¿Cuándo dejaremos esto? ¿Cuándo superaremos este tema? ¿Daremos por concluido el caso Wagner versus Nietzsche en algún momento?
Veamos:
El compositor Richard Wagner y el filósofo Friedrich Nietzsche se vieron, por última vez, cara a cara, en el Hotel Vittoria de Sorrento, Italia, el 27 de octubre de 1876.
El primero preparaba una obra maestra de madurez en torno al Santo Grial (asunto esencial de la llamada materia de la Bretaña del medievo, aunque basada en una versión alemana), titulada Parsifal. Un drama místico. El segundo gestaba por entonces un libro aforístico que abriría un segundo período de su obra (el Nietzsche “ilustrado”): Humano, demasiado humano. Al parecer, en aquel encuentro postrero se habló un poco del Grial (Wagner siempre llevaba la voz cantante).
Veamos, también esto otro:
El filósofo Nietzsche y el operista Wagner se habían conocido unos cuantos años atrás. Concretamente, el 8 de noviembre de 1868, en Leipzig. En casa de Ottilie Wagner, hermana de la celebridad. Luego, algunos meses después (dado que el joven fan, filólogo clásico docente, vivía en Basilea, y dado que el autor de Tristán e Isolda habitaba, apátrida, en concubinato, con Cósima y sus hijas, una preciosa casa blanca y verde junto al lago en Tribschen, Lucerna) se sucedieron numerosas visitas.
Estos encuentros entre alemanes transterrados en Suiza fueron lo más feliz, lo más luminoso y entrañable de la vida de Nietzsche, luego tan famosamente maldita y solitaria… A partir de Sorrento, los caminos de los dos héroes del espíritu europeo se separaron. Para no volverse a unir. Esta amistad estelar, fascinante, se truncó. ¿Por qué, exactamente?
En un libro posterior al citado, La gaya ciencia, Nietzsche vuelve a este recuerdo de vieja amistad (por otro lado, ¿en qué libro suyo posterior no vuelve a Wagner, de una manera u otra?). La gaya ciencia es de 1882. No había pasado tanto tiempo. Escribe quien será el filósofo del martillo: “Éramos amigos y nos volvimos extraños. Pero está bien así, y no nos lo queremos disimular y encubrir como si tuviéramos que avergonzarnos de ello. Somos dos navíos, cada uno de los cuales tiene su meta y su rumbo…”
Pregunto, de nuevo, ¿a cuenta de qué, exactamente, se vuelven estos rumbos incompatibles?
Ha aparecido hace poco en la elegante editorial Fórcola el volumen Richard Wagner-Friedrich Nietzsche. Correspondencia, con edición, traducción, introducción y notas firmadas por el especialista Luis Enrique de Santiago Guervós. Este libro (cuyo protagonista es Nietzsche, a pesar de la portada) nos devuelve esa inquisición grave, reaviva esa duda nuestra, siempre viva y duradera, no se sabe si irresoluble o ya resuelta.
Así pues, ¿dejaremos de hablar, alguna vez, de la amistad entre Wagner y Nietzsche? Es obvio que no.
La aportación, interesante, informada, más que informada, de Santiago Guervós, es una ocasión (otra ocasión más) para volver… Mientras sigamos en pie, con fuerzas, debatiremos sobre aquello que unió, aquello que separó y aquello que quedó en Nietzsche y Wagner de aquel trato.
Sobre todo, en lo que respecta al primero. Aunque, posteriormente a la ruptura, Wagner tuvo sueños con Nietzsche, el más brillante de sus admiradores y panegiristas –¿sería capaz, por ejemplo, un Houston Stewart Chamberlain, su sustituto en el Círculo de Bayreuth, de escribir otro nacimiento de la tragedia? Tuvo que ser obvio para el Maestro que aquel joven helenista schopenhaueriano, el pensador de lo apolíneo y lo dionisíaco, iba a ser insustituible–.
De modo que, si tenemos que repetirnos, nos repetiremos, pero nunca dejaremos de hablar sobre este asunto, que, en definitiva, es el asunto de la amistad artística. ¿Qué unió a Schiller y a Goethe, a Dante y a Cavalcanti, a Erasmo y a Moro, a Azorín y a Baroja?
