Escena de Sueño mexicano, de Laura Plancarte.

Cine mexicano en cartelera: entre sueños y pesadillas

Llegan a cartelera dos cintas nacionales con temáticas equidistantes, centradas en el sueño de acceder a una vida mejor y en las pesadillas de una violencia siempre latente.
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Puede parecer algo inusual, pero, no lo es. Me refiero al estreno simultáneo, el mismo día, en salas comerciales y culturales del país, de dos películas mexicanas. Si tomamos en cuenta el nivel de producción de los últimos años –más de 200 largometrajes realizados anualmente en el último lustro, con todo y la pandemia de covid-19 en medio–, es obvio que en algún momento se tiene que exhibir algo del cine mexicano que se produce, aunque sea en una fecha en la que se tiene que competir con el más reciente bodrio marvelita en cartelera.

Pero qué remedio: de lo perdido, lo que aparezca. Y en el caso del cine mexicano, este fin de semana han aparecido dos cintas nacionales con temáticas equidistantes, centradas en el sueño irrenunciable de acceder a una vida mejor y en las pesadillas de una violencia siempre latente que surge del más enraizado fatalismo.

En Sueño mexicano (México, 2023), su directora, la mexicana avecindada en Londres Laura Plancarte, sigue un camino muy similar al de su filme anterior, el también filme documental Non Western (2020), en el que la cineasta y artista visual nos mostraba el tentativo acercamiento romántico de dos personas fracturadas emocional y existencialmente, una prominente académica universitaria blanca y un modesto indio Cheyenne veterano de guerra.

En Sueño mexicano hay también una protagonista que está buscando rehacer su vida, recogiendo las piezas de un matrimonio fracasado que terminó en el divorcio y en la pérdida de la custodia de sus tres hijos, y que continuó en un constante derrumbe depresivo y en los sempiternos abusos del alcohol. Años después de todo esto, María Magdalena Reyes –Male, pa’ sus cuates y para la directora Plancarte– está intentando contactar con sus ariscos hijos adolescentes que no quieren saber nada de ella, construyendo finalmente su propia casa paso a pasito y ladrillo tras ladrillo, levantando un precario negocio de regalos que titula con el nombre de sus tres criaturas y hasta soñando en tener otro hijo con su nueva pareja, el machín y pocas pulgas Edgar, que no tiene empacho en decirle que si no le da un hijo propio, es probable que su relación no tenga futuro.

El guion de Sueño mexicano fue escrito por la propia Plancarte en colaboración con la protagonista, la irreverente y plantosa Male, a la que vemos, a lo largo del documental, empezar a reflexionar no solo sobre su pasado –los errores que cometió, los abusos que permitió– sino sobre lo que está viviendo en el presente con su caprichoso novio juvenil y el incierto futuro que avizora, en esos constantes acercamientos/alejamientos con sus hijos.

Sueño mexicano se mueve entre el pequeño pueblo de Tlahuelilpan, de donde es Male y en donde viven sus hijos, y la inabarcable Ciudad de México, en donde ella labora como trabajadora del hogar en alguna mansión chilanga. Pasando de un espacio a otro, entre la solidaridad de sus compañeros de labores –la claridosa Carla, el simpático Juanito– y los desafíos que enfrenta al tratar de rehacer la relación con sus hijos y construir una nueva con ese hombre que, acaso, se parece mucho al anterior, Plancarte nos presenta, sin condescendencia alguna, el “sueño mexicano” que tiene Male, que bien podría parecer pequeño pero que, evidentemente, no lo es. Para Male, no se trata de recuperar la vida pasada; más bien, se trata de pensar en otra muy diferente a la anterior. Se trata de construir un espacio de esperanza.

Si el discurso de Sueño mexicano es que otra forma de vida es posible, en Un cuento de pescadores: La maldición de la Miringua (México, 2024), segundo largometraje de Edgar Nito (notable ópera prima Huachicolero, 2029) se nos presenta un escenario completamente diferente, en el que otra comunidad en el interior del país tan pequeña como Tlahuelipan –en concreto, los poblados que hay alrededor del lago de Pátzcuaro– está condenada a la violencia y a la autodestrucción por una entidad maligna, la Miringua del título (Ruby Vizcarra), que acecha en esas agua interiores, manifestándose ya sea como una suerte de siniestra sirena albina, ya sea como un horrendo monstruo salido de alguna pesadilla goyesca, ya sea como una bella y misteriosa jovencita que aparece y desaparece a voluntad.

Como en todo buen filme de folk horror, uno bien podría borrar de la película a la susodicha Miringua, pues en sentido estricto esa entidad paranormal no hace más que empujar, revelar y develar lo que está anidado desde siempre en esas encerradas comunidades pesqueras: rencores apenas contenidos, deseos non sanctos reprimidos, violencia que estalla en medio de cualquier festividad, desgracia que se hereda de generación en generación y que pasa de un padre que murió “por terco y por borracho” a unos hijos que morirán por razones y sinrazones muy similares.

El argumento escrito por el propio director en colaboración con el prolífico guionista Alfredo Mendoza enlaza hábilmente cuatro historias cuyo fatalista desenlace está marcado por esas oscuras aguas del lago de Pátzcuaro, que llama a todos aquellos que están perdidos de antemano y para  siempre: el pescador solitario (Jorge A. Jiménez) embrujado por la muchachita “tan chula” de mirada penetrante (Renata Vaca), la historia de prohibido amor lésbico entre dos jovencitas (Daniela Momo y Alejandra Herrera) que finalizará en una boda de sangre, el odio a flor de piel entre otras dos muchachas que atraerá la desgracia a dos inocentes adolescentes enamorados (Agustín Cornejo y Anna Díaz), la locura premonitoria de un joven pescador alcohólico (Andrés Delgado) que sabe muy bien lo que se avecina y es castigado por ello.

El encuadre académico de Juan Pablo Ramírez encierra a todos estos personajes de por sí rodeados por la amenazante oscuridad y la ominosa niebla que surge del lago, acompañados por la perturbadora música atmosférica percusiva/prehispánica de Leonardo Heibleum, Nicolás García Liberman, Emiliano González de León y Odilón Chávez. En este escenario de auténtico horror folclórico y social, enraizado en lo que se hereda, en lo que se reprime, en lo que se niega, queda claro que esta comunidad no necesita de ninguna Miringua para autodestruirse. Está condenada de antemano y para siempre. ~


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