Justo Sierra muriĆ³ por una enfermedad del corazĆ³n, en Madrid, a las 5:30 de la maƱana del 13 de septiembre de 1912. El dĆa anterior habĆa realizado una excursiĆ³n al Escorial y, aunque se sintiĆ³ enfermo, a su regreso estuvo trabajando todavĆa unas horas en el discurso que debĆa pronunciar en la velada hispano-americana durante las fiestas del Centenario de la promulgaciĆ³n de la ConstituciĆ³n de CĆ”diz, a las que habĆa sido nombrado embajador por el gobierno de Francisco I, Madero. Sobre su burĆ³ quedĆ³ el Ćŗltimo libro que leĆa, la Historia de EspaƱa y de la civilizaciĆ³n espaƱola de Rafael Altamira, el mismo escritor que en una plĆ”tica Ćntima le habĆa llamado āniƱo giganteā.
La muerte de Sierra produjo āhondo pesar en los centro sociales, diplomĆ”ticos, literarios y artĆsticos [de EspaƱa], donde eran mĆ”s apreciadas las dotes polĆticas y literarias que adornaban al finadoā, como publicĆ³ la prensa. El rey Alfonso XIII ārecibiĆ³ con gran pena la noticia que le fue comunicada y dispuso que en su nombre se diera el pĆ©same a la familia y naciĆ³n mexicanaā. Su viuda, Luz Mayora, recibiĆ³ cientos de cartas de condolencia, entre ellas las de GaldĆ³s, Unamuno y Porfirio DĆaz.
Por cablegrama dirigido al Ministro de Relaciones, firmado por el Primer Secretario de la LegaciĆ³n Amado Nervo, la mala nueva llegĆ³ a MĆ©xico. El cable decĆa simplemente āacaba de morir don Justo Sierraā. La noticia se esparciĆ³ rĆ”pidamente por la capital. āAl principio fue acogida con un gesto de incredulidad; nadie podĆa creer que el maestro Sierra hubiera desaparecido, por mĆ”s que todos supiĆ©semos lo delicado de su saludā, afirmaron al dĆa siguiente los periĆ³dicos.
La noticia apareciĆ³ en primera plana de la prensa mexicana el sĆ”bado 14 de septiembre. āEl maestro Sierra ha muerto. La naciĆ³n llora la pĆ©rdida de un hombre ilustre. La intelectualidad mexicana estĆ” de dueloā, publicĆ³ en sus titulares El Imparcial. Este mismo diario no se ahorraba elogios: āhombre buenoā, āvarĆ³n justoā de āvida clara y puraā, āun grande hombre, un hombre de vigor psĆquico extraordinarioā. El diario catĆ³lico El PaĆs fue mĆ”s moderado en su elogio: ājamĆ”s estuvimos de acuerdo con las ideas del āmaestroā como le llamaban en MĆ©jico los intelectuales, pero no por eso dejamos de reconocer la fuerza de su talentoā, y le reconocĆa como āeruditoā, āescritor correctĆsimoā, āpoeta de grandes vuelosā y ātribuno de arrebatadora palabraā.
La nota necrolĆ³gica que publicĆ³ la Revista Positiva, firmada por AgustĆn AragĆ³n (quien ya antes habĆa escrito varios artĆculos crĆticos contra Ć©l), comenzaba por censurar a los āadulonesā que, llegando a lo āsuperhiperbĆ³licoā habĆan llegado a llamar a Justo Sierra āsantoā y ānĆŗcleo natural y forzoso de todos los intelectuales hispanoamericanosā. Enseguida, dirigĆa sus reproches contra el propio Sierra: āasentimientoā¦ a proposiciones abstractas de carĆ”cter filosĆ³fico, ni meramente intelectual se le conociĆ³; espĆritu prĆ”ctico faltĆ³leā¦ y el religioso no lo manifestĆ³ de adultoā. AragĆ³n cuestionaba ademĆ”s su desempeƱo como Subsecretario y Secretario de InstrucciĆ³n PĆŗblica y Bellas Artes, achacĆ”ndole āla confusiĆ³n a que se ha llegado en nuestras escuelasā. Le reconocĆa, en cambio, por su defensa āde la enseƱanza de la lĆ³gica cientĆfica o positivaā en la Escuela Nacional Preparatoria, pero mĆ”s que por otra cosa, por su poesĆa, su literatura y su oratoria.