Algunas causas
En un texto de esta edición que acompaña a las cartas (epístolas, por cierto, no solo entre ellos dos, sino, también, a propósito de ellos, entre figuras del entorno), el nietzscheano Santiago Guervós hace unas consideraciones que debemos tener en cuenta.
- Según entiendo, Nietzsche empieza a tener problemas con el movimiento del wagnerianismo, más que con las óperas en sí del “Maestro” (llamaban así a Wagner). Posiblemente, las distancias arrancan en sus tensiones con el Círculo de Bayreuth (en esta pequeña ciudad bávara se radicarían Wagner y Cósima, cambiando la villa de Tribschen por la de Wahnfried). El joven autor de El nacimiento de la tragedia pasa a ser el gran intelectual de este “Círculo”, pero Santiago de Guervós sostiene que su siguiente escrito wagneriano, la Cuarta intempestiva, es decir, Richard Wagner en Bayreuth, de 1876, es “el último tributo amistoso a Richard Wagner”, y que, de hecho, no es “sincero”. Más allá del Círculo en cuestión, en el Festival de Bayreuth de aquel año Nietzsche experimentó un rechazo: “mi error ha sido ir a Bayreuth con un ideal”, dirá. En tal exitosa celebración, Nietzsche, entre reyes y políticos, advierte el carácter nacionalista y algo banal (“filisteo”, en el lenguaje romántico) del espectáculo desplegado en torno al nuevo Wagner subvencionado por el Rey Loco. Ciertamente, en la obra posterior de Nietzsche (pienso en Más allá del bien y del mal, por ejemplo), Wagner está ligado, para mal, al proyecto del Reich; al nacionalismo alemán, algo que Nietzsche detesta. En definitiva, el problema de Nietzsche con Wagner es Bayreuth.
- Se aduce también que Nietzsche tuvo, además, problemas de contenido con la obra última, la mencionada Parsifal. Ya en Humano, demasiado humano I, en 1878, hay una primera crítica velada, como veremos. Después, las críticas aparecen en libros célebres. En La genealogía de la moral, III, el filósofo habla de esa ópera grandiosa como de un viraje claro hacia el cristianismo, hacia el redentorismo, y, en contexto con ese tratado, con la moral ascética… En El caso Wagner. Un problema para músicos, en 1888, habla de un cambio de rumbo en Wagner: “La nave tropezó en un arrecife”, que sería el descubrimiento de la filosofía de Arthur Schopenhauer y el pesimismo; Nietzsche cifra el cristianismo ascético de Wagner, en esta nueva navegación estética, con el adjetivo de decadente. Pues bien, Parsifal será para Nietzsche la consumación de esa decadencia, tal y como se aclara en su último libro, Nietzsche contra Wagner. Documentos de un psicólogo, de 1889. Aquí leemos sobre la última ópera de Wagner que se trata de un “atentado contra la moralidad”. No obstante, Nietzsche conocía ya desde los tiempos de Tribschen el asunto parsifaliano (Cósima le leyó en voz alta algunos fragmentos del libreto). Por entonces, parece, tampoco le llamó la atención para mal. Por otro lado, ¿era Parsifal la primera vez que Wagner hablaba de cristianismo, de espíritus puros, de redención? ¿Lohengrin y Tannhäuser sí; pero, en cambio, Parsifal no? Mmmmm… Hay que añadir que, de hecho, en enero de 1887, Nietzsche escuchó Parsifal en Montecarlo. Pues bien, en una carta a su entrañable amigo Peter Gast, leemos: “¿Cuándo Wagner ha hecho algo mejor?”. El filósofo del martillo anotó que la obertura de Parsifal era la “suprema obra de arte de lo sublime”. En cualquier caso, sus pequeñas incoherencias subjetivas no son tan graves como el hecho de que, creo, Parsifal puede interpretarse, perfectamente, como la coherente madurez, en libreto y música, del operista, y que criticar esa sola obra basándose en argumentos de incongruencia o cambios de rumbo como los aducidos no parece algo sensato. Yo creo que la carrera toda de Wagner atraviesa el corpus nietzscheano como una gran pasión no superada y que, en todo caso, las consideraciones sobre Parsifal, la obra en sí, no explican su ruptura.
