Foto: Agencia El Universal /Fernanda Rojas/RDB.

“La imaginación y la memoria son la misma cosa”. Entrevista a Rafael Pérez Gay

Una plática con el escritor mexicano a propósito de su más reciente libro, "Todo lo de cristal".
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Rafael Pérez Gay acude nuevamente a la memoria para cerrar heridas. Pero la memoria ya no es lo que antes era. Hoy sabemos que la memoria es creativa, añade elementos que no ocurrieron. Se revisa el pasado no con el ánimo de descubrir la verdad sino para recuperar el tiempo perdido, mediante la literatura. En esta entrevista, que nos concedió en las oficinas de Cal y Arena, Rafael Pérez Gay habla de su último libro, Todo lo de cristal (Seix Barral, 2023), de la imaginación y la memoria, de la verbalización terapéutica, de los libros en los que trabaja actualmente. Habla de un México que podría quedarse sin futuro.

Abriste un arco memorioso que comienza con Nos acompañan los muertos hasta, por ahora, Todo lo de cristal, pasando por El cerebro de mi hermano y Perseguir la noche. ¿Qué buscas en esta inmersión en la memoria? ¿La verdad? Has escrito que la búsqueda de la verdad es enemiga de la literatura. ¿Buscas sobre todo hacer literatura?

Me propuse hacer un viaje interior a través de eso que hoy llaman autoficción o literatura del yo. No me preocupan el nombre o la etiqueta. Creo que siempre ha existido este género. Está, por ejemplo, Los Buddenbrook, de Thomas Mann, gran novela de juventud por la que le concedieron el Nobel. No busco acercarme a la verdad porque, cito a Pessoa: la verdad es siempre un error de perspectiva. Los escritores tenemos que cuidarnos mucho de buscar la verdad. Me preocupo por buscar en el pasado distintos momentos y recuerdos que pudieran revelarnos una parte del presente e incluso atisbar algo del futuro. Un trozo incandescente del pasado siempre estará presente en el futuro. Fue así como me propuse hacer Todo lo de cristal. La verdad es enemiga de la literatura. La literatura debe buscar la ambigüedad, sin ambigüedad la literatura no existe.

Este libro, como los tres anteriores, ¿es también un informe?

Les llamo informes porque tienen un planteamiento novelístico. En alguna entrevista, a Emmanuel Carrère le preguntaron cómo construía sus ficciones. Contestó: “En realidad no escribo ficción, utilizo todos los elementos y los instrumentos de la ficción –intensidad de los personajes, planos narrativos, descripciones, viajes en el tiempo si es necesario– para contar cosas que me han pasado”. Por eso les llamo informes. Este que ahora presento es un informe nocturno de la infancia escrito en el principio del invierno de mi vida. En Todo lo de cristal desarrollo una memoria personal y una memoria colectiva, algo que no había hecho con tanta claridad en los libros anteriores. Los vientos colectivos entran a esa casa a través de los periódicos de aquellos tiempos, el Excélsior y El Heraldo.  

En uno de tus libros familiares cuentas historias del México posrevolucionario, en otro narras acerca de los poetas modernistas, en el dedicado a tu hermano, la historia se manifiesta en la crónica de la campaña de López Obrador en 2006 y su derrota. En este libro la historia se cuela gracias a las visitas que haces a la hemeroteca. En tus libros vida e historia aparecen fuertemente imbricadas.

Nunca he podido escribir sin abrir la ventana al tiempo que está ocurriendo. Provengo del periodismo literario, de la crónica. Hay muy buenos escritores que pueden meterse a una especie de gabinete a planear y escribir una novela. Eso nunca lo he podido hacer. El tiempo irrumpe en mis libros, en este último todavía más. Recreo los tiempos de Gustavo Díaz Ordaz y de Ernesto P. Uruchurtu, un hombre que cambió la ciudad. Tenía una extraña y sospechosa obsesión por la noche. Uruchurtu acabó con los cabarets y la prostitución. Fueron los años en los que la ciudad se iluminó. Se instalaron farolas púbicas, hasta entonces la ciudad era muy oscura. Permito que el tiempo irrumpa en lo que escribo. El narrador del libro, que para efectos prácticos de esta entrevista soy yo, se va a la hemeroteca a ver si sus recuerdos coinciden con las noticias del periódico. Cuenta lo que le sucedía mientras él y su familia se mudaban decenas de veces.

