Entrevista a Darío Adanti: “Nos enfrentamos a aquello que nos da miedo a través del humor”

Una entrevista con el cofundador de la revista Mongolia sobre libertad de expresión, humor, censura, autocensura, ultraderecha y cómo editar una publicación satírica en papel.
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La profesora enarboló unas tijeras grandes, como de podar, y puso a los chavales melenudos en fila. Los trasquiló enteritos. Un agujero en mitad de la cabeza; al llegar a casa no quedaba más remedio que raparlo todo. Como bolas de billar. El pelo no podía rozar los bordes de la camisa en aquella Argentina de los setenta. Cuenta Darío Adanti (Buenos Aires, 1971), el pelo negro ensortijado, alborotado sobre la base del cuello, que su familia escondía los libros en un altillo, detrás de la ropa de invierno, para cuando vinieran los guardias de gafa de sol y arma larga a revolverlo todo.

Décadas después, el historietista y cofundador de la revista satírica Mongolia (desde 2012) acude a una cita en el Café Comercial de Madrid, en la glorieta de Bilbao, para charlar sobre humor, política, libertad de expresión y sobre cómo se saca un libro por mecenazgo.

¿Cómo definiría la situación del humor en España, con respecto a sí misma y a otros países?

Hace treinta años estábamos muchísimo peor. Entre otras cosas porque hacía muy poco que había terminado el franquismo. Era plena época de transición y el humor, que era popular y salía en los medios, era un humor permitido por el régimen franquista. Es decir, un humor que tendía a afianzar los valores tradicionales y conservadores. Te hacían reírte de aquello que estaba encuadrado dentro del marco de la normalidad. Una normalidad marcada por el sistema, obviamente. Entonces, claro, en esa época tú hacías un chiste como los de Bertín Osborne y Arévalo, de “mariquitas”, y nadie se te ofendía.

No podían.

Claro, eran una minoría y no podían porque si llegaban a salir del armario iban presos. Hace treinta años no iban presos, pero eran justo los años de transición donde el conservadurismo aún gozaba de mucho poder. Los chistes machistas estaban totalmente permitidos. Estamos muchísimo mejor ahora. Y no es que crea que haya que censurar estos chistes o los de contenido homófobo. Depende del contexto. No es lo mismo que cuente un chiste machista Patricia Sornosa, que todos sabemos que lo está haciendo por ironía, a que lo cuente Arévalo. Pero a Arévalo tampoco lo censuraría, va cambiando la sociedad, va cambiando el marco de referencia. Y, entonces, el humor también muta y ciertos humores se van quedando en el pasado. Yo no estoy a favor de que se judicialice, pero sí de que se critique.

¿De dónde cree que viene esta idea de que estábamos mejor antes que ahora, que se oye mucho últimamente?

Se oye mucho, sí. Es cierto que hay toda una ola de puritanismo que tiene dos vertientes; la de toda la vida de los sectores conservadores, que no es que se hayan radicalizado, es que han salido del armario. Estaban acomplejados. Me refiero a votantes de Vox, para ser más claro. Vivieron durante un par de décadas lo que, posiblemente, vivió la mujer durante más de diez mil años y lo que los homosexuales también: se lo escondían. Pero ahora al ver que hay políticos que les blanquean sus discursos, cuando los políticos deberían hacer pedagogía, que para eso son nuestros representantes; pierden la vergüenza y salen a decirlo.

Por otro lado, tenemos el problema con la izquierda. A partir de los años ochenta, cuando cayó el muro de Berlín y luego la URSS, el modelo que tenía la izquierda se quedó caduco. No sabían qué ponerle a la izquierda liberal, ya que, para sobrevivir ante una contingencia internacional, lo que vendría siendo la geopolítica y los poderes fácticos del bando capitalista, el socialismo soviético y el latinoamericano se cerraban. Y dentro de ese cerrarse no había libertades individuales, no había libertad de expresión.

Y, claro, entramos en un momento en el que la izquierda tiene que pensar cómo traer las ideas del siglo XX a este sin cargarse las libertades. Y la única forma que ve, no de combatir, sino de no sentirse partícipe de una injusticia, es reprimiendo la injusticia en su representación lexicográfica. Es decir, la palabra. Lo cual, creo, se está convirtiendo en nuestra quinta columna. Como no tenemos un plan material para oponerle a la democracia liberal, nos convertimos nosotros mismos en censores de las palabras sin caer en la cuenta de que las palabras son polisémicas. Tienen muchísimo significado y el significado se lo da el contexto. Pero eso es demasiado sutil para llevarlo a las redes sociales, por lo que estas han potenciado lo que tenemos de censores tanto izquierda como derecha. De todos modos, ahora hay más humor que antes y somos más libres en el humor. Es más una sensación que una realidad.

