Félix Ovejero y su dorado árbol

Publicamos el prólogo de Andrés Trapiello al libro de conversaciones de Julio Valdeón con Félix Ovejero, 'La razón en marcha'.
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Félix Ovejero es uno de nuestros mejores amigos, mío y de Miriam, que lo conoció antes que yo. Es también una de las mejores personas que conozco. Decir esto de alguien en un país en que “bueno” es sinónimo de “panoli” o de “inofensivo” es expuesto, y puede dar lugar a suspicacias y a pensar que se trata además de un subterfugio para escatimar las muchas virtudes intelectuales que tiene. De modo que vaya formulado también de esta otra manera: Félix Ovejero es una de las personas más inteligentes que hemos conocido, dotadas como pocas para exponer por escrito sus ideas, investigaciones y opiniones con claridad y sencillez, sin la pedantería académica. Se dice esto último porque él, que no ha llegado a catedrático por esa conjunción de mezquindad y mediocridad tan corriente en los departamentos de la universidad española (y seguramente por ese qué-más-da tan senequista suyo, del que en este libro hay tantas muestras), se refiere siempre a la academia con sumo respeto, en su aspecto más noble y exigente. Cuando Ovejero dice de alguien que no tiene solvencia académica, es para echarse a temblar: acabará probándolo con la mayor solvencia.

Una corta digresión. Ha mostrado uno alguna vez su perplejidad ante el hecho de que el DRAE, en su definición de la palabra académico, nos hurte la acepción más común (“cosa árida, sin gracia, plúmbea”; y como sustantivo, “pelma”, “coñazo”). Los que podríamos hacer uso de ella tal y como prescribe ese diccionario, raramente lo hacemos: “que observa con rigor las normas clásicas”. Lo de las normas clásicas, después de las vanguardias del siglo XX, es una bobada, claro (Ovejero lo contó en El compromiso del creador), porque nadie sabe ya a estas alturas cuáles son esas normas, pero sí qué se quiere decir con “rigor”. Incluso cuando esto está aplicado al trabajo de muchos académicos, entendido en la acepción inacadémica: “rigor mortis”.

Sigo. Ovejero cree en la universidad (la academia) también en su doble y noble acepción: investigadora y docente. De la primera dan cuenta sus libros y artículos; de la segunda, sus clases, que a poco que se parezcan a los libros y artículos, habrán de ser una experiencia imborrable para sus alumnos.

En este libro Julio Valdeón le va sacando a Ovejero recuerdos, opiniones, juicios, ideas. Lo hace de una manera fluida y a veces con fórceps, en su papel de partera.

Los que no conozcan los orígenes familiares de Ovejero quedarán impresionados por la sencillez y humildad con que los cuenta aquí. Parece recordar en todo momento aquello que decía Juan Ramón: “No os toquéis en el dolor”, al contrario que tantos “creadores” traficantes y rentistas de dolores propios o ajenos. Y por supuesto, sin compungirse nunca. Diríamos que su umbral del dolor es muy alto. De ese “neorrealismo” suyo (Rocco y sus hermanos a su lado parece un cuento de las Mil y una noches) obtiene la fuerza que ha necesitado para llevar adelante su proyecto vital e intelectual. Y acaso por eso mismo ha sido uno de los primeros en desenmascarar y combatir a los campeones del victimismo actual, los nacionalistas catalanes, cuyas quejas le producen, con toda razón, indignación, pero también risa (tiene la virtud del humor). Habla además con conocimiento de causa: buena parte de las penalidades de su familia, sufridas con parecido estoicismo al suyo y al de tantos miles de inmigrantes, proceden, precisamente, de los amos de la Cataluña adonde fueron a mejorar su suerte.

Y como no hay victimismo, tampoco hay en esa primera parte del libro alardes de lo contrario, esos “no le debo nada a nadie, todo lo he conseguido por mis méritos”, tan frecuentes en el mundo literario y académico. Al contrario, se limita a una exposición de hechos.

Y así procede también cuando le toca resumir, por ejemplo, su pasado en la corriente marxista, de la que dice conservar los recursos de su metodología, no pocos de sus diagnósticos y algunos de sus remedios o remiendos. Yo ahí, la verdad, me he perdido algo. Pero si él lo dice, le doy todo el beneficio de mi duda. Además, ¿quién que no sea un poco inteligente no acaba siendo socialdemócrata?

