anticardenista y antisemita, que había sido almazanista y que había aspirado a ser presidente de la república. Había sido acusado de xenófobo y pasó por la Secretaría de Gobernación y la Comisión Federal Electoral, donde seguramente no fue ajeno a la represión contra los henriquistas después de las elecciones de 1952, que se manifestaron en protesta por el fraude electoral en los comicios donde Ruiz Cortines ganó la presidencia. Las protestas fueron reprimidas a tiros. Hay que recordar que Uruchurtu, durante su breve cargo como secretario de Gobernación, despidió al escritor Fernando Benítez como director de El Nacional, el diario oficial. Con Ruiz Cortines en el poder se inició la larga regencia de Uruchurtu. Además, a los jóvenes estudiantes de los años sesenta, años de contracultura y rebeldía, nos desagradaba su moralina conservadora, que obligaba a los cabarets a cerrar muy temprano. Clausuró varios lugares de diversión y prohibió o censuró los espectáculos que se presentaban. Ordenó ponerle un taparrabos a la estatua de la Diana Cazadora, para ocultar su pubis. El famoso Tívoli, un teatro de variedades que frecuentábamos, fue estrechamente vigilado y censurado por el llamado “regente de hierro” y al final fue demolido en 1963. La persecución de vendedores ambulantes fue otra de las peculiaridades de la regencia de Uruchurtu. Nunca olvidaré la saña con que los policías perseguían a las mujeres indígenas que frente a la ENAH vendían naranjas. Toda esta dureza y mucho más es expuesta por Perló en su libro. Narra también los enfrentamientos con el líder del PRI en el DF, el izquierdizante Rodolfo González Guevara, que después denunció a Uruchurtu como un “antipriista furibundo”. Me llegan recuerdos de este personaje, González Guevara, que fue subsecretario de Gobernación cuando yo dirigía en 1980 la revista El Machete, del PCM, y que me reprochaba que la revista no era suficientemente marxista. La llamada izquierda del PRI, que fue un fenómeno curioso, detestaba a Uruchurtu. Después, González Guevara fue el secretario general del gobierno del DF cuando era regente el general Corona del Rosal, quien sustituyó a Uruchurtu cuando este fue despedido. Corona del Rosal no era precisamente un izquierdista, sino más bien un político duro y represivo.

Debo confesar que mi antipatía por Uruchurtu me impulsó a leer el libro de Perló. Al hacerlo, me di cuenta de que este personaje fue un político muy complejo y que su función en el DF mostraba con detalle muchas facetas del sistema priista. Las sutilezas de las formas autoritarias de gobierno que revela la vida política de Uruchurtu dan una idea de la perfección que el escritor Mario Vargas Llosa vio en la dictadura mexicana.

En muchos lugares de la república el poder político tenía sus raíces en las élites locales. En contraste, en la Ciudad de México no había fuerzas sociales y políticas que determinasen el curso de la política, pues aquí todo dependía de la presidencia de la república y de las fuerzas que operaban a escala nacional. Desde luego, las grandes compañías constructoras, los urbanizadores o las empresas camioneras ejercían presiones, lo mismo que los sindicatos y el priismo local. Pero Uruchurtu no se dejó controlar por estos grupos. El libro de Perló ofrece una buena interpretación de las interacciones del regente con la élite en el poder, las secretarías de Estado, los empresarios y los sindicatos.

La represión fue una característica del régimen priista y el gobierno la aplicó siempre que le pareció necesaria. Desde 1958 se enfrentó a las movilizaciones de los ferrocarrileros, de los maestros y de los estudiantes. Un grupo estudiantil dinamitó en 1966 la enorme y ridícula estatua de Miguel Alemán en Ciudad Universitaria, lo que recordó lo represiva y corrupta que había sido su presidencia. Hubo manifestaciones en apoyo a la Revolución cubana que fueron reprimidas.

En el sexenio de López Mateos ocurrió uno de esos fenómenos típicos del autoritarismo mexicano. El presidente pretendía ser de “izquierda dentro de la Constitución”, como dijo, y aparecía como tal al mantener buenas relaciones con el gobierno de Fidel Castro en Cuba. Por ello, cuenta Perló, fue importante la visita del presidente Kennedy en junio de 1962, pues le permitió a López Mateos equilibrar su relación con Estados Unidos. Para ello se debía evitar toda manifestación de protesta (especialmente en defensa de Cuba), y Uruchurtu instruyó a la policía metropolitana para ello. Cientos o acaso miles de personas fueron arrestadas (yo fui una de ellas). Kennedy no vio ninguna manifestación de protesta. Quiero recordar que poco más de un mes antes fueron brutalmente asesinados el dirigente campesino Rubén Jaramillo y varios miembros de su familia por órdenes del presidente.

Uno de los momentos reveladores de la mecánica política del sistema fue cuando el presidente Díaz Ordaz nombró por tercera vez a Uruchurtu regente del DF, puesto del que fue obligado a renunciar menos de dos años después mediante una maniobra policiaca muy sucia y extraña. El relato de la caída de Uruchurtu es una de las partes más fascinantes del libro de Perló. En septiembre de 1966 ocurrió un violento desalojo, encabezado por el siniestro policía Raúl Mendiolea Cerecedo, de unos cuatro mil habitantes de Santa Úrsula, un lugar cerca del Estadio Azteca recién inaugurado. Al parecer, según Perló, fue una trampa, pues Uruchurtu supuestamente no habría ordenado el desalojo que provocó un escándalo muy bien orquestado por los enemigos del regente. Tuvo que renunciar después de casi catorce años al frente del gobierno del DF. El análisis que hace Perló de este proceso es muy interesante y permite ver con detalle las maniobras que provocaron la caída del poderoso político.