Hablando un poco del puritanismo, ¿qué opinión tiene de la polémica que suscitó la nueva canción de Def con Dos?

La izquierda es más dada a ofenderse con la autocrítica y a censurar y señalar como hereje al que la hace que a replantearse si esa crítica puede llegar a tener algo de realidad. Esto se ve cuando, en internet, los diputados de se ponen a trolear a Def con Dos por la canción que ha hecho. Y yo pienso; vamos a ver, ahora estás cobrando un sueldo pagado por todos nosotros, estás trabajando para nosotros. ¿Hasta qué punto tienes derecho o no a escrachar a un grupo que está ejerciendo su libertad de expresión desde el arte? El arte es para eso, para poder sobrepasarte, sobre todo cuando lleva sátira. Y Def con Dos es un grupo satírico que la lleva a través de la exageración.

Esto también tiene que ver con cómo estamos viviendo el sexo en esta modernidad. Pasamos de una represión absoluta a una gran liberalidad. Obviamente, el capitalismo es muy inteligente y voraz; todo lo que es bueno lo convierte en su propio beneficio para que tú consumas. Y el sexo es parte fundamental para la cohesión social. Es una forma de comunicarnos. Entonces, esto ha provocado que las nuevas generaciones se sientan obligadas a tener muchas experiencias sexuales sin educación sexual, porque no se da educación sexual. Y eso genera hartazgo. Ha pasado de ser tabú a una obligación. Con lo cual también se entiende esta confusión, porque no es más que una confusión, de creer que los chistes sobre sexo son sexistas. Y, en realidad, ya lo decía Freud; hay ciertos tipos de humor que lo que hacen es poder vencer el tabú. Y el sexo sigue siendo un tabú: pasó de ser un tabú por lo negativo a por lo positivo. Nos enfrentamos a aquello que nos da miedo a través del humor. A través de la ficción. Con lo cual, muchas veces incluso, cuando son chistes racistas o machistas, pueden ser por eso mismo o por todo lo contrario. Es muy complejo el tema del humor. La mayoría de los que opinan del humor no han leído una puta mierda sobre el humor. No de humor, sino sobre el humor. Para hablar del humor tienes que haber leído de ciencia, de filosofía, de historia, de evolucionismo, de psicología y un montón de cosas. Porque es un fenómeno tremendamente complejo y muy difícil de definir de una manera simple. Tiene muchísimos costados.

¿Tiene límites?

No, yo creo que no tiene límites. Es decir, por un lado, los tiene porque todo lo humano tiene límites, pero lo humano es algo netamente social, con lo cual tiene límites, pero son límites mutables y cambiantes que tiene que ver con las personas que participan en el juego del humor. Porque el humor es un contrato, yo te puedo contar un chiste y me dices sí o no. Es simplemente un pacto que se hace entre los que participan en el juego del humor, porque es un juego comunicacional que es, incluso, anterior al lenguaje.

¿Y fuera de ese pacto? Porque sí que es cierto que, cuando vas al teatro, o a cualquier función, vas expresamente a eso. Pero en la vida diaria, en la comunidad ¿dónde estaría el límite? El humor está amparado por la libertad de expresión, pero ¿la libertad de expresión lo abarca todo? ¿Comprende, por ejemplo, hasta el propio discurso fascista?

Sí, lo que no significa que como sociedad se lo permitamos. Pero decía John Stuart Mill en Sobre la libertad que la libertad de expresión está para proteger los discursos minoritarios. Porque en el mundo donde el discurso mayoritario se puede cargar el discurso minoritario, mucha gente a la que se le ocurren ideas nuevas, puede reprimírselas por el miedo a ser reprimido. Y eso, ¿a qué nos puede llevar? A evitarnos un montón de cosas que han sido positivas para la sociedad. Es decir, si el discurso minoritario, que resulta ofensivo, no se expresa, nunca hubiéramos tenido feminismo, nunca hubiéramos tenido movimiento LGTB porque era ofensivo y era minoritario en su momento.

