Chávez, vivir en la mentira

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Las apariencias engañan. Lo importante no fue la pregunta del rey Juan Carlos. Lo importante fue lo que pasó después: Chávez se pasmó. No supo cómo reaccionar. Quedó demudado, con el alma boquiabierta, fuera de tiesto. Lo importante fue lo que pasó después del después: “yo no oí al Rey. Esa es la verdad”, dijo el presidente.

Yo prefiero suponer que está mintiendo. Porque si en realidad no lo vio ni lo oyó, nuestros problemas son más graves de lo que pensamos. Era imposible no verlo, no oírlo. El Rey estaba ahí, se inclinó, se le metió delante de los ojos, se dirigió a él… Juan Carlos de Borbón se le puso en frente, en plan de “¡Coño, pana! ¡Déjalo hablar!”, “¡Dale un chancecito a los demás!”, pero al estilo español, por supuesto, seco y sin diminutivos. No fue, obviamente, la forma más saludable de diplomacia, pero el presidente Chávez debería comprenderlo. También a él le gusta jugar rugby en las canchas de bádminton.

Pero, insisto, la pregunta del Rey es, en el fondo, el detalle menor de toda la secuencia. Mi amiga m, también, a veces, se pone en cuclillas frente al televisor y le dice cosas al presidente. Ella siempre lleva puesta una exasperación. Tiene un grito despierto, sentado sobre la vesícula, alerta. Cuando lo escucha decir que los estudiantes son unos “niñitos ricos”, “oligarcas”, “jóvenes de derecha” o “infiltrados”, a mi amiga le tiembla la mandíbula. “¡Eso es un embuste!”, masculla. Si lo oye hablar del golpe del 2002 y narrar, con hondo dramatismo, que “lo iban a fusilar”, m alza los brazos y tirita de impotencia: “¡Mentira!” Si lo escucha enumerar las bondades de su gobierno y asegurar que ha “disminuido drásticamente la pobreza”, mi amiga casi salta, llena de indignación, espetando al televisor: “¿Cómo puedes decir eso? ¡Es falso!”, dice.

Chávez no está acostumbrado a que lo confronten tan de cerca, a tres metros de distancia. La pregunta del Rey lo dejó paralizado. Intuyo que esto fue lo que más le molestó al presidente. Y quizás pasó las siguientes horas masticando el típico monólogo del arrepentido: “He debido pararme y decirle en ese mismo momento: ¡Cállate tú, españoleto!”, “¡Me hubiera puesto a echar chistes de gallegos!”, “¡Aunque sea me hubiera metido con la revista ¡Hola!!”, “¡Cómo ni siquiera se me ocurrió cantarle con dinero o sin dinero, sigo siendo el rey!”…

Nunca dijo nada. Más bien refirió, en una de sus versiones del cuento, que se había enterado de lo ocurrido en la noche, al llegar el hotel. En otro momento, también dijo que, gracias a la amabilidad de la primera dama de Nicaragua, pudo saber qué había pasado. En ambos casos, lo obvio es despedir a Nicolás Maduro y a todo el grupete que acompañó en Santiago de Chile. ¿Qué clase de equipo es ése? Terminó la cumbre, Chávez se despidió, salió, fue a un estadio, saludó, habló, cantó, regresó al hotel sin que nadie de su entorno fuera capaz de susurrarle: “Epa, pichón, qué buena vaina con ese Rey, ¿no?”

Sin duda, yo prefiero pensar que Chávez tal vez miente. Que quizás oyó a Juan Carlos con puntual nitidez y se quedó con la pregunta en las manos, sin saber qué hacer. Después, sí. Después, volvió a ser el mismo Chávez de siempre, el que todos conocemos. El Chávez que, con aires de inocencia, de pronto casualmente sospecha que Juan Carlos de Borbón fue cómplice en el intento del golpe de Estado del 2002. El Chávez que, sin parpadear, se ofrece como una víctima de quinientos años del abuso criminal conquistador. El Chávez que trabuca su boca en metáfora de los oprimidos de la tierra. El Chávez profundamente militar, que respira en la confrontación, que entiende la diferencia como una radical enemistad. Mi amiga m mastica su vesícula frente al televisor.

En su análisis sobre el postotalitarismo, Václav Havel afirma que “el poder es prisionero de sus propias mentiras y, por tanto, tiene que estar diciendo continuamente falsedades. Falsedades sobre el pasado. Falsedades sobre el presente y sobre el futuro. Falsifica los datos estadísticos. Da a entender que no existe un aparato policíaco omnipotente y capaz de todo. Miente cuando dice que respeta los derechos humanos. Miente cuando dice que no persigue a nadie. Miente cuando dice que no tiene miedo. Miente cuando dice que no miente”. Havel señala que, en este tipo de sociedades, los individuos no están obligados a creer en todas estas mentiras, pero sí deben comportarse como si las creyeran. Deben, entonces, “vivir en la mentira”.

Chávez no vio a Juan Carlos. No lo oyó. Chávez sólo nos defendió de los ataques de la monarquía española, aliada ahora con los gringos. Chávez nos ama y Borbón nos desprecia. Gracias a Dios, ya muy pronto ningún imperio nos amenazará. Con la Reforma, Chávez será nuestro Rey. ~

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(Caracas, 1960) es narrador, poeta y guionista de televisión. La novela Rating es su libro más reciente (Anagrama, 2011).


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