- Hay otro asunto, divertido y grotesco, por lo muchísimo que contrasta con la altura inigualable de las obras de sendos caballeros, que Santiago Guervós descarta, de hecho. Leamos a la carta de Köselitz de 1883, posterior a la ruptura: “Wagner es pródigo en ocurrencias maliciosas, pero escuche esta: ha mantenido correspondencia (incluso con mis médicos) para difundir la convicción de que mi cambio en el modo de pensar es la consecuencia de desenfrenos antinaturales, con alusiones a la pederastia…” Se trató de “un asunto de honor mantenido en silencio”. En otra carta, a su amiga Malwida, Nietzsche hace referencia a una “ofensa mortal”, y algunos biógrafos han concedido importancia a esta hipótesis sumamente íntima como causa de ruptura. Y, en efecto, Wagner y el tal doctor, Dr. Eiser, tuvieron alguna correspondencia en torno a la vida sexual del enfermizo Nietzsche, pero Santiago Guervós le resta importancia. Al parecer, rumor de que Wagner había concluido (gracias al cuchicheo con el Dr. Eiser) que, si Nietzsche tenía ya tantos problemas de salud como tenía, esto se debía a onanismos y otras cosas, proviene del mencionado Círculo de Bayreuth, en el que se consideró a Nietzsche como un auténtico felón.
- Santiago de Guervós alude a otra causa posible de orden biográfico. El hecho de que Nietzsche presentara a su otro amigo, Paul Rée, judío, a Wagner pudo soliviantar a ste, furibundo antisemita… Desde Humano, demasiado humano, en adelante, Nietzsche ataca el antisemitismo nacionalista. Un pasaje elocuente se encuentra en el aforismo 251 de Más allá del bien y del mal. Luego volveremos a Humano, demasiado humano…
- En efecto, Wagner y los miembros del Círculo ejercían un control al parecer fuerte sobre sus fieles, sobre sus gustos, amistades y lecturas. De hecho, la causa de fondo defendida por Santiago Guervós de la ruptura de Wagner y Nietzsche no es otra que la rebeldía del segundo. Escribe el estudioso nietzscheano que el último, “como filósofo, debía inexorablemente atacar a Wagner”. Tras su panfleto pro-wagneriano insincero, Nietzsche “lucha por liberarse de su propio pasado. Y añade: “Este enfrentamiento se puede entender entonces como una manifestación del agón, de la contienda como principio de vida” (Ibid.). Algo que Nietzsche admiraba en la cultura de Homero. Así, este convirtió a Wagner en su contrincante. ¿Para qué? Para crecer. Así se explica la “provocación” de Humano, demasiado humano. El subtítulo es significativo, me parece: Un libro para espíritus libres. Santiago Guervós aduce una causa primordial tan sencilla como consistente.
Humano, demasiado agonal
El primer volumen de este libro provocador y aforístico apareció en 1878. No contiene (yo no lo veo) ataque directo al Maestro. Desde luego, nada que ver con los muy posteriores libros antecitados. En realidad, en las posteriores obras habrá numerosos pellizcos directos, pero no tanto aquí. Sí, en cambio, podemos localizar más bien pinchazos indirectos. Y el caso es que Maestro y su Círculo lo percibieron como una auténtica defección. Cósima no quiso ni leerlo. Y eso que Nietzsche, el para ellos enfermizo renegado, se lo había enviado por correo.
Por cierto, también ellos (el Círculo) le habían mandado el libreto editado del Parsifal: al recordarlo, en sus memorias intelectuales, escribe Nietzsche: “¿no sonaba como si se cruzasen espadas?”
¿Qué hay en estas páginas de desplante anti-wagneriano? Para empezar, el libro (en edición de 1878), se dedicó a Voltaire, un ilustrado (y francés…) muy despreciado por el Maestro. Luego, en términos generales, muestra claramente sus nuevas distancias para con el filósofo del Círculo y del Maestro, nuevamente, Arthur Schopenhauer. Humano, demasiado humano es un libro que rebate la misma idea de una metafísica (un mundo de las ideas, una voluntad omnímoda, un más allá, etc.), así como elementos esenciales de la ética de Schopenhauer (la glorificación de la compasión o Mitleid; el ideal ascético) y, lo que es más chocante viniendo de Nietzsche, discute la centralidad de la estética, de las artes.