Se dispuso que el cadĆ”ver de Justo Sierra fuera enviado a MĆ©xico. Antes de ello, en Madrid se le rindieron funerales en la sacramental de San Justo. El duelo fue presidido allĆ” por los ministros reales de GobernaciĆ³n y de Gracia y Justicia, Amado Nervo, Justo Sierra hijo y el seƱor Cuesta. Encabezaba la comitiva una secciĆ³n de la policĆa montada. En el cortejo fĆŗnebre figuraron diplomĆ”ticos, polĆticos, literatos, artistas y periodistas. Lo acompaƱaba un batallĆ³n de infanterĆa, dos escuadrones de caballerĆa y una baterĆa de artillerĆa pues, por decreto del rey se le tributaron honores de teniente general del ejĆ©rcito. Varios coches siguieron a la carroza fĆŗnebre completamente llenos de ofrendas florales. AhĆ, en San Justo, el cuerpo embalsamado permaneciĆ³ hasta ser llevado a Santander para su embarque en el vapor Espagne que partiĆ³ de ese puerto el 21 de septiembre.
El barco hizo escala en La Habana, Cuba, y saliĆ³ hacia Veracruz la madrugada del viernes 4 de octubre. LlegĆ³ a este puerto mexicano el domingo siguiente a las 9:20 de la maƱana. En el muelle esperaban el barco su familia, las comisiones del Ejecutivo, Relaciones Exteriores, CĆ”mara de Diputados (entre ellos, Serapio RendĆ³n), CĆ”mara de Senadores, Suprema Corte de Justicia, InstrucciĆ³n PĆŗblica, Universidad de MĆ©xico, Escuela Nacional Preparatoria (concurriĆ³ el director y varios alumnos), el Casino EspaƱol y una ānutrida representaciĆ³nā del Ayuntamiento. Los acompaƱaba un gentĆo inmenso que esperaba desde las primeras horas de la maƱana para rendirle homenaje a ese hombre āverdaderamente grandiosoā, como reportĆ³ la prensa. AhĆ mismo, en el muelle, la viuda recibiĆ³ el pĆ©same de todas las comisiones. El cuerpo de Sierra fue desembarcado a las 11:40 y a muchos conmoviĆ³ el ver las ācinco hermosas coronas [con que] cubriĆ³ la cultĆsima repĆŗblica de Cuba, el fĆ©retro que guarda los restos del insigne mexicanoā.
En un carro especial, los restos fueron llevados en ferrocarril a la ciudad de MĆ©xico. A todo lo largo del camino cuatro personas montaron alternativamente guardia alrededor de su ataĆŗd, la Ćŗltima de ellas por su propia familia, que descendiĆ³ del tren en Guadalupe Hidalgo. El convoy llegĆ³ a la EstaciĆ³n de Buenavista pocos minutos despuĆ©s de las 10 de la maƱana. Los funerales en la capital habĆan sido ya planeados cuidadosamente por medio de una comisiĆ³n en la que figuraban Ezequiel A. ChĆ”vez, JesĆŗs Urueta, JoaquĆn D. CasasĆŗs y Manuel Sierra MĆ©ndez, hermano de Justo.
Se bajĆ³ el fĆ©retro del carro, se le cubriĆ³ con la bandera mexicana y se le llevĆ³ a una carroza tirada por tres troncos de caballos frisones engualdrapados y empenachados, llevados por palafreneros. Para acompaƱarlo, tomaron los cordones de seda que pendĆan del ataĆŗd el Ministro (embajador) de EspaƱa, Manuel Calero, embajador de MĆ©xico en los Estados Unidos, Leopoldo Batres, el teniente coronel Luis Garfias, el capitĆ”n Jacinto TreviƱo, representante personal del Presidente, y JoaquĆn CasasĆŗs. SeguĆan a la carroza los hijos del maestro (Justo, Manuel y Santiago J. Sierra), venĆan despuĆ©s su hermano Manuel y Luis G. Urbina, uno de sus discĆpulos predilectos.
El imponente cortejo fĆŗnebre transitĆ³ por las calles de Puente de Alvarado, Rosales, Avenida JuĆ”rez, Avenida de San Francisco, del Reloj y Montealegre hasta llegar al anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria, donde se instalarĆa la capilla ardiente.
