Fragmento

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     Avancé, una mañana de verano,
     por los inmemoriales huecos húmedos
     de una cueva. Con pasos
     de tensión y temor
     penetré en el enigma de las formas
     que desafiaban la hosca oscuridad
     y los cercos del tiempo. Las figuras,
     en la quietud perpetua, se movían,
     gritaban en silencio, era posible
     escuchar ese grito parietal,
     como si el movimiento y el fragor
     se hubiesen adentrado por la piedra
     en una extraña posesión, poblada
     de agitación y estruendo, y en lo eterno
     se oyese y viese todo movimiento,
     todo grito en los círculos terrestres.
      
     La pared entre dos oscuridades,
     las antorchas, el humo que formaba
     en el techo una mano,
     una bóveda oscura sostenida
     por el nudo de sangre,
     la oscuridad nocturna
     tocada por la mano, por ella conducida
     como la antorcha por el rudo puño  
     en lo oscuro, la brusca aparición
     de un bisonte, una cierva de ojos dulces,
     caballos, jabalíes superpuestos
     en la piedra abombada como un vientre:
     todo es latido allí, todo mirar  
     ocurre en el origen, todo
     movimiento ha nacido en aquel movimiento,
     todo grito ha brotado y brotará
     de aquel espacio originario, todo  
     es una oscuridad engendradora
     y un palpitar de piedra que jadea. –

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(Santa Brígida, Gran Canaria, 1952) es poeta y traductor. Ha publicado recientemente La sombra y la apariencia (Tusquets, 2010) y Cuaderno de las islas (Lumen, 2011).


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