Narrar el territorio

La ciudad sin imágenes

Juan Gallego Benot

La Caja Books

Valencia, 2023, 128 pp.

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La ciudad sin imágenes (La Caja Books, 2023) es el primer ensayo de Juan Gallego Benot después de dos celebrados libros de poesía, Oración en el huerto y Las cañadas oscuras. Su núcleo temático, la descripción de esa condición que dificulta a su autor reconocer rostros o lugares –sobre el tema hay en Letras Libres un artículo reciente de Mamen Horno, “Sobrevivir a la socialización a pesar de la prosopagnosia”–, no se aborda de manera clínica, al estilo de Oliver Sacks. En su lugar, trata de presentarse como una metodología, una manera de pensar cuestiones como la transformación continua de las ciudades, su acumulación de estratos e historia, o la idealización de lo rural a partir de lo urbano. Tal y como se indica en el prólogo, el foco está sobre el modo de ver antes que sobre la cosa vista: “La enfermedad de la confusión (…) es entendida en estas páginas como una herramienta para dejar de ver en el espacio y observar más bien lo extraño que resulta su existencia”.

En cierto sentido, La ciudad sin imágenes profundiza temas que ya aparecían en sus poemarios previos, como la extrañeza del espacio y del paisaje o el agotamiento de los símbolos, y que ahora adquieren un nuevo contexto. Frases como “yo no quiero la destrucción de los iconos, sino la blandura sobre ellos, una ráfaga opaca que pueda paralizar las esquinas, eliminar las formas del paseo” recuerdan a algunos de sus primeros poemas: “No quiero la limpieza / sino el barro, / no busco la redentora / verdad; la luz / que me acompaña desnuda al cielo”.

Pero este libro no se limita a justificar o hablar por los anteriores, sino que muestra al lector más despreocupado la necesidad que tiene su autor de movilizar el lenguaje y el poema para interpretar el mundo: “Sabemos que la poesía no puede hacer nada, por supuesto, pero tal vez sí esté entre sus limitadas funciones la de hacer acto de presencia allí donde falla la imagen”. El tópico del arte como puerta de acceso a la realidad se convierte aquí en un mecanismo de supervivencia frente a una afección que separa a las imágenes de las palabras. La reflexión poética está ligada a la reflexión sobre el espacio porque, para Gallego Benot, hay en ambos casos un ejercicio de manipulación o adecuación de los mecanismos de representación del lenguaje: “en lugar de asignar a cada imagen un sentido, y así viajar por un mar de símbolos, voy aprendiendo a vaciar la palabra para que deje de hablar por las imágenes”. O como lo expresan unos versos de Las cañadas oscuras: “No hay calle, ni reliquia, / ni ciudad, ni símbolo. Tengo que inventarlo todo”.

Las circunstancias derivadas de este problema de reconocimiento —desubicación, confusión de rostros, ejercicios de memoria— se combinan, hasta resultar inseparables, con la argumentación lingüística o estética en torno al potencial significativo y simbólico de diversas imágenes pictóricas, monumentales, arquitectónicas o cinematográficas. Al inicio del libro, por ejemplo, se relata un paseo por la National Gallery y se estudian dos cuadros estrechamente ligados a la noción de ruina. El museo es un espacio que sirve de consuelo al autor porque apenas se ve alterado con el paso del tiempo. El motivo del paseo, con el énfasis puesto en el escenario cambiante, y esa ruina física, histórica y literaria que es eco de la de Benjamin, serán elementos determinantes para el resto del libro

Aunque quizá la mejor muestra de este vínculo entre lo patológico y lo poético sea el capítulo final, en el que Gallego Benot realiza una fina lectura de varios poemas románticos sobre el campo (Blake, Shelley, Wordsworth) y los vincula con la ensoñación rural tan de moda en la literatura reciente: “Me interesan esos momentos en que la invención del campo se vuelve contradictoria y frágil, aquellos en que la estructura mitologizadora da muestras de agotamiento”. Este estudio breve pero detallado acerca de la visión idealizada de la naturaleza que tiene un urbanita sirve a Gallego Benot para hablar de su propia parálisis ante la saturación de imágenes y símbolos, que desbordan las calles de la ciudad e inundan su escritura haciéndole dudar de la capacidad de abstracción del lenguaje o del recurso a la poesía como forma de escape: “La huida de la urbe no ha evitado que sean los ritmos de la ciudad quienes dirijan el tumulto, por lo que el único acto honesto consiste en colaborar con esos ritmos (…). Mi intento de escapar ha sido frustrado y de ello dan cuenta solo las ruinas que están frente a mí”.

Uno se acerca siempre con reparos a este género híbrido de confesiones y reflexiones, porque es fácil que la cercanía o la escasa profundidad de sus ideas baje del pedestal a autores que de otro modo respetamos. Pienso en lo mucho que me gusta Giacometti y en lo poco que disfruté sus escritos, o en cómo en su día quedé fascinado por las novelas de Blanchot y lo poco relevantes que me parecieron sus ensayos. La ciudad sin imágenes constituye uno de esos pocos ejemplos en los que un poeta salta al ensayo y mantiene su interés y relevancia. Y no solo en lo que respecta a su propia obra o al dibujo de sí mismo que realiza Gallego Benot, sino por ese modelo de lectura que puede aplicarse a otros libros futuros y que intenta dotar a la escritura de autonomía frente toda referencia o metáfora gastada: “La palabra que busco solo basta si su fin último es la destrucción, sin alternativas ni planes futuros, palabras inútiles, irrepresentables, que pierden su deseo de narrar o dibujar un territorio”.

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Manuel Pacheco (Villanueva de los infantes, Ciudad Real, 1990) es músico y filólogo. Es autor de 'Las mejores condiciones' (Caballo de Troya, 2022).


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