El problema del Estado es, además de censurar discursos, el paternalismo. Y el problema aquí es si la libertad de expresión puede amparar —creo que fue Popper el que lo planteó— un discurso contrario a la libertad de expresión. Popper decía, después de la Segunda Guerra Mundial, y referido al nazismo, que no. Yo, sin embargo, estoy con Stuart Mill y creo que sí. ¿Por qué? Porque si lo negamos podemos estar mitificándolo, convirtiéndolo en más interesante de lo que es.

El problema es cómo y dónde dejamos expresar esos discursos. En el discurso político no, porque es anticonstitucional. El discurso político tiene que estar dentro de un marco constitucional. En cambio, en el humor, ¿por qué no? Eso sí, debería estar acompañado siempre de una educación real de lo que ha costado en vidas el discurso del machismo, la homofobia, el clasismo, etc. Porque si simplemente lo dejamos expresar, se nos queda en una frivolidad absoluta y mucha gente se ríe. Que se ría. Los chistes tienen esta cosa maravillosa: un chiste con el que tú no estás de acuerdo ideológicamente te puede hacer reír. La cuestión es que una cosa es que te haga reír y otra, muy distinta, es que te haga empatizar con el discurso. Pero si tenemos la información de lo que ha costado en vidas humanas, esos discursos hacen que te rías y te sientas culpable al mismo tiempo. No necesitamos reprimir discursos sino enseñar.

¿Y dónde falla nuestra educación en ese punto? ¿Cómo se enseña mal sobre humor en España?

No se enseña nada. Yo le quitaría todo vestigio de religión a los colegios. Obviamente, apostaría por la educación pública, porque el Estado es el que tiene que verificar que la educación que se está dando es buena. No estoy de acuerdo con la educación privada –y menos religiosa–. Imagínate que, en vez de enseñarte cómo se creó el ser humano de verdad, te estén enseñando que Dios le quitó una costilla a un tío para crear una tía, eso va a crear machismo toda la vida. Es absurdo que estemos haciendo un montón de cosas de ayuda a la mujer, de la violencia de género y sigamos permitiendo que la mitad de los españoles se críen con una educación religiosa que es machista, homófoba y reaccionaria. Es una contradicción total. Lo que deberíamos enseñar es, por ejemplo, todo el teatro griego. Sobre todo, de Aristófanes, que se reía de todo.

Porque hay otro discurso de izquierda que es muy peligroso que dice que el humor siempre es de abajo hacia arriba. Eso niega todo teoría psicológica y antropológica del humor, este no está sólo para meterse con el poder, también existe para que tratemos con nuestras propias frustraciones. Es complejo, y los políticos que abanderan este tipo de discurso son muy incultos. Son capaces de hablar sin haber leído en su vida un libro sobre lo que están diciendo. Y, encima, son irresponsables, porque les sigue un millón de personas en redes y dicen frases que caben en un tweet pero que, repito, filosófica, psicológica y evolutivamente no tienen ningún sentido.

¿Cómo afectan las redes sociales –ese espejo público tan grande que tenemos– al ejercicio del humor en nuestra sociedad?

Afectan mucho. Y, una vez más, como todo lo que es humor, de manera contradictoria. Es lo que más me fascina del humor, que no se pueden decir cosas sin tener en cuenta su contradicción. Seguramente su contradicción también esté presente en lo que estás hablando. Por eso el humor es mejor agarrarlo desde la dialéctica de Hegel, siempre hay una tesis y una antítesis y una síntesis de las dos cosas. Cuando hablamos de humor no se puede decir esto es bueno y esto es malo. Hay que decir: esto es bueno y esto es malo y las dos cosas al mismo tiempo.

¿Se ha autocensurado alguna vez? En contra de su voluntad, claro. Por ejemplo, en Mongolia os denunció Ortega Cano por una portada.

Sí nos hemos autocensurado. Pero no es censura per se. Cuando empiezas a trabajar con abogados, comienzas a entender aquello de la interpretación de la ley, dándote cuenta de que es ambigua. Lo que tienes que pensar es que el que te la va a interpretar lo va a hacer a mala leche. Y aprendes a hacer malabares dialécticos, para que si te cae un palazo sea menos heavy. Aunque en lo del tema de Ortega Cano no nos funcionó. Y quedó un chiste muy aséptico, muy cutre. Pero, en general, los únicos chistes que reprimimos son los que yo considero fuego amigo.

En primavera tienes pensado publicar Mataburros, un diccionario satírico ilustrado de Mongolia en el que propones una nueva definición a conceptos que últimamente están en boga.

