Desaparecidos

Los funcionarios han vulnerado el derecho que tienen las víctimas y los suyos a la verdad, la justicia y la reparación. No hay empatía, ni parece entenderse el dolor de las familias ante la falta de certidumbre.
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A eso de las 8:00 de la noche, Rodolfo Rincón Taracena terminó su última nota, la envió a sus editores y salió de la sala de redacción de Tabasco Hoy, donde llevaba ocho años trabajando. Dejó su grabadora y cámara fotográfica sobre el escritorio; no volvió nunca por ellas. La mañana de ese sábado 20 de enero de 2007, el diario llevaba de la página 33 a la 35 un reportaje suyo sobre la operación de los narcomenudistas en Villahermosa, los principales puntos de venta de droga en la ciudad y un mapa con la ubicación de cada uno.

En días previos, Rodolfo había seguido el caso del robo de varios cajeros automáticos que eran arrancados en una pieza y llevados por los delincuentes a una casa de seguridad en la colonia Atasta. Accidentalmente, Rincón Taracena apareció en una fotografía publicada por el periódico, y se le veía entre los agentes policiacos, durante el hallazgo de cajeros y cajas blindadas convertidas en chatarra.

Tabasco Hoy pidió ayuda a la sociedad para encontrarlo, publicó la fotografía de su reportero y números telefónicos para quien tuviese alguna información de él. Los periodistas del estado salieron a las calles a exigir su localización e hicieron de la frase “Todos somos Rodolfo” su consigna, mientras la PGR buscaba convertir la desaparición en un asunto de índole pasional-sentimental.

El 21 de abril de 2007 fueron detenidos en Villahermosa siete supuestos integrantes de Los Zetas. En las declaraciones ministeriales, uno de ellos dijo que un jefe local de la organización estaba molesto con el periodista por el reportaje en el cual se evidenciaba la ubicación de varias tienditas de droga de su propiedad. Otro de los delincuentes capturados relató haber conocido a tres hombres que decían haber matado a “un periodista de apellido Rincón […] porque sacaba notas de crímenes y de los tiraderos de droga”. Según su testimonio, el cuerpo de Rincón Taracena había sido quemado en un tambo con gasolina.

La investigación se extendió por cerca de 37 meses, la Procuraduría estatal cerró el caso y declaró muerto al periodista. Las conclusiones se basaron exclusivamente en declaraciones de supuestos integrantes de la delincuencia organizada en la región, aprehendidos por delitos diferentes, y no en una investigación exhaustiva en torno a su desaparición. Según las autoridades, Rodolfo Rincón fue secuestrado y llevado a un inmueble conocido como la Quinta El Bambú, ubicado en la Ranchería Buena Vista, donde supuestamente fue asesinado con otras personas cuyos cuerpos fueron quemados en tanques metálicos.

La Procuraduría no logró evidencia científica de la muerte del periodista de Tabasco Hoy: no encontró su cuerpo y las pruebas de ADN practicadas a los restos encontrados no fueron concluyentes No explicó con suficiencia qué elemento le permitió dar por concluida la indagatoria y llegar a la verdad jurídica sobre la muerte del reportero, ni cuál fue el criterio empleado para cambiar su estatus de desaparecido a muerto. El propio Comité para la Protección de los Periodistas en Nueva York cuestionó que el caso se cerrara a partir de confesiones que bien podrían ser resultado de la coacción.

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Cuarenta y tres estudiantes están desparecidos desde el pasado 26 de septiembre. Delincuentes y elementos de la policía se los llevaron después de interceptarlos en Iguala. Las autoridades los buscaban muertos y comenzaron las indagatorias en algunas de las fosas clandestinas que el grupo en control de la zona ha abierto, donde hallaron decenas de cuerpos pertenecientes a otras víctimas. Actores como el sacerdote Alejandro Solalinde divulgaron versiones sobre la muerte de los muchachos que tensaron la situación tanto como las filtraciones de información hechas a los medios de comunicación antes que a las víctimas y a sus familias.

El propio gobernador interino de Guerrero, Rogelio Ortega, dio una entrevista hace unos días en la que al mismo tiempo que hablaba de prepararse para “un escenario catastrófico”, daba validez a rumores que alimentan la esperanza de que los normalistas siguen vivos, olvidando su papel de autoridad y jugando irresponsablemente con las expectativas de los padres.

De acuerdo con organismos internacionales toda desaparición forzada o involuntaria es un crimen continuado, pues se prolonga durante todo el tiempo transcurrido hasta que existe certeza sobre la suerte o el paradero de la persona desaparecida. Hasta ahora, en el caso de Rodolfo Rincón Taracena y en el de los 43 normalistas, los funcionarios han vulnerado el derecho que tienen las víctimas y los suyos a la verdad, la justicia y la reparación. No hay empatía, ni parece entenderse el dolor de las familias ante la falta de certidumbre sobre el paradero de los 43 normalistas, porque aun si fueron asesinados, la ausencia de pruebas sobre su destino, la no presentación, el no rescate e identificación de sus restos imposibilita cualquier proceso de duelo.

Human Rights Watch sostenía en uno de sus informes recientes que las víctimas, sus familiares y los defensores de derechos humanos en México enfrentan el dilema de investigar los delitos o resignarse a ver cómo sus causas se estancan en los canales gubernamentales. Familia, amigos, sobrevivientes reconstruyen parte de lo sucedido a partir de experiencias y otros elementos informativos, mientras las procuradurías son incapaces de encontrarlos y de elaborar un pliego de consignación señalando la responsabilidad concreta de todos los involucrados.

Como reconocía el exgobernador Ángel Aguirre hay lugares en los que manda la delincuencia organizada. Tienen el control de la información. Las organizaciones criminales, los grupos de asesinos que durante años han actuado con el apoyo de agentes estatales, saben dónde están. La reparación de lo causado solo puede pasar por la aclaración pública de los hechos, la condena a prisión para los culpables y garantías de no repetición para todos los que han pasado por el trance, pero de entrada, no puede dárseles por muertos.

 

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Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).


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