Ilustración: Hugo Alejandro González

Russia Today (Mofarse de Occidente desde dentro)

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RT tiene la misión oficial de “dar el punto de vista de Rusia sobre los acontecimientos del mundo”. La siguiente crónica ilumina los entretelones de un canal que ha sabido beneficiarse de la desconfianza hacia los medios occidentales.

La primera vez que vi a Benedict fue en el Escandinavia, uno de los restaurantes favoritos de esos expatriados llegados para educar a Rusia en las costumbres de Occidente durante las décadas de glorioso resplandor crepuscular tras la finalización de la Guerra Fría: abogados y consultores top e inversores. Está justo al lado de la calle Tverskaia, la más importante de Moscú, en un pequeño patio de enormes árboles verdes. Pertenece a unos suecos y cuando abrió todo se importaba desde Estocolmo: los camareros, los cocineros, las hamburguesas, las papas fritas, todo transportado en avión. A principios de la primera década de 2000, los clientes hablaban sobre todo en inglés; no era lo bastante opulento para los oligarcas rusos y era demasiado caro para los rusos “comunes”. Los occidentales acudían a él como si de un oasis se tratara antes de emborracharse y reunir el valor suficiente para explorar la noche de Moscú. Daba la sensación de descender de un viejo club colonial en una era que se enorgullecía de haber dejado atrás todo aquello.

La camarilla del Escandinavia estaba bronceada y hablaba un inglés formal de libro de texto. Charlaban sobre cooperación, dirección de empresas y entrenamientos físicos. Todos estaban de acuerdo en que encontrar un lugar donde ir a correr en Moscú era una pesadilla. Al igual que la costumbre de fumar. Y el tráfico. Cuando se emborrachaban, hacían bromas sobre las chicas rusas, a no ser que estuvieran con sus esposas, en cuyo caso comentaban los planes para las vacaciones. Tenían los dientes blancos. Benedict tenía los dientes amarillos, bebía vino con la comida y fumaba cigarros Dunhill largos y gruesos. Era ligero y se movía como un grillo, agitando la mano para apartar su humo de los demás en una parodia de disculpa. Era irlandés, pero del tipo Shaw o Wilde.

–Soy economista no practicante –le gustaba contestar a la gente cuando le preguntaban a qué se dedicaba.

Benedict todavía era profesor ayudante de economía en una pequeña universidad irlandesa cuando fue a Rusia por primera vez. Impartió una conferencia sobre los principios de “la empresa y la gestión eficaz” en la Universidad de San Petersburgo. Fue en 1992. Los alumnos le escucharon atentamente, absorbiendo con entusiasmo el nuevo lenguaje: “pyme”, “OPV”, “flujo de caja”. Tras la conferencia, Benedict regresó caminando a su hotel. Se equivocó al doblar una esquina en la recepción y se encontró de golpe en la celebración de una boda. Intentó pedir indicaciones en inglés. Los novios estaban encantados de que un occidental se hubiera sumado a su fiesta e insistieron en que se quedara. Era un toque de exotismo, un regalo en sí mismo. Los recién casados brindaron a su salud y él se quedó bebiendo con ellos. En un momento dado, fue a su habitación y volvió con un cartón de Marlboro y una pastilla de jabón Imperial Leather a modo de regalo. El entusiasmo se apoderó de los novios. Bebieron más y todo el mundo bailó. Benedict sintió que muy pronto Rusia sería como Occidente.

Unos años más tarde dejó su trabajo en la universidad irlandesa y cambió las 37,000 libras al año en una institución de provincias por las sumas de seis cifras libres de impuestos de la nueva y pujante industria del desarrollo. A Benedict le ofrecieron un puesto como jefe de equipo en un proyecto llamado Asistencia Técnica para el Desarrollo Económico de la Zona Económica Libre de Kaliningrado. No tenía ni idea de dónde estaba Kaliningrado; tuvo que mirarlo en un mapa.

Benedict achacó su falta de progresos a la naturaleza provincial del gobierno local de Kaliningrado. Le concedieron un nuevo puesto, en Moscú, trabajando para el Ministerio Federal para el Desarrollo Económico para guiar la estrategia de la Unión Europea en Rusia, donde esperaba que los burócratas fueran de otra clase. Y había muchas cosas de la vida en Rusia de las que disfrutaba. Se había casado con su intérprete, Marina, una señora simpática y sin pretensiones de la misma edad que él y su mismo sentido del humor. Gozaba de la relativa opulencia: ya no era el profesor universitario desastrado, era un consultor con chofer, y siempre pagaba él las copas.

