Un instante en Coimbra

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     Nunca supe tu nombre ni te oí
     una sola palabra en el minuto
     que ocupas en mi vida. No supongas
     que te recuerdo aún porque te hablo;
     no eres más que una sombra sin cabeza,
     un jirón de la noche mientras cae
     en mis manos el tiempo como nieve.
     Entre un grupo de nucas sudorosas
     y de brazos fornidos que aprestaban
     el látigo y la cruz, te dirigías
     alegre a la traición y el prendimiento,
     ufana de gustar a los más viles;
     el demonio del lumpen y la noche del viernes,
     al pasarte la zarpa por el pelo,
     te lo tiznó de mechas de colores
     y te dejó en los labios ese marrón cetrino
     de llaga cenicienta: parecías
     una jovial y torpe debutante
     en burdel de linóleo y palangana.
     El temblor de tus ojos, a través
     del aceite y del humo,
     vino a maullarme: "Llévame contigo".
     Tuvo que ser el corte del chaleco,
     la mirada sin brillo,
     el espesor de seda en la corbata.
     Con tus curvas, un baño,
     tres lecciones y un toque de dinero
     invertido en perfume,
     prêt-à-porter, calzado y lencería,
     te pude convertir en mi princesa,
     desgraciada y ausente por las noches
     soñando un paraíso de fútbol y de motos. –

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