A cuenta de esto se le ha embromado mucho, tildándolo del “último marxista serio” que le queda a España. Pero lo cierto es que ese marxismo no solo le ha llevado a ponerse al frente, de manera señalada, de partidos liberales como Ciudadanos, que él fundó con otros fogueados en la socialdemocracia para combatir la mayor peste contemporánea, el nacionalismo, sino a denunciar con igual brío a la izquierda que en España, casi mayoritariamente, ha sido partidaria de los nacionalismos catalán, vasco y gallego, y connivente con muchas de sus trapacerías, bien por convicción, bien por interés, como en el caso de los diferentes gobiernos autonómicos o centrales. El rótulo de “la izquierda reaccionaria”, que él divulgó, se ha aceptado ya no solo en la literatura académica y en el periodismo, sino en el léxico político común. Digamos también para cerrar el párrafo que yo, las veces que he estado con él, no he notado nada su marxismo; ni en las conversaciones sobre arte o política o la vida que habitualmente mantenemos me ha parecido que hubiera grandes discrepancias entre nosotros: comemos y vestimos parecido, nos reímos por las mismas cosas, leemos parecidos libros, tenemos muchos amigos comunes, nos emocionan las mismas desgracias y nos unen las mismas causas y alegrías. O sea, que bien.

Quizá se deba a su manera de proceder en la exposición de sus tesis. Su claridad. La claridad es la piedra de toque de la amistad. No olvidemos que la disciplina en la que él se desenvuelve es la filosofía política con sus derivaciones económicas, y requiere desarrollos pacientes y complejos. Como la amistad. Sin claridad es muy dificultoso llevar eso adelante.

En este libro hay ejemplos sobrados de su paciencia para quienes, como yo, andamos muy alejados de un conocimiento razonable de escuelas, métodos, propósitos académicos.

De los asuntos de los que se ocupa en este libro, uno es el que más le interesa a uno, por razones obvias, el de las lenguas. Todos los que hemos dicho algo de ese asunto, a propósito de la liquidación del español en las instituciones catalanas (desde las educativas a las distintas administraciones administrativas, sanitarias y demás), lo hemos dicho no solo después que él, sino sirviéndonos de sus argumentos e investigaciones. Están expuestos con meridiana claridad y paciencia en estas páginas. No hay más que leerlas.

Al contrario de los que no tenemos paciencia alguna para concluir las controversias y las concluimos subiendo el volumen o recurriendo al sarcasmo, Ovejero, tal vez por sus hábitos pedagógicos, ni levanta la voz ni le arredra la extenuación explicativa ni tampoco la falta de inteligencia o mala fe de muchos de sus contrincantes (pues es sabido que los de la izquierda reaccionaria se creen más listos que nadie y los nacionalistas más guapos; en ninguno de los dos casos se sabe con qué fundamento).

Un último apunte. Hasta ahora todo lo que he dicho en este prologuillo lo habrá comprobado el o la lectora si ha leído sus libros. También observará el que para mí es el mayor atractivo de esta conversación: Ovejero es una persona humilde (lo cual no suele ser infrecuente entre los sabios), pero sobre todo es alguien que en todo momento une la vida a la teoría, o al revés, alguien que trata de llevar la teoría a la vida; todo de lo que habla está vivo, que es una categoría que raramente tiene valor en el asfixiante mundo académico. Busca ejemplos (los suyos son a menudo extraordinarios, hermosos como las asociaciones que hace Gómez de la Serna), tanto más eficaces cuanto más insólitos. Él sí que tiene presente la famosa advertencia de Goethe (“Toda teoría es gris, querido amigo, y verde es el dorado árbol de la vida”).

Este que tienes aquí es su dorado árbol. Una conversación (un coloquio, en el sentido cervantino, que Valdeón baila con donaire socrático) es algo arborescente, una rama lleva a otra, hasta la copa. Y en el camino, nidos, cien nidos acogedores, hospitalarios. Algunos incluso melodiosos. Y los árboles comunicados entre ellos por los abrazos. Hasta formar un bosque. Para quedarse a vivir en él, como aquel famoso barón rampante.

Las Viñas-Madrid, 19 de septiembre de 2022

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(Manzaneda de Torío, León, 1953) es novelista, poeta y ensayista. Autor de obras de referencia como 'Las armas y las letras', su libro más reciente es 'Madrid 1945' (2022).


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