No debería haber regulación sobre cadenas de televisión. El Estado no regula el número de sex shops que se abren y no debería poder controlar cuántas emisoras de televisión tienen derecho a emitir. El control del Estado sobre las televisiones tiene que acabar. Hasta que no acabe ese control del Estado sobre las televisiones todas las emisiones están secuestradas. No leo muchos artículos que defiendan el final de esa suerte de monopolio del Estado. Por eso, toda la televisión puede ser entendida como telebasura. Producto de una legislación basura. El control del Estado sobre la televisión pone de manifiesto una nostalgia patética. El control del Estado sobre la televisión hace que todo lo que se piense sobre la televisión se piense en términos de control. El Manifiesto contra la telebasura (firmado por cc.oo, UGT, consumidores, asociaciones de vecinos…) se cerraba con estas palabras: “y exigimos, como garantía de control social en una sociedad democrática, tanto la elaboración de un código ético de regulación de los contenidos televisivos como la constitución de un Consejo Superior de los Medios Audiovisuales”. Nuevas palabras para hablar de una vieja y desagradable palabra: censura.
La opinión más extendida es que la telebasura es ver a Tamara o a su madre durante unos cuantos minutos al día. Eso explica muchas cosas.
Lo que no se tolera de la televisión es que muestre la realidad basura, que es mucho peor que la telebasura. Es más terrible la muerte diaria de una mujer a manos de su marido que Pozí parodiando Ama Rosa, el culebrón franquista. Es mucho más dañina la invasión de Irak que todos los programas de Hotel Glam con Pocholo peleando por su mochila. Es mucho peor la caída del avión turco que todos los talk-shows en los que se habla de que “Mi hijo es un gay al que le gustan los ancianos y yo le apoyo en todo lo que puedo”. Es mucho peor el terrible accidente de Chinchilla que La isla de los famosos. La realidad es basura. La mayoría de los pensamientos que generamos son basura: el mayor defensor de la telebasura, Gustavo Bueno, es también defensor de la pena de muerte. La política es política basura, pendiente del Prestige nuestro de cada día y no de la reflexión y el análisis sobre la inmigración, el desempleo y la acción social. Nuestra vida sexual es casi siempre vida sexual basura. Nuestros pisos son pisos basura. Nuestras vacaciones son vacaciones basura en hoteles basura en un mar basura. Nuestros empleos son empleos basura. Vivimos en un tiempo basura. La literatura es en buena medida literatura basura (también lo era en la Edad Media y en el Renacimiento y en tiempos de los griegos y en el XIX: no trato de buscar aquí una edad de oro perdida). Mucha comida es comida basura. Nuestra ropa es ropa basura. Las palabras que empleamos son palabras basura. Y el cine, el teatro y buena parte del correo electrónico que recibimos es basura en estado puro.
Quienes están contra la telebasura deberían defender la desregularización y no nuevas formas de control, por mucho amparo que se busque en palabras rimbombantes como ética. El Estado no debe controlar la emisión de ideas: no debe controlar las editoriales, ni las revistas, ni las radios, ni los fanzines… El Estado deberá controlar los pagos fiscales y la seguridad social de esas empresas pero no sus emisiones. Quienes están contra la telebasura deberían defender las emisiones libres. La tecnología permite que cualquiera pueda tener un centro de emisión en su casa. El fin del control no acabará con la telebasura pero multiplicará las posibilidades de emitir y recibir otras propuestas. La nostalgia del control es una nostalgia de la dictadura.
“Yo soy partidario, probablemente más que nadie, de la libre competencia, y de lo que significa competencia entre los medios, pero todo tiene que tener sus límites, y la competencia debe tener sus límites”, declaró hace unas semanas el presidente del gobierno José María Aznar en Onda Cero. El presidente del partido que defiende el liberalismo económico está también a favor del control. Esta rara sintonía entre CC.O., UGT, consumidores, asociaciones de vecinos y José María Aznar es suficiente para que la petición sea rotunda: el Estado no debe controlar ni debe tener poder para restringir el número de cadenas televisivas que emitan.
Quien confunde las broncas de Patricia Gran Hermano con Marta Gran Hermano o la emisión de una cagada del perro de Sara Montiel en plena calle con la telebasura está más confundido que los guionistas de Crónicas de un pueblo, grandes defensores del Fuero de los españoles. La verdadera telebasura es la que se produce bajo la vigilancia y la tutela del Estado. El derecho a la libre emisión debería ser un derecho irrenunciable en los estados democráticos. –
Félix Romeo
(Zaragoza, 1968-Madrid, 2011) fue escritor. Mondadori publicó este año su novela póstuma Noche de los enamorados (2012) y este mes Xordica lanzará Todos los besos del mundo.