para Luciana
La última vez que nos besamos
recuerdo que pensé:
no sé cómo contar las dimensiones
del espacio,
no sé medirme contra el cosmos pero intuyo,
con esta risa íntima,
como guiñándome a mí mismo el ojo,
mi fértil nadería,
mi espléndido guarismo ante una cifra kilométrica.
Y encima de esa idea que se fugaba
pensé también que nuestro beso ahí,
en ese instante,
era como un impacto de partículas
que hubieran circulado muchos años,
y tal vez muchos siglos,
en el imperio de la vastedad.
Como un átomo loco porque nada,
como un hombre perdido porque nadie
fijó jamás un límite a su estancia.
La vida era girar
en un inmenso túnel que llamamos mundo,
en un bello circuito desdeñoso
que no registra nuestros parpadeos,
nuestro suspiro vespertino un miércoles
cualquiera.
Suelo poner las manos sobre el pasto,
en la banqueta,
pegado al tráfico de la ciudad,
para decir con todo el cuerpo: aquí,
como si deletreara
las coordenadas de ser yo,
como si diera pistas para que me hallaran.
Y entonces ese beso,
y entonces esos labios en los míos,
en esa vuelta velocísima del mundo,
en esa ciega circunvolución,
llegaron,
o llegó,
toparon con un átomo que igual
giraba locamente acelerado.
Duró un instante apenas,
una idea
que se construye conforme se fuga.
Eso pensé
la última vez que nos besamos. ~