En “Del alma de los artistas y escritores”, Nietzsche parece distanciarse de la concepción schopenhaueriana, wagneriana y romántica del genio como una especie de ser celestial. El aforismo 164 versa sobre el “culto al genio”. Nietzsche escribe: “Pero en todo ‘genio’ que cree en su divinidad el veneno termina por aflorar a medida que el ‘genio’ envejece”. ¿Hablaba aquí del Maestro, para mayor ira del Círculo?
La verdad es que Humano, demasiado humano contiene asertos inconcebibles en el Nietzsche de cinco años antes, como: “El hombre científico es la evolución ulterior del hombre artístico”. Aquí, el agón, la figura del conflicto, que Nietzsche había elogiado en el contexto del certamen homérico, brilla especialmente. Hasta cierto punto, me parece un Nietzsche un poco falso. ¡También “poco sincero”, como el escrito sobre Bayreuth, aunque al revés! Pero ¿no son precisos a veces el histrionismo y la exageración para alcanzar la autenticidad, acaso?
El aforismo 109 puede ser considerado un comentario anti-parsifaliano: “Desde luego”, dice el espíritu libre, desembarazado del Círculo, “la frivolidad o la melancolía de cualquier grado son mejores que un retorno o deserción románticos, que un acercamiento al cristianismo –ya no nos podemos comprometer con él sin mancharnos irremediablemente y sacrificar ante los demás y ante nosotros mismos la propia conciencia intelectual”.
Así, en el apéndice del volumen de correspondencia, el editor y traductor (que también incluye un texto interesante de Elisabeth Förster-Nietzsche: “El final de una amistad (1876-1878)”) nos explica el origen de esa ruptura. Es decir, Nietzsche tuvo que ganarse a sí mismo frente a Bayreuth. Hubo que convertir al Maestro en rival homérico, para consumar la liberación. Por último, también el antisemitismo, fomentado por un “nacionalismo artificial” es criticado por Nietzsche en el parágrafo 475, “El hombre europeo y la destrucción de las naciones”. Ahí leemos que una “mala literatura conduce a los judíos al matadero como chivos expiatorios de todos los males públicos y privados”. De haberlo leído, el Maestro podría darse por aludido, sin duda.
Así pues, comenzamos más arriba con “barcos que sueltan amarras” (por cierto, así se habla de los amigos que se distancian en Amistad, Mariano Sigman y Jacobo Bergareche); pero ahora nos acercamos más a la figura del amigo-rival. ¿Eran dos buques que se despedían cordialmente, o que se cañoneaban al tiempo que se distanciaban?
¿Qué no surgió de la amistosa rivalidad entre Picasso y Matisse, entre Hegel y Schelling, entre Stallone y Schwarzenegger, entre los hermanos Mann? La philía, el abrazo fraterno, y el agón, la punzada rivalizante, alimentaron el contacto entre Wagner y Nietzsche en esos años. El asunto es muy complejo y no lo voy a resolver aquí, desde luego, pero se puede defender que a pesar de todo, en la psique de Nietzsche, el amor por el gran músico convivió con la guerra contra su empresa.
Las últimas cartas de la serie aquí editada nos muestran a un “espíritu libre” sin su Wagner (el Maestro fallecería en 1883), en plena refriega con Bayreuth, con el Círculo (¿y con Alemania entera?). Estamos en el período de los últimos panfletos anti-wagnerianos. El wagnerismo es para él una enfermedad romántica, nacionalista y profundamente decadente. Los cañonazos nietzscheanos muestran toda la exuberancia agresiva marca de la casa. En la carta a Paul Deussen (otro gran personaje), desde la mítica Sils-Maria, en 1888, se aprecia su emoción, en medio de la refriega:
Recibirás todavía este mes un envío: un pequeño escrito polémico de estética, en el que yo, por vez primera y de la manera más incondicional, pongo a la luz el problema psicológico de Wagner. Es una declaración de guerra sin cuartel contra todo este movimiento…
El libro de Fórcola Richard Wagner-Friedrich Nietzsche. Correspondencia, a cargo de Santiago Guervós, nos ha iluminado sobre esta alta cuestión, este tema para mí infinito, del espíritu europeo. Con estas cartas y escritos en mente, seguiremos discutiendo sobre las causas y efectos que llevaron a aquellos dos barcos estéticos, tan magníficos, a alejarse para siempre en 1876.