En profundo silencio y con el sol a plomo el cortejo avanzĆ³ por las calles, donde los niƱos formaban una valla y arrojaban crisantemos y margaritas. Por la inmensa aglomeraciĆ³n, las diversas delegaciones āapenas pudieron reunirse para formar nĆŗcleosā. HabĆa representantes de los tres poderes, las secretarias de estado, instituciones como la Sociedad de GeografĆa y EstadĆstica, el Ateneo de la Juventud, el Casino EspaƱol, escuelas primarias, la Escuela Nacional de Agricultura, la Preparatoria, la Escuela de Altos Estudios (iba ahĆ Alfonso Reyes), el Conservatorio Nacional (estaba JuliĆ”n Carrillo), la Academia de Jurisprudencia (que incluĆa a Francisco LeĆ³n de la Barra y Rodolfo Reyes), varios hospitales, la Escuela Nacional de Bellas Artes y de todos los periĆ³dicos.
En Puente de Alvarado, dicen las crĆ³nicas Sierra recibiĆ³ āel homenaje mĆ”s espontĆ”neoā por parte de la alumnas de la escuela primaria Dr. Coss que, vestidas de blanco y desde el balcĆ³n de esta instituciĆ³n, arrojaron āuna lluvia de flores y de risasā sobre la carroza.
Sobre la plataforma del anfiteatro de la Preparatoria se habĆa armado un gran catafalco formado por una pirĆ”mide truncada de metro y medio de elevaciĆ³n cubierta de paƱos negros, con cuatro pebeteros de bronce encendidos que lanzaban llamas azulosas en sus esquinas. En Ć©l se colocĆ³ el ataĆŗd de Sierra. Las paredes de todo el recinto estaban tambiĆ©n revestidas de paƱos negros. Sobre el catafalco pendĆa una enorme corona de laurel (en otras fuentes dice ācorona de encinoā) con el lema al centro de āpatria, historia, arteā. A los lados de la pirĆ”mide se colocaron dos grupos simbĆ³licos de mĆ”rmol que representaban el dĆa y la noche, copia de los que se encuentran en el sepulcro de Sixto V en la basĆlica de Santa MarĆa la Mayor de Roma.
Montaron una primera guardia de honor los alumnos de la Preparatoria, relevados a los 15 minutos por alumnas de la escuela comercial āMiguel Lerdo de Tejadaā. Todo el dĆa y la noche se sucedieron las guardias y desfilaron ante a los restos de Sierra miles de personas de distintas clases sociales. Dentro del anfiteatro y en uno de los patios de la Preparatoria se reuniĆ³ una cantidad inmensa de de ofrendas florales.
El martes 8 de octubre de 1912 a las 10:00 de la maƱana se llevĆ³ a cabo la ceremonia fĆŗnebre oficial. Miles quedaron fuera del edificio pues solo se permitiĆ³ su entrada con invitaciĆ³n (lo que provocĆ³ algunas molestias por parte del cuerpo diplomĆ”tico āen especial los ministros de Alemania y Cubaā pues los gendarmes que vigilaron la entrada no los conocĆan. El lugar de honor fue ocupado por el Presidente Madero, acompaƱado de sus ministros, gabinete y estado mayor. A sus lados se encontraba el cuerpo diplomĆ”tico y la familia de Sierra. Las delegaciones y decenas de niƱas ataviadas de blanco llenaron la graderĆa.
La ceremonia iniciĆ³ con el Nocturno no. 13 de Chopin, ejecutado por la Orquesta del Conservatorio Nacional (aunque algunas crĆ³nicas dicen que esta pieza se tocĆ³ al final). Julio GarcĆa Subsecretario de Relaciones leyĆ³ enseguida una corta oraciĆ³n fĆŗnebre, en la que delineaba la labor del maestro. Hablaron despuĆ©s tres oradores, uno por cada Poder: JesĆŗs Urueta en representaciĆ³n del Legislativo, Demetrio Sodi por el Judicial, por el Ejecutivo Pedro LascurĆ”in y por los deudos JoaquĆn CasasĆŗs.
