La atención de Tomás Segovia

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Tomás Segovia es un poeta que durante más de cincuenta años ha hecho de la escritura un  continuo de vida, y de la emoción y la inteligencia sus armas fundamentales. La tensión entre estos dos elementos ha producido una obra al mismo tiempo dubitativa y rigurosa. Sus conocimientos de métrica, su maestría en la traducción, su saber retórico y su abigarrada erudición corren parejas con una  amorosa entrega a la artesanía del verso y una apuesta indeclinable por la verdad del poema. Gracias a todo ese bagaje siempre en tensión, su poesía alcanza algo a lo cual podríamos llamar inocencia. Si bien sus poemas son resultado de una larga meditación y mucho trabajo, se mueven siempre en una intimidad pública. No somos subyugados por una manipulación de las palabras sino que estamos ante tal exposición de sí mismo que su lectura produce siempre la sensación de limpidez. Esto es resultado de un trabajo tan elaborado que sus experiencias siempre recalan en el verso,  como si fuera natural, como si allí  pertenecieran. Leerlo es un placer y un aprendizaje.
     A su vez, sus ensayos son muestra de un rigor intelectual poco usual. Si en los poemas lo que aparece al final es una naturalidad dispuesta, su crítica no deja nunca que la pluma resbale por  laderas obvias, y la habilidad de su  argumentación abre espacios de significado que únicamente una disección muy sutil ha sido capaz de poner al descubierto, a pesar de su contundencia. Poética y profética es uno de los estudios centrales de la crítica durante la segunda mitad del siglo XX. Sus Cartas cabales, leídas de corrido, son incisivas y  fascinantes. Y sus trabajos sobre López  Velarde y Octavio Paz, por ejemplo, son indispensables para quien de verdad quiera entender a estos dos poetas.
     La obtención del Premio Octavio Paz es un reconocimiento mutuo: a quien da nombre al premio y a quien lo recibe. Tomás Segovia ha ejercido  siempre la solidaridad y la independencia, la amistad y la duda, valores centrales en el pensamiento de Paz. En un poema escrito en París en 1966, "Canción de huérfano", se ve a sí mismo  como un "huésped arisco de uno u otro arraigo" que contempla desde fuera "a los claros nativos de algún orden". Al rechazar como acto de vida todo orden definitorio, construye siempre una  pertenencia nómada, una "patria intermitente". Su identidad es móvil. Y en ese sentido es emblemática, ya que complica —no resuelve ni define— lo que se es. La naturaleza de su escritura  proyecta ante nosotros uno de los más  consecuentes caminos de afirmación: en lo real, no en el monumento.
     El Fondo de Cultura Económica publicó hace poco su Poesía (1945-1997), uno de los libros más importantes de nuestra tradición poética —y de la de quien quiera adoptarlo. En el último poema ahí incluido, "El poeta viejo", Tomás Segovia dice: "Hace toda una vida que hago mía la vida". Y más adelante, casi al final de ese largo poema: "Y envuelto en mi lenguaje voy envuelto en el mundo". Estas palabras definen lo que a lo largo de más de cincuenta años Tomás Segovia ha construido. Nada más. –

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