En
cada una de las ocasiones que me ha tocado explicar fuera de España,
en actos académicos o en conversaciones privadas, la situación
vivida en el País Vasco bajo la presión del terrorismo
de ETA y del nacionalismo radical, siempre alguno de los auditores ha
mostrado sorpresa o desconcierto ante el acoso a los no nacionalistas
y, especialmente, ante un par de temas: la vida cotidiana bajo
protección o extrema vigilancia y la existencia de refugiados
políticos o exiliados vascos repartidos por toda la geografía
española y en el extranjero. Todos ellos son víctimas
de la sinrazón terrorista de los nacionalistas radicales: los
cargos políticos que no pueden salir a la calle sin escolta,
los comerciantes extorsionados, los periodistas e intelectuales que
viven bajo amenaza, los policías que se ven en la obligación
de vivir en las provincias limítrofes o los profesores que,
por seguridad, han debido abandonar su trabajo en las universidades
del País Vasco y aceptar puestos en otras universidades
españolas, francesas o norteamericanas. La lista de hombres y
mujeres afectados podría ser larguísima. Constituyen
una porción del iceberg del conflicto vasco que demasiado
frecuentemente olvidamos; forman parte, al fin y al cabo, de esa
mitad no nacionalista de la sociedad que el estruendo nacionalista
relega a un segundo plano de la actualidad.
A
lo largo del pasado año aparecieron en España algunos
libros, pertenecientes a géneros bien distintos, que permiten
entender algo mejor el conflicto vasco en el último cuarto de
siglo y, en particular, la cuestión de las víctimas del
acoso y la violencia del nacionalismo étnico y terrorista.
Tres de estas obras, en concreto, merecen aquí un comentario:
Porque tengo hijos,
de Rosa Díez; Los
peces de la amargura, de Fernando Aramburu, e Identidades
proscritas, de Juan Pablo Fusi. En la primera, Rosa Díez
reúne artículos, elaborados entre 1996 y 2006, sobre
los avatares de la política vasca. Se trata de textos lúcidos,
valientes y comprometidos, que nos recuerdan permanentemente qué
hizo cada cual en cada momento, ya sean los cachorros fanáticos
del nacionalismo pro-etarra, los peneuvistas situados bajo el signo
del egoísmo o bien sus propios correligionarios socialistas
vascos, inmersos en una vía democráticamente suicida.
La lectura de este libro, que ya fue comentado por Félix
Ovejero en septiembre de 2006 en las páginas de Letras
Libres, ofrece nuevas razones para admirar a Rosa Díez
a todos aquellos que ya lo hacíamos en su condición de
política, activista y resistente. El escritor Fernando
Aramburu, por su parte, nos ofrece, en Los
peces de la amargura, un maravilloso y punzante conjunto
de relatos que contienen fragmentos de vidas condicionadas, marcadas
o truncadas por la espiral del fanatismo. Emoción, algo de
impotencia y mucho de revuelta emergen necesariamente en la lectura
de estas narraciones. Razón tiene Fernando Savater cuando
afirma que, exceptuando las novelas de Raúl Guerra Garrido,
hasta este libro “las víctimas del terrorismo no habían
encontrado un reconocimiento artístico de su humilde calvario
a la altura exigible” (“Víctimas”, El
País, 9 de diciembre 2006).
En
el tercero de los libros, Identidades
proscritas. El no nacionalismo en las sociedades nacionalistas,
del historiador Juan Pablo Fusi, solamente un capítulo está
dedicado al País Vasco. No obstante, estamos antes unas
páginas que permiten entender cabalmente la problemática
del no nacionalismo en sociedades, como la vasca, condicionadas por
el nacionalismo, y, al mismo tiempo, ubicar esta problemática
en un marco internacional. Los nacionalismos y, específicamente,
la cuestión nacional en España ya han centrado
bastantes libros de este autor: El
problema vasco en la II
República (1979), El
País Vasco. Pluralismo y nacionalidad (1984),
España. Autonomías
(1989), España. La
evolución de la identidad nacional (2000) o
La patria lejana. El nacionalismo en el siglo XX (2003).
Este último, en concreto, constituye una suerte de contrapunto
y complemento del que ahora ha llegado a las librerías.
Mientras que La patria lejana
pretendía ser una narración y una explicación de
los acontecimientos y los procesos más importantes del siglo
XX en los que el nacionalismo había tenido un papel destacado,
en Identidades proscritas,
por el contrario, se nos propone un estudio de las identidades y
culturas políticas que coexisten con el nacionalismo en
comunidades en las que éste tuvo o tiene una decisiva
importancia. El no nacionalismo adquiere la misma sustantividad, como
mínimo, en tanto que hecho social e histórico, que el
nacionalismo. El olvido del no nacionalismo, como consecuencia de la
atención preferente recibida por los nacionalismos, resulta de
esta manera convenientemente reparado. Buen número de
equívocos y apriorismos quedan en una posición ideal,
si se añade algo de voluntad, para saltar por los aires.
Juan
Pablo Fusi aborda en el libro un total de seis casos: los vascos, los
angloirlandeses, los judíos, los sudafricanos, los escoceses y
los canadienses. No se ha pretendido pergeñar, como reconoce
el autor, una obra enciclopédica. Estoy convencido, a pesar de
ello, de que el tratamiento del caso catalán hubiera
enriquecido, a nivel problemático, más que en el de los
simples contenidos, la ya densa perspectiva ofrecida. Como quiera que
sea, Identidades proscritas
permite comprender muchísimas cosas: la condición de
nacionalidad escindida del País Vasco, la trascendencia de la
creación del nacionalismo vasco y la presencia central de lo
vascoespañol; la invención por parte del nacionalismo
radical, a fines del siglo XIX, de una nación irlandesa
únicamente católica y gaélica, que excluiría
tanto al Ulster como a los angloprotestantes del sur (piénsese,
por ejemplo, en literatos como George Bernard Shaw, Samuel Beckett u
Oscar Wilde); la decisiva trascendencia del judaísmo no
sionista; la importancia de los liberales y comunistas no
nacionalistas, al lado, está claro, del Congreso Nacional
Africano, en la construcción de la actual Sudáfrica,
multirracial y democrática; la coexistencia de una fuerte
identidad escocesa, nacional si se quiere, y un débil
nacionalismo escocés; y, asimismo, el papel básico que
han tenido Quebec –una región mucho más plural, tanto
a nivel religioso como lingüístico y a nivel de
población, de lo que a veces se nos presenta– y los
quebequenses en la construcción del Canadá
contemporáneo. Hombres y mujeres, acontecimientos y procesos
pueblan estas doctas, a la par que amenas, páginas. El no
nacionalismo, que no debe confundirse con el antinacionalismo –aunque
los nacionalistas crean, en su obnubilación, lo contrario–,
puede llegar a convertirse en una forma de identidad comunitaria.
Nacionalismo y no nacionalismo son, como bien sostiene Fusi,
manifestaciones distintas de la identidad, la vida colectiva y la
política. Ni naturales ni predeterminadas: constituyen,
simplemente, fenómenos propios de las sociedades plurales.
Toda una lección. Estamos, en definitiva, ante un libro
excelente e imprescindible en nuestra todavía bastante confusa
España de hoy. ~
Jordi Canal (Olot, Girona, 1964) es historiador. Es catedrático de la École des Hautes Études en Sciences Sociales, de París. Su libro más reciente es '25 de julio de 1992. La vuelta al mundo de España' (Taurus, 2021).