Marca de agua, de Joseph Brodsky

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Después de libro de Predraj Matvejevic La otra Venecia (Pre-Textos, 2004), que seguramente recordarán algunos lectores pues es un libro inolvidable, nos llega otro no menos memorable sobre la ciudad del agua, símbolo y metáfora, hoy como ayer, de tantas cosas. Y nos llega de la mano de otro ilustre exiliado, que como el propio Matvejevic escribió largo y tendido sobre esta peculiar condición del hombre que bajo distintos disfraces es uno de los más tristes legados del siglo xx. No fueron los únicos exiliados a los que atrajo Venecia, como si la ciudad única en el mundo, la ciudad que no se parece a ninguna otra, la ciudad con una identidad hecha de piedra y de tiempo, ejerciera una atracción fatal entre aquellos a los que se les arranca de su suelo natal. Claro que tiene las raíces de agua, y esto quizá lo explique todo. Porque “el agua es igual al tiempo”, como repite Brodsky varias veces a lo largo de este libro sobre Venecia, con lo que seguramente ha querido decir que el tiempo fluye como el agua, pero quizás también que lo diluye todo. Un libro en el que por lo demás apenas se habla de Venecia, al menos como uno esperaría que se hablase de Venecia. Tal vez porque no sea un libro sobre Venecia, sino un libro de Venecia, producto de Venecia por decirlo de algún modo, a la que durante 17 años, año tras año, y siempre en la estación menos adecuada, volvió Brodsky casi obsesivamente. Pero no para visitarla, “no por motivos románticos” o sentimentales, sino para vivir en ella durante un mes o algo menos, o algo más, el tiempo que podía permitirse, para trabajar, escribir alguna cosa, traducir, leer o pasear, dos actividades estas últimas que le parecen intercambiables y yo creo que con razón. Por lo demás, la cualidad de lector y paseante se suele dar casi siempre en la misma persona. De modo que Marca de agua no es estrictamente un libro sobre Venecia, aunque Venecia esté presente en todas y cada una de sus páginas. Dicho de otro modo, cada una de sus páginas está recorrida por el espíritu de Venecia, porque el espíritu de Venecia no se encuentra únicamente en sus atardeceres, sino también, y quizá sobre todo, en las inclemencias del tiempo, tiempo atmosférico y tiempo histórico, por supuesto.
     Digamos que algunos libros tienen su origen en la experiencia, y que algunas experiencias tienen su origen en los libros. Por lo que respecta a Marca de agua, podría decirse que es un libro que tuvo su origen en una experiencia tanto como decirse que es una experiencia que tuvo origen en algunos libros. Venecia, cuenta el autor, le fue cercando poco a poco, libros, objetos y personas interpuestas actuaron de cebo, hasta que un día, casi sin darse cuenta, se había rendido a ella incondicionalmente, es decir irracionalmente, que es como tienen lugar las auténticas pasiones. Por eso tal vez también volvía siempre en la estación más inadecuada, el invierno, que por lo que sé gracias a otra persona rendida a Venecia, es la más adecuada de todas para los auténticos amantes de la ciudad. No sé si se le puede aplicar el calificativo de bella a Venecia, posiblemente el calificativo que más se le ha aplicado, pero posiblemente también se le quede muy corto. En cualquier caso, y hablando de la belleza, o mejor dicho de la búsqueda de la belleza a propósito de los Cantos de Pound, un escritor que a él le dejaba frío, cosa que no quiere decir indiferente (Brodsky aborrecía el frío; de hecho, nos cuenta que una amiga suya el único pero que le ponía al Infierno de Dante es que hiciera calor y no frío, círculos polares cada vez más heladores), bueno pues a propósito de la búsqueda de la belleza y Pound escribe: “Resulta extraño, en alguien que había vivido tanto tiempo en Italia, que no se hubiera dado cuenta de que la belleza nunca puede ser un objetivo, de que es siempre un subproducto de otra clase de empeño, a menudo de naturaleza muy corriente”. Y esto mismo es lo que sucede con Marca de agua, “un empeño de naturaleza muy corriente”, y más para un escritor, escribir un puñado de prosas en una ciudad con la que parecía tener una cita eterna. Prosas casi anecdóticas, epifanías, meditaciones, Brodsky pudo evitar en ellas el romanticismo, pudo evitar la sensiblería y la nostalgia que suelen acompañar casi siempre a este tipo de libros, con raras excepciones como el citado de Matvejevic, pero no pudo evitar la belleza, como tampoco pudo evitar el frío. Afortunadamente, por lo que respecta a la belleza.
     A Joseph Brodsky le hubiera gustado nacer en Venecia. No pudo ser: algo falló y nació en Leningrado (el San Petersburgo de hoy y de antes de ayer). Así que hizo todo lo posible por corregir este pequeño error en su biografía y quiso reposar eternamente en su ciudad de elección. Murió en Nueva York en 1996, pero está enterrado en el cementerio de San Michele de Venecia. –

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(Madrid, 1950) es crítico literario y traductor. En 2006 publicó el libro de relatos Esto no puede acabar así (Huerga y Fierro).


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