Como la represión a los habitantes de Santa Úrsula fue atribuida a Uruchurtu, se desencadenó contra él la furia de una parte de las esferas políticas. El ideólogo priista (y filósofo) Emilio Uranga lo atacó con ferocidad; y también el famoso periodista Francisco Martínez de la Vega escribió contra él. Paradójicamente “la defensa más sólida y apasionada del exregente –escribe Perló– no provino de la prensa conservadora o de los integrantes del pan, sino de dos revistas, una de centroizquierda, el semanario Siempre!, y otra de izquierda, la revista quincenal Política, dirigida por el ingeniero Manuel Marcué Pardiñas, publicaciones que presumiblemente recibían apoyo económico de Uruchurtu y de la oficina de prensa de la presidencia”. Era sabido que Marcué Pardiñas también recibía dinero del expresidente Miguel Alemán. Estas son las curiosidades paradójicas del nacionalismo revolucionario.

En la Cámara de Diputados los priistas criticaron con dureza a Uruchurtu, en una “maquinación orquestada desde la cúspide del poder presidencial –dice Perló–, operada tras bastidores por Alfonso Martínez Domínguez, ejecutada principalmente por Gonzalo Martínez Corbalá”. La caída de Uruchurtu fue un misterio. Perló cree que Díaz Ordaz necesitaba consolidar su poder presidencial frenando la autonomía que aparentemente había alcanzado el regente. Me pregunto: ¿no habría sido más fácil que el presidente le pidiera su renuncia en lugar de organizar un complot con la policía que asaltó a los habitantes de Santa Úrsula? Se hubiera evitado un gran escándalo. Uruchurtu era muy poderoso, pero carecía de una base social y política amplia. Su poder venía del propio Departamento del DF, un gran poder sin duda, pero a fin de cuentas un poder burocrático. Cuando renunció Uruchurtu, el presidente ni siquiera creyó necesario organizar una cacería de uruchurtistas. No dudo que personajes tan turbios como el dirigente Martínez Domínguez y el policía Mendiolea Cerecedo hayan organizado la represión de Santa Úrsula a espaldas del regente. Pero me pregunto si este no cometió un error que fue aprovechado por sus numerosos enemigos. Sin embargo, algo debió haber sospechado el presidente puesto que ordenó al aparato de seguridad vigilar las actividades de Uruchurtu e investigar sus propiedades una vez que renunció. Tengo la impresión de que la caída de Uruchurtu sigue siendo un misterio que será difícil de aclarar, pues el regente poco antes de morir ordenó quemar su enorme archivo.

No deja de ser inquietante lo que menciona Perló en su libro: el actual presidente de la república, López Obrador, declaró en el año 2000, siendo ya jefe de Gobierno electo, que él sería un “Uruchurtu democrático”. Otro obradorista, hoy fiscal, Alejandro Gertz Manero, escribió en 2007 que Uruchurtu había sido “el mejor regente que había tenido la Ciudad de México” desde la independencia del país en el siglo XIX. Por lo visto el autoritarismo es una veta profunda alojada en la política mexicana.

Las conclusiones de la excelente investigación de Perló nos muestran que la eficiencia de la gestión de Uruchurtu no abrió un camino hacia la modernización. Nunca se interesó por usar nuevas tecnologías urbanas, se negó a construir un metro, no impulsó proyectos arquitectónicos de vanguardia ni se interesó en la planificación metropolitana. Tampoco aceptó construir un muy necesario drenaje profundo ni impulsó la construcción de vivienda pública. Ejerció un urbanismo vertical y autoritario. Su política se caracterizó por la exigencia de que se aplicase de manera implacable su autoridad, por su persecución de la informalidad, por su decisión de frenar la expansión física del DF y de lograr una gran urbe ordenada y agradable. Lo más criticable, según Perló, es su intervención moralizadora autoritaria y conservadora. Impuso un estricto control de las diversiones y quiso domesticar los hábitos de los habitantes de la capital para instaurar sus ideas morales.

Perló, que muestra un gran oficio como historiador y una penetrante agudeza en su análisis sociopolítico, cree que Uruchurtu encabezó un régimen autoritario, pero no considera que llegase a ser represivo. Tiene razón si pensamos en las típicas dictaduras sudamericanas de aquella época o en el asesinato de Rubén Jaramillo y su familia ejecutado por órdenes de López Mateos. Además, explica, no tuvo necesidad de reprimir con dureza debido a que no tuvo una importante oposición que lo llevase a asesinar y encarcelar. No sabemos qué hubiera hecho en 1968, dos años después de su despido, pero me puedo imaginar que hubiese respaldado activamente la gran represión que entonces desencadenó el gobierno de Díaz Ordaz contra los estudiantes.

Perló concluye su gran libro con una idea fundamental: hoy no necesitamos un nuevo Uruchurtu. Sería indeseable, en el contexto democrático que vive la Ciudad de México desde hace un cuarto de siglo, un gobierno como el suyo. Además, dado el nuevo ambiente político, parece imposible que surja un gobierno como el del regente de hierro. ~

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Es doctor en sociología por La Sorbona y se formó en México como etnólogo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.


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