Has escrito sobre el amor de tus padres y sobre el odio de tus padres, has escrito que tus padres “vendieron su alma al odio”. ¿La literatura te ayuda a aclarar cómo fueron las cosas? ¿A qué te ayuda la literatura?

Esta saga familiar me ha sido útil para buscar en el pasado las razones que me convirtieron en el hombre que soy. Es un trabajo a veces confesional, catártico. Tengo mucho cuidado de no reflejar sólo un estallido, se tiene que pasar por cierta destreza técnica para que a otros lectores les parezca que también les han ocurrido cosas semejantes a las que cuento. Un autor que me gusta mucho, Amos Oz, sobre todo en Una historia de amor y oscuridad, escribe sobre Tel Aviv pero consigue que uno se interese como si lo que cuenta le hubiera ocurrido a una familia que vive en la colonia Del Valle o Coyoacán.  No me estoy comparando. Habla un lector admirado de su obra. Amos Oz deja que el tiempo irrumpa en las historias que va contando. Aspiro como narrador a recuperar mi historia familiar y al mismo tiempo a conocerme a mí mismo. Siento que puedo contarlo todo, aunque tengo muy claro lo que escribo y lo que solo sugiero. Hay un momento en el cual uno va hacia adentro de sí mismo. Es un camino que tiene momentos de oscuridad, de una oscuridad que espanta. Cuando uno recuerda se encuentra con asuntos difíciles de comprender. No me atraen aquellos escritores que recuperan momentos familiares con superficialidad. Creo que la vida familiar está llena de luces y de sombras.  “Familias, criaderos de alacranes”, escribió Octavio Paz. 

En esta ocasión tu cartografía personal cubrió las colonias Anzures y la Condesa de finales de los años sesenta y principios de los setenta. Así como la Roma de Alfonso Cuarón y la que recupera José Emilio Pacheco en sus Batallas en el desierto. ¿Buscas en la historia de la ciudad, como dice tu analista, un padre ausente?

Todos los escritores buscan a su padre mientras escriben, novelistas, periodistas, cronistas. Buscamos al padre ausente. En mi caso mi padre estaba ausente y al mismo tiempo excesivamente presente. Proyectaba una gran fuerza, pero estaba perdido en sus laberintos. Siempre estaba muy ocupado tratando de reparar sus sueños rotos. Llevaba a casa sus ilusiones perdidas y las convertía en una fiesta. En esta saga familiar que he escrito he buscado una y otra vez encontrarme con mi padre, para entenderlo. Lo mismo que con mi madre. Ella era una especie de pegamento que mantenía unida a la familia. La palabra “unida” no es exacta, quizá es mejor decir “compacta”. Mi madre podía mantener las cosas de una sola pieza. Aunque lo sabemos: “todo lo de cristal”, a veces, se rompe.

En tus más recientes libros das cuenta de la devastación de la vejez, de las enfermedades, de los odios, de las separaciones, también de tu infancia y adolescencia, del duro amor de tus padres. ¿Narras tus recuerdos para cerrar heridas?

Ir con la memoria al pasado, hablar de ese pasado, es quizás el sueño imposible de proporcionar una cura ante un dolor. Todos hemos atravesado momentos de dolor y también de gran dicha. Para escribir Todo lo de cristal busqué en ambas fuentes, esos dos extremos que viví durante las 22 mudanzas que hice con mi familia. En lo personal no las sufría, no eran para mí un momento de agobio, como seguramente sí lo eran para mis padres ante los continuos quebrantos financieros. Vivimos un tiempo en la colonia Anáhuac, antes de que se usara la palabra gentrificación, antes de convertirse en la Ciudad Slim. En aquel entonces era una ciudad fabril. Ahí se encontraba la Cervecería Corona, la fábrica de dulces Laposse, la Chrysler. Cruzaba una vía del tren y había un basurero. El niño que fui era capaz de investigar, abrirse paso y tener amigos en esa zona. 

