Algo sabía Baudrillard cuando definió California como el reino de la simulación y el simulacro. Nada en la tierra de Mickey Mouse guarda contacto con la realidad: la obsesión con el músculo y la (enferma) salud sin calorías, las fachadas de oropel de los cines y los teatros, los cuerpos de artificio y el siempre elusivo sueño del estrellato hollywoodense. A nadie debe sorprender que el surrealismo californiano (hiperrealismo, dirían algunos) haya llegado, a últimas fechas, al más fértil de los ámbitos: la política.
De ser un estado independiente, California sería la quinta economía mundial. Ahora, sin embargo, el estado ha sido rebasado por una severa crisis. Las cifras son abrumadoras. El déficit presupuestal californiano está cerca de los cuarenta mil millones de dólares. La culpa del aprieto ha caído sobre los hombros de Gray Davis, el gobernador demócrata que, de tan aburrido, hace honor a su apodo (en realidad se llama de un modo mucho más festivo: Joseph Graham). En el poder desde 1998, Davis está a punto de pagar por platos que no rompió, o al menos no enteramente. En la continuación del ánimo de linchamiento que comenzó con la impugnación del presidente Clinton en el 99, Gray Davis enfrentará, el 7 de octubre, un extraño ejercicio de democracia directa que es más un ardid publicitario que una medida sensata: un plebiscito de revocación. El voto que busca retirar del cargo a Davis aprovecha un extravagante capítulo de la Constitución estatal. El artículo 2, promovido por el gobierno progresista de Hiram Jonhson en 1911, da a los californianos el derecho, tras la previa suscripción de cierto número de firmas, de proponer las más descocadas iniciativas de ley. El mismo apartado permite, entre otras cosas, separar de su cargo a cualquier funcionario público.
En realidad, la crisis económica tiene poco que ver con la capacidad del gobernador. Al más puro y surrealista estilo californiano, el enorme problema por el que atraviesa el estado está directamente relacionado con otro producto de la democracia directa que está a punto de acabar con Davis. La propuesta 13, impulsada hace 25 años por el político Howard Jarvis y su amigo Paul Gann, presidente de The People’s Advocate, grupo que defiende la causa antiimpositiva y que logró reducir el gravamen de la propiedad a un ridículo uno por ciento del valor de cada predio. El electorado festejó la venganza contra el establishment (quién, vale la pena preguntarse, votaría a favor de los impuestos). Sin embargo, la economía californiana, regida por las incomprensibles leyes de la lógica, reaccionó de manera distinta. Sin el ingreso del impuesto sobre la propiedad (más de siete mil millones de dólares anuales, de acuerdo con algunos analistas), California comenzó a perder, poco a poco, el superávit que la caracterizaba. Aquella medida, adoptada por la turba veleidosa, ha sumido al estado en un bache histórico. La aprobación de la medida demostró, una vez más, que, en sociedades desinformadas, la democracia directa es un peligroso fiasco. Aquello de dejarse mandar “por la gente” no siempre resulta lo mejor.
Gray Davis es el candidato ideal para subir al patíbulo construido sobre aquella absurda prerrogativa legal. Detestado por los republicanos y visto con recelo por un considerable sector de los demócratas, Davis ha sufrido un descenso digno de Nixon en los índices de popularidad. Para los republicanos, que ven California como lo que es el premio mayor del botín electoral, la posibilidad de correr a Davis parece un regalo divino. Para lograrlo, sin embargo, han optado por llamar (fade in: ¡batiseñal!) a una estrella, un “héroe de acción”, prototipo absoluto de lo que se puede lograr en el epicentro del Sueño Americano: Arnold Schwarzenegger.
“Es hora de decirle ‘hasta la vista baby‘ a Gray Davis”, dijo el Terminator en su primera aparición como precandidato a la gubernatura de California. El escenario no fue la casa de gobierno de Sacramento. Tampoco el lobby de un hotel. Mucho menos alguna austera sala de prensa. Schwarzenegger quiso hacerlo con estilo. Para eso, nada mejor que el cómodo sillón de Jay Leno, rey de la televisión estadounidense. Como cualquier otro invitado del “Tonight Show”, Schwarzenegger sonrió, hizo chistes y anunció el fin del gris Davis y el comienzo de su propia era: “Voy a meterle músculo a Sacramento”, dijo en su entrecortado inglés austriaco.
Conan el Bárbaro, político de cepa, no estará solo en la contienda electoral. Dado que lo único necesario para ser candidato son 3,500 dólares y sesenta firmas, muchos californianos han decidido apostar por los asuntos públicos. Otro Arnold también desea la silla, pero éste no tiene ni los músculos ni el dinero del fisicoculturista; vaya, no tiene ni la estatura. Es Arnold, el de Willis, el que fuera un tierno niño-actor: Gary Coleman. Nadie hacía gran caso a Coleman en el Hollywood actual. ¿La solución?: ingresar al circo político. Junto a Coleman aparecerá también la actriz porno Mary Carey (propone gravar la cirugía practicada a los sufridos senos de las rubias de Venice beach). Se sumarán a la lucha Larry Flint, famoso pornógrafo y empresario, Kurt “Tachikaze” Rightmyer, políglota, poeta y luchador de sumo, y Angelyne, representante del partido rosa que quiere pintar todo Los Ángeles de tan encantador tono, además de arreglar el pavimento del estado, ese que no deja de dañar su Corvette (rosa). Por último, es imposible ignorar a Gallagher, un cómico cuyo gran truco consiste en destrozar sandías con un mazo. Gallagher, por cierto, propone construir una presa en pleno mar californiano (el Golfo de Cortés) para crear un valle donde los obreros mexicanos puedan trabajar sin alejarse de sus familias. Un hombre considerado, sin duda.
No todo es demencia en la contienda del 7 de octubre. Más que ningún otro, el abanderado de la cordura es Cruz Bustamante. Brazo derecho de Gray Davis, Bustamante sobrevivió de milagro a la quema del gobernador. Hombre discreto y poco carismático, representa la mejor carta del bando demócrata en la lucha por un estado que, llegado el 2004, resultará fundamental. En caso de que prospere la decapitación del gobernador Davis, se antoja un debate entre ese par de inmigrantes, hijos de culturas distintas y distantes: Bustamante y Schwarzenegger. Los candidatos no podrían ser más diferentes: el austriaco, amigo de Pete Wilson; el latino, amigo del barrio y los ilegales. Uno, alto y fornido, maestro de la intimidación, hijo predilecto de los billetudos. Otro, bajito y con lentes, favorito de los pobres. Parece pero sólo parece un libreto de Hollywood. Luces, cámara… ¡elección!
Al momento del cierre de Letras Libres de octubre, en un capítulo más del creciente surrealismo californiano, el voto de revocación del gobernador Davis aún estaba en el aire. Aparentemente, el plebiscito sería pospuesto hasta el mes de marzo. Sin embargo, con las campañas en pleno apogeo, todo es posible. En octubre o en marzo, el guión de la película será el mismo. ~
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.