Foto: Imago via ZUMA Press

Somos los culpables de Qatar

Nos enlodaremos en el pecado de Qatar con alegría, olvidando las brutales leyes del país anfitrión. Cuando la fiesta acabe, estaremos felices y sucios.
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Lee aquí otras entregas de la Bitácora Qatar 2022.

Un gol de Argentina contra los árabes en el primer partido a todos parece normal. Un gol de Arabia Saudita contra Argentina ya pasa a los anales de la historia. Los cronistas de Qatar 2022 se descolocaron: “¡Le empatan a Argentina! ¡Los árabes! ¿Qué está pasando? ¡El mundo se va a acabar! ¡La que los parió!” El partido se puso cuesta arriba, como dicen los narradores mexicanos cuando ven con claridad que se atascan los jugadores de la selección. Así atascado, los saudíes llegaron a la portería por segunda y gloriosa ocasión. Dos a uno terminó el partido de madrugada que convirtió a Argentina en un tango lacrimoso y que entregó enorme diversión a televidentes y turistas.

Se puso intenso y fue un encuentro memorable, hay que reconocerlo. Un encuentro memorable en un Mundial vergonzoso, conseguido a modo, a punta de billetazos, con sobornos demostrados, gente en la cárcel, trampas y destrucción de la idea internacionalista del fútbol.

¿Pero quién se detiene a pensar en eso cuando está el juego? ¿Quién piensa en geopolítica o negocios o sportwashing cuando los mexicanos están en la cancha? ¿Quién se dio la vuelta para rumiar sus críticas cuando Guillermo Ochoa “sacó su mano más larga” (Bermudez dixit) y detuvo un penalti que iba destinado a hacer llorar a nuestro país? Cientos de miles de mexicanos gritaron de alivio al unísono y los memeros más rápidos sacaron en el último minuto de 60 segundos (Fernando Marcos lo enseñó bien) sus estampitas de Memo Ochoa portando la banda presidencial, disfrazado de Cristo, con vestido de novia, con portada del Times. Ochoa presidente, Ochoa salvador, Ochoa me caso contigo, Ochoa rescátanos.

En ese instante de júbilo y alivio, las condiciones en las que se eligió a Qatar como sede mundialista fueron irrelevantes. El Mundial se volvió propiedad colectiva y todos participaron –participamos– sin asomo de culpa en la fiesta organizada por la banda de ladrones.

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Cuando la pelota rueda… Perdón. La pelota, lo he aprendido con los cronistas, no rueda. La pelota es un personaje psicológicamente complejo que se arriesga, se proyecta, revienta, es obligada, sufre, es abandonada, es cachondeada, es recibida, es compartida y es golpeada, entre otras muchas acciones de las que es objeto.

Bueno, cuando la pelota hace todas esas cosas que hace, es difícil traer a escena una reflexión sobre las condiciones en las que viven los diferentes en esa calurosa región del mundo. Incluso los analistas más críticos, los que advirtieron de la sangre dejada en la construcción de los estadios, gritarán en algún momento de la fiesta para expresar su susto, su furia o su inmensa dicha.

Es imposible resistirse. Entre un partido y otro hay reflexiones previas, apuestas, análisis ex post de goles y atajadas. Hay poco tiempo para recordar con comentarios agrios que las leyes laborales provocaron la muerte de más de 6 mil migrantes que, entre otras cosas, levantaron las gradas a 40 grados. Hoy están refrigeradas, pero a ellos les tocó el sol.

¿Quién recuerda eso cuando enfrente está Cristiano Ronaldo, goleador pentamundialista, o los japoneses mostrando su cortesía con la basura y su habilidad frente a los asombrados alemanes? ¿Quién recuerda a los presos si hay que dar tiempo a la risa por los bailes colectivos de los mexicanos que se emborrachan nomás de verse de verde?

No es un placer culpable. Es placer y punto. Placer cínico. Gozo que se acepta sin remilgos, orgasmos colectivos que hacen olvidar las brutales y violentas leyes del país anfitrión.

No lo juzgo. Lo registro y me declaro en pecado. Yo también estoy disfrutando del fútbol y también olvido lo que lo rodea, pero procuro no engañarme con paliativos argumentales como esos que hablan de mejoras laborales, flexibilización de las costumbres y las bondades de estar por primera vez en un país árabe. Todo eso es verdad. Y la alegría es real y es buena. Pero la fiesta la puso una banda de ladrones.

Tengo por aquí al filósofo Ronald Dworkin, que ayuda con el enredo que es para mí la paradoja del impacto positivo de una institución inmoral. La FIFA y Qatar cometieron delitos para que esto se llevara a cabo. El mundo participa de una fiesta en la que hay esclavos y policía moral, haciendo como que no ve si hay sangre o prisión porque lo bueno es que con el tiempo habrá menos y además en la balanza las bondades ganan.

Leyendo a Dworkin comprendo que nuestro problema al juzgar la moralidad del mundial es de objetividad.

Si Qatar fuera un tribunal, Dworkin distinguiría entre los actores que aceptan y otorgan la legitimidad del tribunal porque participan en él a pesar de tener distinto papel (abogado, testigos, fiscal, jueces, policía, acusado, víctima, público interesado), y quienes observan desde afuera las razones legales y morales que le dan legitimidad a un tribunal ajeno.

Me pregunto si estoy estirando demasiado a Dworkin, pues en realidad él busca la mejor respuesta moral posible sin dejarse vencer por el relativismo en donde todo tiene justificación cultural o grupal o pragmática. No hay una respuesta moral correcta, pero se puede encontrar la mejor respuesta moral posible y eso solo se logra con objetividad. Fuera del tribunal. Fuera de Qatar. Fuera del Mundial. Fuera del futbol. Fuera de la fiesta.

Y la fiesta está ahorita en su apogeo, así que de objetividad ni hablar. ¿Alejamiento, huelga de público, protestas? Es difícil resistirse a la seducción del banquete deportivo. No me sorprendió escuchar esta semana a un par de periodistas deportivos que confesaron su debilidad a Guillaume Erner en Les matins de France Culture. No aguantamos, le dijeron. Habían anunciado un boicot, habían dicho que no verían ni participarían del jolgorio futbolístico. ¿Saben qué? Resistieron solo dos días.

Me temo que nos enlodaremos en el pecado de Qatar con alborozo. Que perderemos la cordura mientras juegan los dioses del futbol. Que seremos incapaces, ya no de encontrar lo justo, lo correcto o lo mejor en este periodo, sino siquiera de intentar buscarlo. Derramaremos lágrimas y libaremos goles sin reparar en la degradación de la idea de libertad y encuentro. De pronto veremos fotos de jugadores cubriéndose la boca para protestar por la censura, pero nos fijaremos más en el marcador final. Cuando todo acabe estaremos felices y estaremos sucios. Nos invitó una banda criminal pero la fiesta la hicimos y la gozamos todos.

Somos los culpables de Qatar.

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es politóloga y analista.


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