En mi caso escribir sí sirve para cerrar heridas. Cuando uno se desprende de los recuerdos escribiéndolos experimenta un momento de liberación. Siempre he creído que la profundidad de la indagación por la palabra puede llegar a cerrar cicatrices.

El psicoanálisis tiene la idea de que verbalizar cura. La escritura es  terapéutica en el sentido de cerrar heridas. ¿Qué te ha dejado la escritura de esos libros? ¿Has cauterizado algunos recuerdos?

He sostenido una relación de amor y odio con el psicoanálisis. Como Karl Kraus, creo que uno no debe meterse en sus problemas personales. La verdad es que acabamos metiéndonos. Recuerdo los años del gran boom del psicoanálisis. No había tantos psicoanalistas. Mi hermano al regresar de Alemania organizó unos seminarios sobre Freud. Cuando él venía nos dejaba lecturas, todas de psicoanálisis. Leímos una buena parte de la obra de Freud, así como de Paul Ricoeur. Era lo que estaba de moda, pero era una gran moda. Proponía la nobleza de intentar conocernos a nosotros mismos. En Todo lo de cristal menciono a una analista llamada Karen Horney, autora del libro Autoanálisis. A principios de los setenta primaba la idea de que uno debería conocerse a sí mismo. Extraño entre algunos escritores jóvenes esta falta de iniciativa para encontrarse frente al espejo.

En el libro En el verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, Mircea Cărtărescu cuenta que tenía un hermano gemelo y que este hermano enferma y muere. Esa es la razón por la cual cuando se ve al espejo se ve distorsionado o no se ve, y de que cuando abraza a su madre siempre sabe que su hermano gemelo está a un lado. Me gusta imaginar compañías. No tengo pensamiento mágico, ni creo en los fantasmas (aunque aparece un fantasma en este libro), pero la idea de Cărtărescu me sugiere la soledad. No me gustan las multitudes. Son capaces de grandes vilezas. Me gusta la soledad, la conversación frente a frente, para descubrir cosas que tienen que ver con la literatura y con la lectura. No concibo un escritor que no sea un gran lector.

La memoria, dice Joseph Brodsky, nos traiciona. Es una aliada de la muerte, dices en algún momento. Recordamos para que las personas y las cosas no se mueran, para que sigan viviendo. Sin nuestro recuerdo, los muertos estarían más muertos. ¿Qué piensas del futuro de la memoria?

La memoria es lo que hace que seamos las personas que somos. La memoria es un momento en el cual uno se acerca al pasado y trata de reconstruir, de restaurar una parte de uno mismo. Durante mucho tiempo, las neurociencias y la psicología han reunido evidencia de la falibilidad de la memoria. Hoy se sabe que recordar no es un acto pasivo, sino una forma de reconstruir. Al recordar añadimos pedazos de información, recreamos los acontecimientos. Felipe De Brigard, neurocientífico y filósofo colombiano, sostiene que lo que recordamos pudo o no haber ocurrido, la memoria no es infalible sino creativa. Forma parte de un sistema cerebral que crea mundos. Construye hipotéticos acontecimientos pasados, presentes o futuros. La imaginación y la memoria son una y la misma cosa.  

¿Qué libros tienes en la cabeza? ¿Qué otros libros vas a escribir? ¿Seguirás con este ciclo memorioso? ¿Cuáles son los libros que, de acuerdo con George Steiner, quisieras haber escrito?

Son muchos los libros que hubiera querido escribir. Con mayor modestia prefiero pensar en el libro que traigo entre manos. Llevo un tiempo reflexionando en un libro que tenga la textura narrativa del momento en el que México se queda sin futuro. En el que el país queda en vilo. Describir el momento, luego de la destrucción ocurrida en el sexenio de López Obrador, en el que sentimos que el país no tiene un porvenir claro. El porvenir no es un lugar que uno pueda comprar, el porvenir está aquí, contigo y conmigo en el presente. Pienso en el tipo de textura narrativa que requiere un libro como el que te describo. El día en el que México no tuvo futuro. Quiero reconstruir ese momento en términos personales y familiares. Dejar que irrumpa el tiempo de la política y el tiempo de la historia. No se cómo voy a resolver esto pero en eso ando.