La gente del Ministerio no dejaba de pedirle “favores”: un viaje de estudios a Suecia, una televisión de plasma para un despacho. Benedict se negaba. El Ministerio se quejó de él a Bruselas; como “beneficiario”, la aprobación de los consultores occidentales dependía del bando ruso. Los nuevos proyectos para Benedict quedaron en suspenso hasta que se aclarara todo el asunto. Entre tanto, él necesitaba dinero para mantenerse a sí mismo y a Marina.

–Me he metido en los medios de comunicación –me dijo–. Estoy en Russia Today.

Russia Today, hoy conocida como RT, es la respuesta de Rusia a BBC World y Al Jazeera, un canal de noticias sin interrupciones, veinticuatro horas al día, siete días a la semana, que se emite en inglés (además de árabe y español) en todos los hoteles y salas de estar del mundo, establecido por decreto presidencial con un presupuesto anual de más de trescientos millones de dólares y con la misión de “dar el punto de vista de Rusia sobre los acontecimientos del mundo”. ¿A Benedict no le preocupaba terminar haciéndole el trabajo de relaciones públicas al Kremlin?

–Me marcharía si me censuraran o algo así. Y es totalmente justo que Rusia tenga la oportunidad de expresar su punto de vista.

A Benedict le habían pedido que diseñase una estrategia para la sección de noticias de negocios. Escribía informes al director del canal asesorándole sobre qué sectores deberían cubrir las noticias empresariales, preguntas que los periodistas deberían formular a los directores ejecutivos rusos para que los analistas de la City de Londres vieran el canal. No le censuraron ni presionaron en ningún sentido. Russia Today empezó a parecer y sonar como cualquier canal de noticias de veinticuatro horas: una música machacona antes del boletín informativo, la presentadora seria y guapa, los comentaristas de deportes con pinta de atletas. A los veinteañeros británicos y estadounidenses recién salidos de la universidad se les ofrecían generosos paquetes compensatorios, mientras que en Londres o en Washington se habría esperado de ellos que trabajaran gratis. Por supuesto, todos se preguntaban si Russia Today resultaría ser un canal de propaganda. Los recién graduados se sentaban en el Escandinavia después del trabajo y lo discutían: “Bueno, en realidad se trata de expresar el punto de vista ruso”, decían un tanto inseguros.

Desde la guerra de Irak, muchos se mostraban escépticos respecto a la virtud de Occidente. Y a continuación la quiebra financiera socavó cualquier idea de superioridad que sintiesen que Occidente pudiera tener. Todas las palabras que se habían usado para ganar la Guerra Fría –“libertad”, “democracia”– parecían haberse hinchado, mutado y cambiado su significado para volverse redundantes. Si, durante la Guerra Fría, Rusia le proporcionó a Occidente la oposición que necesitaba para unificar sus diversas libertades (culturales, económicas y políticas) en una sola narrativa, ahora que la oposición ha desaparecido, la unidad de la historia occidental parece ilesa. Y en ese nuevo mundo, ¿qué podría haber de malo en un “punto de vista ruso”?

–La cobertura objetiva no existe –me dijo una vez el editor jefe de Russia Today cuando le pregunté acerca de la filosofía de su canal.

Había tenido la amabilidad de recibirme en su enorme e iluminado despacho. Habla un inglés casi perfecto.

–Pero ¿qué es un punto de vista ruso? ¿Qué representa Russia Today?

–Bueno, siempre hay un punto de vista ruso –contestó–. Imagínate un plátano. Para una persona es un alimento. Para otra es un arma. Para un racista es algo con lo que provocar a un negro.

Cuando me marchaba del despacho me fijé en que junto a la puerta descansaban una bolsa de palos de golf y un Kaláshnikov.

–¿Te da miedo? –me preguntó el editor jefe.