Sodi āhablĆ³ del poeta, del historiador y del jurisconsultoā, ātodo bondad y sonrisasā, āque pronunciara aquella frase cĆ©lebre que aĆŗn palpita: āel pueblo tiene hambre y sed de justiciaāā.
Urueta habĆa compuesto su discurso āen una noche de lĆ”grimasā. En Ć©l celebrĆ³ el legado de su maestro: āNos quedanā¦ las lecciones de verdad y de belleza que nos dio su palabra religiosa y opulenta, las lecciones de virtud que nos legĆ³ su vida ejemplar y humildeā¦ā. ElogiĆ³ especialmente su obra sobre JuĆ”rez: āsu colosal retrato de JuĆ”rez, mejor dicho, su colosal escultura de JuĆ”rez ādel tamaƱo de JuĆ”rezā ā. Todo ello, decĆa Urueta, un āinmenso y resplandeciente tesoroā, pero que en aquel momento no brindaba consuelo por la pĆ©rdida: ānos consolarĆ”, no nos consuelaā¦ lo vemos a travĆ©s de las lĆ”grimas. Lo admiraremos maƱana, hoy no podemosā¦ Mucho es lo que ha dejado la vida, pero mĆ”s lo que se ha llevado la muerteā.
Con estas frases sentidas, Urueta logrĆ³ conmover a la concurrencia. SegĆŗn Vasconcelos: ā[Recordando la protecciĆ³n de Sierra] comparĆ”balo a la de aquel elefante de la India que vigila a los niƱos cuando juegan y los recoge con la trompa en el instante en que trasponiendo los linderos del jardĆn podrĆan ser presa de las fieras que vagan en torno. Urueta lloraba al terminar su discurso; el auditorio se conmoviĆ³ profundamente y Madero secĆ³ en pĆŗblico sus lĆ”grimas. Nada le debĆa a don Justo, pero rubricaba el esfuerzo del patriota que persistiĆ³ en su tarea no obstante el medio impuro que hubo de tolerar. La gente se sorprendĆa al ver al presidente llorando y no pocos siervos murmuraron: aquello era contrario a la dignidad del cargo.ā
La ceremonia concluyĆ³ con la Marcha Heroica de Saint-SƤens ejecutada por la Orquesta del Conservatorio (segĆŗn Vasconcelos, en Ulises Criollo, fue mĆŗsica del CrepĆŗsculo de los dioses, de Wagner, pero el autor comete varias imprecisiones en su narraciĆ³n del funeral). El presidente descendiĆ³ entonces hasta la plataforma y esperĆ³ a que el fĆ©retro fuera cargado a hombros de los deudos de Justo Sierra. A las 11:20 del dĆa la caja fue puesta en la carroza tirada por seis caballos conducidos por palafreneros. Encima de ella fue colocada una gran ofrenda floral enviada por la RepĆŗblica de Cuba. Al salir, una valla de gendarmes formaba dos filas y acompaĆ±Ć³ al cortejo por la calle de San Ildefonso hasta la Plaza de Santo Domingo En el trayecto, desde los balcones la gente arrojaba espontĆ”neamente flores a la carroza. Todas las delegaciones iban en la comitiva con sus vistosos estandartes.
En Santo Domingo, los principales concurrentes subieron a 25 tranvĆas que los llevaron por las calles de Monte de Piedad, 16 de septiembre, Dolores, JuĆ”rez, Bucareli y calzada de La Piedad, hasta llegar al PanteĆ³n FrancĆ©s. Muchos los seguĆan a pie. El presidente y su gabinete presenciaron el imponente acto y cuando el cadĆ”ver bajĆ³ a la fosa se descubrieron con respeto. El sepulcro se cubriĆ³ luego con cientos de ofrendas florales. Se sepultĆ³ a Sierra ābajo las hĆŗmedas coronas de la gratitud nacionalā, escribieron los diarios. El cortejo se disolviĆ³ a la 1 PM.
Las banderas de la ciudad lucieron ese dĆa a media asta. En muchos pueblos alejados de la capital tambiĆ©n se le rindiĆ³ tributo al Maestro. El diario El PaĆs pudo publicar en sus pĆ”ginas que āno se guarda memoria en MĆ©jico de funerales mĆ”s suntuosos, mĆ”s solemnes, mĆ”s sentidos que los funerales del maestro Justo Sierraā¦ā
Ingeniero e historiador.