Una página del Manuel des amphitryons, de Grimaud de le Reyniere (1808).

Modales, postura, voz y otras cosas

La forma de sentarse, la dicción y la voz cuentan en la mesa, y también en la política.
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Si buscamos la palabra modales, no aparece en el diccionario, en cambio sí su forma singular, modal, pese a que nadie la emplea en esa forma y el plural significa una sola cosa. Mi querido diccionario de autoridades dice así: “Modal. Usado como sustantivo, vale la acción particular y propia de algún sujeto con que se hace reparar y se singulariza entre los demás; y así se dice, Fulano tiene notables modales”.

Las abuelas no suelen recomendar clásicos literarios a los nietos, pero sí algunos modales. “Párate derecho. Cierra la boca cuando mastiques. Toma así y asá el tenedor. Di buenos días. No des la espalda. No subas los pies a la mesa. No encojas los hombros. Limpia los zapatos. No subas la voz. Habla claro. No te rías a carcajadas. La mano ni muy floja ni muy firme al estrechar.”

La primera página del Manuel des amphitryons, publicado en 1808, lleva una imagen sobre la forma correcta de tomar cuchillo y tenedor. Entre los comensales puede causar ansiedad algún convidado que tome estos instrumentos de manera grotesca.

En el prólogo a las obras de Gaspar Melchor de Jovellanos, se le describe así: “Era Jovellanos de proporcionada estatura, airoso de cuerpo, de semblante agraciado y expresivo, ojos rasgados y vivos, larga y rizada cabellera, y de modales sueltos y elegantes; su vestido siempre esmerado”.

Con esa descripción se le nota de esos hombres que apenas entran en una reunión, ya se hacen notar por su proceder antes aún de que digan algo. Pero siendo difícil de imitar a seres así, es mejor convertir en atributo la desarrapada sencillez. En vez de buscar el ejemplo en el lustre, se halla adhesión en la rusticidad.

No ocurría así en la Austria imperial, pues Stefan Zweig nos dice que “a Francisco Fernando le faltaba lo más importante para ser realmente popular en Austria: afabilidad personal, encanto humano y buenas maneras en el trato social”. Por poco dice que sus malos modos fueron la causa de que lo asesinaran en Sarajevo. Lo que sí menciona es que “por esta razón la noticia de su asesinato no despertó ningún sentimiento profundo”.

Tal parece que Francisco Fernando tenía impaciencia por llegar a ser emperador, pero no tomó en cuenta un consejo de cierto analista de la época: “Una de las funciones más importantes de un emperador es lucir como un emperador”. Entonces menciona que debe pararse recto como una flecha, llevar sus ropajes con dignidad, y comportarse con gracia y afabilidad. Tener una voz suave y placentera en las reuniones privadas, y severa y clara en las públicas.

En este tema de hablar con propiedad, Plutarco propone el difícil arte de mezclar la sinceridad con las buenas maneras. “La risa y la chocarrería, como los ingredientes de baja calidad para las comidas, convierten la franqueza en algo sin consistencia e inútil, de forma que para los que lo dicen queda la fama de maliciosos y desvergonzados”. Suena bien, pero la política no sigue los consejos plutarquianos. Para quienes buscan la exaltación, él dice: “Si trata de cosas muy importantes, que el discurso sea fidedigno y estimulante por su pasión, por su forma y por el tono de voz”.

Cada quien puede medir su sazón en la arenga mirando distintas versiones del discurso de Enrique V en el día de San Crispín, notando si el entusiasmo le llega en la sobriedad o en el aspaviento. Mas en todo momento se trata de un discurso enaltecedor del “nosotros” sin meterse en villanías de rebajar al enemigo.

El orador, lo mismo que el actor y el buen conversador, necesita una voz agraciada. Según Baldassare Castiglione, una buena voz es “non troppo sottile o molle come di femina, né ancor tanto austera ed orrida che abbia del rustico, ma sonora, chiara, soave e bem composta, con la pronunzia espedita e coi modi e gesti convenienti”. Esto último, dice que a su parecer consiste en ciertos movimientos de todo el cuerpo, ni afectados ni violentos, sino atemperados, con un movimiento de ojos que otorgue gracia y vayan de acuerdo con las palabras.

Esto deben aprenderlo los actores, aunque últimamente la profesión actoral tiene una epidemia de mala dicción.

Aunque durante siglos los maestros más respetados de la oratoria han sido Cicerón y Quintiliano, creo que el mundo de hoy confía más en Dale Carnegie. Quintiliano comienza su libro con un toque poco optimista para muchos: “Sin dones naturales, la técnica y las reglas son inútiles”. A diferencia de la costumbre presente de decirle a todo el mundo que puede hacer lo que se proponga, Quintiliano menciona que “quien carezca de talento obtendrá tanto beneficio de mi libro como una tierra estéril de un tratado de agricultura”. Hay dones naturales que no siempre se tienen, como “una buena voz y pulmones fuertes”.

No lo digo yo sino miles de años de oratoria: Hay voces desagradables, y poco se puede hacer por repararlas. Muchos sufrimos estas voces en los maestros de escuela sin posibilidad de escapatoria. Hallé en una antigua revista un anuncio que prometía corregir la voz nasal, tipluda o gangosa. ¡Deshazte de esa voz desagradable!, invitaba la publicidad. Francisco Franco no acudió a la cita.

No recuerdo entre tantos consejos para el orador, que Cicerón o Quintiliano sugieran sonreír. La mucha sonrisa no es señal de inteligencia.

Modales, postura, dicción, voz, gestos… y contenido. Pronto veremos la gala discursiva del año electoral. ~

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(Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.


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