Eso es. Yo soy disléxico, llevo toda la vida peleándome con las palabras. Me llevo fatal con la ortografía, por eso he leído siempre tanto y, también por eso, desde el primer número de Mongolia he hecho una sección para vengarme de ellas: El Mataburros de Mongolia, un diccionario donde soy yo el que define a las palabras. Es una edición ilustrada y lo hemos lanzado por crowdfunding, es decir, mecenazgo. Necesitábamos llegar a los 5.000 euros para cubrir los gastos de maquetación, edición y demás logística que envuelve el lanzamiento del libro que, además, tendrá el sello de Editorial Mong. Pues bien, al final de la campaña hemos recaudado 7.000 y pico, estamos muy contentos. Igualmente, apoyar la campaña de Mataburros es también apoyar el proyecto de Mongolia. Económicamente, la sentencia de Ortega Cano nos dejó temblando. Esta es una manera de intentar recuperarnos.

¿Dónde puede encontrarse el libro?

El proyecto, que se publicará en abril, lo hemos promocionando en Verkami, que es una plataforma de microfinanciación de objetivos creativos. En nuestra sección explicamos con todo detalle en qué consiste nuestro libro. La verdad es que, para nosotros, es algo muy importante. En Mongolia tenemos una sección llamada Reality News, donde damos noticias serias y nuestro objetivo es ensanchar los márgenes de la libertad de expresión de información en España. Sin nuestros suscriptores no podríamos hacerlo.

Vivió parte de su infancia en la dictadura en Argentina. España vive hoy un auge de la ultraderecha. ¿Le preocupa?

Vox es ultraderecha y no sería correcto llamarlos específicamente fascistas. Podríamos calificarles de neofascistas, o de que su imaginario es fascista. Porque no son tontos y, obviamente, han cumplido las normas abiertas que tiene la constitución para participar políticamente. Si no, no participarían.

Naturalmente, ellos son la representación legal del fascismo, que sí que está ahí. Pero nuestra realidad democrática actual no tiene nada que ver con una dictadura. Mi tío desapareció y mi madre nunca supo por qué. En una dictadura no podías preguntar. Ibas y lo primero que te decían era: ah, no sabemos nada, usted no pregunte que algo habrá hecho.

Hoy creer que una acción policial es fascista es ridículo. Las fuerzas de represión del Estado existen en todas las democracias y en los comunismos. Esto es porque el Estado tiene el monopolio de la violencia. Cómo administramos esa violencia es lo que tenemos que decidir nosotros y ver cómo entra en el marco de lo legal. Es decir, yo no quiero que torturen, creo que el Estado no puede cometer ilegalidades. La democracia no es solo votar, es pactar los códigos del juego y respetarlo.

En Mongolia tenéis la Biblia Negra, ha quedado claro que el Dios cristiano no es el suyo, pero ¿tiene Darío Adanti algún tipo de deidad?

Es difícil, porque te iba a decir que el ser humano y es mentira, lo desprecio mucho. Somos el mamífero más estúpido de la creación, bueno, de la creación no, porque no existe nada que lo haya creado. Supongo que si tengo una deidad es la ciencia y, en ese sentido, deduzco que mi deidad es humana. Solo que mi diablo también es humano. Es decir, me alucina la capacidad que hemos tenido como especie de intentar entender lo que nos rodea. Gracias a eso nos hemos quitado mucha mierda de encima y, también gracias a eso, hemos creado la bomba atómica que, probablemente, sea lo que acabe con nosotros como especie. Otra vez la contradicción, como en el humor.

Somos Fausto.

Sí, somos Fausto. Como persona me siento muy humanista, pero, por otro lado, antihumanista porque me parece que somos lo peor que hay. Somos lo mejor y somos lo peor y esa torpeza es lo que hace el humor. No hay salida, no es que los políticos sean malos, es que todos somos malos.

De todo lo que ha hecho, ¿cuál es su creación favorita?

Soy muy del presente, y de lo que estoy más orgulloso es de Mongolia y de estar haciendo con un grupo de gente algo que es muy difícil de hacer en estos tiempos: una revista en papel, un medio independiente y una sátira salvaje, aguantando lo que te venga. Y eso implica que también estoy orgulloso de hacer teatro.

Y está todo por mejorar. No hay que verse como genio, la genialidad no existe. Lo que importa es el trabajo. Lo fundamental. Y leer. Leer mucho.

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Clara Nuño es periodista.


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