Los que trabajaban en Russia Today tardaron un tiempo en notar que algo no iba del todo bien, que el “punto de vista ruso” podía significar “el punto de vista del Kremlin” y que “la cobertura objetiva no existe” quería decir que el Kremlin tenía control absoluto sobre la verdad. Una vez que las cosas se asentaron resultó que solo unos doscientos empleados de los aproximadamente dos mil eran hablantes nativos de inglés. Eran la pantalla escaparate y los correctores ortográficos de la operación. Entre bambalinas, las decisiones de verdad las tomaba una reducida pandilla de productores rusos. Entre un reportaje deportivo anodino y otro se introducían las entrevistas suaves con el presidente (“¿Por qué es tan pequeña la oposición contra usted, señor presidente?”, fue una de las preguntas legendarias). Cuando k, un chico de veintitrés años recién salido de Oxford, escribió una noticia en la que afirmaba que Estonia había sido ocupada por la urss en 1945, se llevó una buena bronca del jefe de noticias. “Nosotros salvamos Estonia”, le dijeron, y le ordenaron que cambiara el texto. Cuanto t, recién salido de Bristol, estaba cubriendo los incendios forestales de Rusia y escribió que el presidente no se estaba ocupando del problema, le dijeron: “Tienes que decir que el presidente está en primera línea de batalla contra el fuego.” Durante la guerra rusa con Georgia, Russia Today mantuvo en pantalla ininterrumpidamente un titular que proclamaba: “Los georgianos cometen genocidio en Osetia.” No se había demostrado, ni se demostrará, nada parecido. Y cuando el presidente sigue adelante con la anexión de Crimea y lanza su nueva guerra contra Occidente, Russia Today está en la vanguardia fabricando sorprendentes ficciones sobre la toma de Ucrania por parte de los fascistas.

Pero el espectador que ve el canal por primera vez no caería necesariamente en la cuenta de estas historias, porque esos mensajes tan obviamente favorables al Kremlin son solo una parte de la producción de Russia Today. Su popularidad deriva de la cobertura de lo que llama “otras” noticias, o noticias “no comunicadas”. Julian Assange, editor jefe de WikiLeaks, tuvo un programa de entrevistas en Russia Today. Se les concede un generoso espacio a los intelectuales estadounidenses que combaten la supremacía estadounidense, los teóricos de la conspiración del 11-S, los activistas antiglobalización y la extrema derecha europea. Nigel Farage, líder del Partido de la Independencia del Reino Unido, es un invitado habitual; George Galloway, simpatizante de Sadam Husein en la extrema izquierda, presenta un programa sobre la parcialidad de los medios de comunicación occidentales. El canal ha recibido una nominación a los Emmy por su cobertura del movimiento Occupy Wall Street en Estados Unidos y sus seguidores lo describen como “antihegemónico”; es el canal más visto en YouTube, con mil millones de visitantes, el tercer canal internacional de noticias más importante del Reino Unido y su oficina de Washington está en plena expansión. Pero el canal no es uniformemente “antihegemónico”: cuando le conviene, Russia Today emite a incondicionales de la clase dirigente como Larry King, que tiene programa propio en la cadena. Así el mensaje del Kremlin llega a un público mucho más amplio de lo que lo haría por su cuenta: el presidente va unido a Assange y Larry King. Es una nueva clase de propaganda del Kremlin que no tiene tanto que ver con enfrentarse a Occidente con un modelo opuesto, como en la Guerra Fría, como con penetrar en su lenguaje para jugar y mofarse desde dentro. En el anuncio del programa de Larry King, las palabras clave asociadas con el periodista destellan en la pantalla: “reputación”, “inteligencia”, “respeto” y muchas más hasta que se funden en un remolino que acaba con una broma: “tirantes”. Entonces, King, sentado en un estudio, se vuelve hacia la cámara y dice: “Prefiero hacer preguntas a gente que ocupa posiciones de poder que hablar en su nombre. Por eso pueden encontrar mi nuevo programa, Larry King Now, aquí, en Russia Today. Pregunte más.” El anuncio parece mezclar los clichés de la cnn y la BBC en unos cuantos segundos y llevarlos al absurdo. Produce la sensación de un corte de mangas a la tradición mediática occidental: cualquiera puede hablar vuestra lengua; ¡no tiene sentido!

Los periodistas que se dan cuenta de lo que está ocurriendo se largan a toda prisa, a menudo ansiosos por eliminar Russia Today de sus currículos. Algunos incluso dimiten o se quejan en antena diciendo que no quieren seguir siendo los “peones de Putin”. Pero la mayor parte se queda: los que están tan ideológicamente determinados por su odio hacia Occidente que no se percatan de que los están usando (o les da igual); los que desean tanto estar en la televisión que trabajarían en cualquier parte; o los que simplemente piensan: “Bueno, todas las noticias son falsas, todo esto no es más que un juego, ¿no?” El personal de Russia Today cambia constantemente, puesto que criban a quienes protestan, pero no les faltan recién llegados. Por las noches pasan un rato en el Escandinavia, donde se les unen los otros nuevos expatriados, los expertos en comunicación y los consultores de marketing. Un relativismo cómodo ronda la conversación. Le preguntan a un periodista occidental que acaba de hacerse cargo de una cartera de relaciones públicas del Kremlin cómo lo cuadra con su anterior profesión. “Es un reto”, explica. No hay nada extraño en su trayectoria profesional. “Sería un trabajo interesante”, convienen todos los presentes en el Escandinavia. “Puede que Rusia sea revoltosa… pero Occidente también es malo”, se oye decir a menudo.

