Penados

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El traslado de Dostoievski a Siberia, a donde marchó a cumplir su pena de prisión y trabajos forzados, duró dieciocho días. Los penados se desplazaron en trineos, bajo el pavoroso invierno ruso, ya con grilletes soldados a sus tobillos (pesaban cinco kilos), que no habría de quitarse en cuatro años.

La prisión, describe Dostoievski en una carta a su hermano Mikhail, es “un edificio de madera viejo y semiderruido […] Calor insoportable en verano, frío insoportable en invierno […] Breves ventanas de vidrio esmerilado que hacen imposible leer durante el día […] Goteras en el techo y corrientes de aire helado por todas partes. La estufa, alimentada con seis leños, no calienta, pero eso sí, produce humo asfixiante. De noche se cierra por fuera el barracón y es imposible salir a desahogar necesidades, así que en el pasillo se ha instalado un recipiente cuyo hedor es atroz. Imposible que los penados no apesten, imposible que no se comporten como puercos, dado que, como alegan los presos, todos somos seres vivientes”.

Solo dos veces al año pueden bañarse los presos. Pero la escena del baño es tan desasosegante que fue calificada por Turguénev de “dantesca”. Sobre todo por ser fenómeno radical de sobrepoblación, donde, por ejemplo, se está rodeado y apretujado de tal manera que, como en el metro Pantitlán de la Ciudad de México en horas pico, es imposible girar sobre uno mismo. Siberia no tiene nada que enseñarnos en materia de apelotonamientos, sobre todo en cárceles.

No puede negarse que el presidio siberiano es lugar expuesto a agresiones. Merodea ahí Krivtsov, un mayor, tirano sádico, que se regocijaba torturando a los forzados solo para exhibir su autoridad. Este neroniano estuvo a punto de someter a Dostoievski a los azotes. La razón fue que al mayor lo llenó de ira salvaje descubrir que el gran escritor dormía, exhausto de los trabajos forzados, vuelto hacia su lado derecho, cuando solo podía admitirse que se durmiera vuelto hacia su lado izquierdo. Justificaba este extraño castigo asegurando que Cristo siempre dormía de lado izquierdo y que dormir hacia el otro lado, o de espaldas, era desobedecerlo.

Dos años antes de que Dostoievski saliera de prisión, Krivtsov fue arrestado, enjuiciado y obligado a renunciar. “El reino de terror que había fundado partió con él”, juzga Joseph Frank en Dostoievski, su biografía. Años después Dostoievski se encontró en la ciudad al mayor retirado. Vio un hombre destrozado y triste, “un civil con gastado abrigo y gorra con escarapela”. Cuando se van el poder y la fuerza del injusto, se va con ellos nuestro deseo de venganza.

Aunque es obvio que los barracones siberianos estaban poblados por gente violenta, la katorga donde sobrevivió Dostoievski era mucho menos peligrosa e intimidante que cualquier cárcel mexicana.

Lo que más hace sufrir a Dostoievski es tal vez inesperado: “Durante cuatro años he vivido bajo el control de los guardianes en medio de una masa de seres humanos, y no he podido estar solo ni una hora. Estar solo es una necesidad vital […] de otro modo, en esta vida en contacto forzoso uno llega a odiar a la humanidad. Esta contigüidad actúa como veneno o infección, y este terrible tormento me ha hecho sufrir más que cualquier otra cosa en estos cuatro años. Ha habido momentos en que he llegado a odiar a todos cuantos se me cruzaban, con razón o sin ella, y consideraba que estaban robándome la vida.”

El artista, reservado, hipersensible y perceptivo, mira y consigna “cuánta juventud se ha enterrado entre estas paredes en la ociosidad, qué cantidad de energía se ha consumido aquí por nada. Porque, con franqueza, eran hombres notables, quizá los mejor dotados, los más fuertes de todo nuestro pueblo”.

Cuando se visita un presidio mexicano se tiene la misma impresión, con dolor, de estar ante la gente de mayor fuerza, capacidad y valentía que puede aquí encontrarse.

“En su juventud [Fiódor] había hecho suya aquella figura clásica del romanticismo, el criminal de corazón de oro, que tomó directamente de Schiller”, expone E. H. Carr en su biografía del maestro. Pero aquí en Siberia llega más lejos, empieza a percibir algo más universal y enigmático: vicio y virtud ni son polos opuestos ni son excluyentes, ley humana y código moral son artificiales y el alma humana es un oscuro enigma que hay que descifrar.

Y en eso desgranó su singular talento. ~

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(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.


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