¿Esa conciencia de que no hay futuro es algo que está por ocurrir o que ya ocurrió y la recuerdas?

Ahora considero que el recurso literario tiene que ser un presente en el que el protagonista rinde un informe de invierno. De invierno porque da cuenta de una vida que comienza a dirigirse hacia su destino. Y desde ese mirador atisba al pasado para saber si lo que vivimos ahora comenzaba a manifestarse entonces. Con el deseo de saber si México se quedó un día sin futuro y cuándo ocurrió eso. Dice Enrique Krauze que el árbol de la cultura mexicano es milenario. Tiene razón. Quiero asomarme a eso, no a lo milenario, sino a estos años recientes de inconsistencias, de tristezas, a la realidad de un país que no merecía el presente y el pasado inmediato que ha tenido. ¿Cómo resolver esto? No lo sé.

¿Qué espíritu de los tiempos se vivía en aquellos finales de los 60 y principios de los 70? ¿En qué se diferencia del espíritu de nuestro tiempo?

En Todo lo de cristal el niño tenía que envolver todo lo de vidrio en papel periódico cuando llegaba la mudanza, que era muy seguido. Alude a la fragilidad de la vida misma, del amor, la amistad y de la finitud misma. Es un libro melancólico. Recuerdo que en aquellos años había un espíritu de novedad. Me parece que ese espíritu que celebraba lo nuevo era mayor entonces que ahora, cuando ha ocurrido una revolución civilizatoria. Entonces todo brillaba, todo era nuevo y prometedor. Era un mundo de relativa calma porque se vivía bajo la sombra de la guerra fría.

Los jóvenes de aquel entonces admiraban a Fidel Castro. Muchos de ellos ya empezaban a pensar en un cambio democrático. Mi hermano estaba en Alemania, había sido cercano de Rudi Dutschke, mi hermana estuvo en Tlatelolco, yo era un niño de 10 u 11 años. Todo me parecía novedoso. Había una máquina extraordinaria que anunciaban en el periódico. “No puede usted creerlo: hace copias, se llama Xerox.” Por primera vez se podían comprar boletos por teléfono, en Boletrónico. Las promesas parecían estar casi al alcance de la mano, como suele pasar en la juventud. No estábamos consientes del contexto amenazante. El mundo podía estallar en una grandísima guerra, que no ocurrió, como la crisis de los misiles. En China había comenzado la Revolución cultural, que costó millones de muertos. En ese momento todo parecía una pastilla efervescente en un vaso de agua.

¿Por qué esta rememoración tuya cabe en nuestro presente? En un cuento de Borges un escritor anciano y famoso se encuentra a la orilla de un río con un joven poeta que es él mismo, pero más joven; conversan, ¿qué le dirías al joven Rafael Pérez Gay?

En primer lugar, no le contaría lo que va a ocurrir. Han ocurrido muchas cosas dichosas, pero también muchas cosas que han cambiado al mundo de forma escandalosa. Le sugeriría que no abandonara los libros y que se saltara todos los dogmatismos, toda esa ilusión de los hombres nuevos. Yo pasé por ahí, por ese territorio en llamas. No pude ahora incluir nada de la guerra sucia, quizás en el próximo libro. La guerrilla, la violencia como sistema, como idea para llegar al poder, no solo en México sino en otros lugares. Si me encontrara conmigo mismo más joven trataría de no ser demasiado prolífico respecto a lo que va a ocurrir. Me han dicho: tu libro es un libro nostálgico. No tengo nada contra la nostalgia. La nostalgia es una hija compasiva de la memoria. No puedo negar que cada vez que iba al cine y aparecía Patty Duke me ponía muy nervioso. Vuelvo a ese momento que me deja un sabor de boca entre amargo y dulce, como suelen ser las cosas del pasado. ~

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