Seguía viendo a los viejos expatriados en el Escandinavia, a los agentes de inversión y los consultores. Siguen estando bronceados, tienen los dientes blancos y hablan sobre salir a correr. Muchos dejaron a sus mujeres por chicas rusas; muchos dejaron sus empleos para trabajar en empresas rusas.

Benedict pasó seis meses en Russia Today. Trabajaba principalmente desde casa y enviaba sus informes por correo al director de la cadena. Los ignoraron todos. La sección de noticias de negocios de Russia Today es escasa; informar en profundidad sobre las empresas rusas significaría analizar su corrupción.

En su último día, cuando Benedict se marchaba de las oficinas de Russia Today, el editor jefe lo interceptó en el pasillo para despedirse. Como siempre, vestía un traje de tweed.

–¿Te importaría pasarte un momento por mi despacho? –le preguntó con su inglés casi perfecto.

Una vez en su despacho, el editor jefe sacó una bolsa de palos de golf.

–Me encanta el golf –le dijo a Benedict–. ¿Te gustaría venir a jugar unos hoyos conmigo alguna vez?

–No juego al golf –contestó Benedict.

–Una pena. Pero deberíamos hacernos amigos de todas formas. Llámame.

Le hablaba con un acento ligeramente afectado, le ofrecía ir a jugar al golf… “¿Qué se pensaba, qué pretendía así vestido? ¿Qué quería de mí?”, se preguntaba Benedict.

Si se hubiera quedado más tiempo en Russia Today, Benedict habría descubierto que todos pensaban que el editor jefe era el (supuesto) infiltrado del servicio secreto en la oficina.

Cuando pasó el temporal y Benedict pudo volver al trabajo, le dieron otro puesto de la Unión Europea: primero en Montenegro y después de nuevo en Kaliningrado. El enclave ha cambiado. Hay coches de lujo por todas partes, centros comerciales y restaurantes de sushi. p, un antiguo compañero de trabajo, ahora es ministro. Luce trajes italianos y un Rolex; los rumores dicen que pide diez mil dólares por su firma para dar luz verde a los acuerdos locales. Kaliningrado está aislado de los estados de la ue que lo rodean, pero los burócratas locales lo han convertido en una ventaja: los sobornos en los pasos de frontera son un gran negocio. Desde su punto de vista es más beneficioso que Kaliningrado esté cerrado. El negocio de los sobornos fronterizos esta cuidadosamente organizado según los principios de la gestión eficaz y el flujo de caja; cada estrato de burócratas se lleva una parte acordada, y así hasta llegar a la Jefatura de Aduanas de Moscú. Rusia ha asumido las lecciones sobre el mundo de la empresa que los consultores de desarrollo como Benedict fueron a darles, pero las aplica como repugnantes abscesos a la corrupción estatal.

Benedict se ha quedado en Kaliningrado tras su último proyecto. Es el hogar de Marina, y a él ya no le queda mucho que lo conecte con Irlanda. Ya tiene más de sesenta años. Lleva bastante más de una década en Rusia. Da clases de inglés para ganar algo de dinero extra.

Al caer la tarde pasea a su perro por la nueva Kaliningrado. Por todas partes emergen nuevas construcciones. El viejo muelle con sus bares de marineros ha sido sustituido por una réplica de una ornamentada ciudad alemana del siglo XVII, todo alegremente pintado de tonos pastel. Por la noche, esas casas nuevas están en su gran mayoría oscuras y vacías. Mientras camina por el muelle, Benedict golpea las casas de color pastel con los nudillos. Suenan a hueco, el metacrilato pintado y el yeso imitan la piedra, la madera y el hierro. ~

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Traducción del inglés de Ana Isabel Sánchez.

Fragmento editado del capítulo “Russia Today”, perteneciente a La nueva Rusia, de próxima aparición en México bajo el sello RBA.

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(Kiev, 1977) es periodista y productor de televisión. Ha publicado artículos en The Atlantic y Newsweek, entre otros medios.


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