Vaya por delante que mi álbum favorito de Bruce Springsteen –el único entre todos los suyos que escucho de tanto en tanto– es Tunnel of love. Ese puñado de canciones divorcistas (algo así como su Blood on the tracks a la hora de rimar el apocalipsis de un matrimonio equivocado con top model rubia que duró poco para arrojarse a los brazos de la casi santa pelirroja de la guitarra y la pandereta), sin el acompañamiento de su cacofónica E Street Band (cada vez más parecida a una versión geriátrica de alguno de esos comandos mutantes de la Marvel Comics) y sonando más a sótano que a garaje.
Mi canción favorita de Springsteen es “Girls in their summer clothes” (título robado o no a un gran relato de Irwin Shaw), incluida en el irregular Magic con un gran bridge y brutal cambio de humor en las últimas estrofas.
Y solo lo vi tres o cuatro veces en directo.
Es decir: no soy un fan de Springsteen y –del mismo modo que me niego a decirle Gabo a García Márquez o Nano a Serrat– jamás me he referido ni me referiré a él como a The Boss. Su universo –que tan bien parodiaron Tama Janowitz en Esclavos de Nueva York o Prefab Sprout en su “Cars and girls”; aunque es tan fácil burlarse del clichetesco Mondo Bruce, porque de algún modo es al rock lo que Derek Zoolander es a la moda– nunca me pareció demasiado atractivo. Autos y chicas, sí, y épicos perdedores y bares abiertos toda la noche y fábricas cerrando porque ya no hay nada que fabricar y accidentes en la carretera y partidos de beisbol y la sagrada-maldita familia y el sueño americano que, de acuerdo, puede convertirse en pesadilla, pero, hey, sigue siendo americano y made & born in the USA.
Y todo eso y mucho más de lo mismo vuelve a sonar por escrito ahora en su autobiografía con el poco imaginativo pero eficaz título de Born to run (una de las varias biografías que le dedicó Dave Marsh lleva el mismo nombre), remitiendo directamente a su lp insignia y consagratorio de 1975 (merecedor entonces de portadas de Time y Newsweek durante la misma semana) y acompañándola de una/otra antología en CD, Chapter and verse, con hits y algún inédito prehistórico a modo de “guía musical” del texto. Libro que escribió por las suyas y sin previo compromiso editorial y por el que, se dice, se pagó un adelanto de diez millones de dólares y buena suerte para todos.
Y, por el momento, todos felices: la crítica cayendo de rodillas ante un “gran narrador” y un “master storyteller” (entre las firmas, las de otros bardos de Nueva Jersey como Richard Ford; aunque los aires de Springsteen están más cerca de las ficciones de otro Richard: Russo) y sus adoradores recibiendo nueva ración, que no es otra cosa que el equivalente tipográfico de cualquiera de sus maratónicos conciertos.
Y otro nuevo hito dentro de un paisaje que –como en tantos otros campos– Bob Dylan se las arregló para re/crear en 2004, con su formidable Crónicas: Volumen i, la rock memoir desmemoriada y más que selectiva con poca o ninguna ayuda de ghostwriter. Vehículo para hacer un dinero extra al que se subieron muchos pero solo unos pocos –Keith Richards, Patti Smith, Neil Young, Elvis Costello– han sabido conducir sin estrellarse contra una señal al costado del camino.
Asentado lo anterior, Born to run cumple e intensifica iconografía y mística y estética y credo existencial (una cierta bipolaridad a repartir entre canciones tristes e himnos de alegría histérica) y abunda en poses inevitables y nobles lugares comunes de Bosslandia: una vida que ya es casi un parque temático de sí mismo con irlandés padre despótico (y paranoide esquizofrénico), itálica madre epifánica y sensible, lento primer beso y novias veloces, y los muchachos de la banda siguiendo a este “dictador benévolo” y partiendo del pueblo chico hasta conquistar el universo con cadencia y ritmo que, por momentos, parecen más musical de Broadway que rock’n’roll vintage. Lo de Springsteen es rock for dummies: ideal para esos chicos aporreando su guitarra de aire frente al espejo y con las luces bajas. Y –como en uno de sus discos o de sus actuaciones– repitiendo varias veces lo mismo, machacando una y otra vez, diferente estribillo para el mismo verso, como ese tipo que se sienta a tu lado en un bar y te dice: “Déjame que te cuente…” De algún modo, el libro –ensamblado en breves capítulos, algunos tan pegadizos como singles, otros interesantes como ciertos lados b– es como una de esas boxes suyas de varios cedés incluyendo descartes y tomas alternativas y rarities y conversaciones y bromas en el estudio de grabación y hasta erratas y desprolijidades (demasiadas mayúsculas y signos de admiración) donde lo que empieza siendo un Dodge se convierte en un Pontiac. Una fiesta para los festejantes, sí.
Y, también, la novedad imprescindible para poder vender mejor el paquete. Eso que –en la reciente novela The nix, de Nathan Hill, según un editor cínico y desencantado– es lo que hay que dar a revistas y periódicos en los días previos a la publicación para generar un interés extra en el asunto. En el caso de Springsteen –¡sorpresa!– ese “bonus track” es la revelación de que Bruce lleva años, desde Born in the USA, combatiendo una depresión rampante con terapia y pastillas.
Claro, no es sencillo compaginar la imaginería sónica de un working class hero con –a pesar de que siga haciéndose cargo de las barbacoas del fin de semana– un multimillonario multi-grammy que se comporta sobre el escenario como un action-hero eléctrico. Alguien llevándose los mejores aplausos por sus ya oldies (“Born to run” nunca sale de la set list “porque lo que sucede cuando la tocamos cada noche es monumental”) y, finalmente, paradigma del daddy rock sin gozar de esa aura fuera del tiempo y del espacio que ha sabido conseguir un abuelo como Bob Dylan. Así, a medida que se avanza en Born to run, su velocidad disminuye, porque Springsteen funciona mejor como joven ambicioso de salida que como adulto satisfecho ya en casa. Y así sobre el final –seiscientas páginas después, confesando sin que haga falta que no ha contado todo lo que tenía que contar para no herir susceptibilidades– Bruce Springsteen ya no corre sino que, apenas, sale a caminar. Un poco en plan Citizen Bruce, aunque sin el misterio de qué significará su última palabra si esta es “Rosalita” en lugar de “Rosebud”. Pero –mientras tanto y hasta entonces– quién le quita a este hombre lo bailado y escrito en la oscuridad de su vida y lo corrido y recorrido bajo los reflectores de su obra. ~
es escritor. En 2019 publicó La parte recordada (Literatura Random House).