Gilles Deleuze: centenario de un filósofo sin carné

El centenario de nacimiento del filósofo francés Gilles Deleuze (1925-1995) ha pasado desapercibido. Pero su legado provocador y socarrón es visible en la obra de poetas, cineastas y, por supuesto, pensadores.
AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

El 18 de enero se cumplió un siglo del nacimiento de Gilles Deleuze en París, acontecimiento que ameritaría una celebración singular: un despliegue de fuegos de artificio o al menos el lanzamiento de una bengala para alertar de que se es el último deleuziano en un enclave hostil. Para mi pasmo, no hubo luces para Deleuze. Olvidemos los ensayos conmemorativos: ni siquiera una mención en esas listas que enumeran aniversarios de toda laya sin criterio alguno. Como si la obra de este pensador, propositivo, precisamente, por su renuencia a ser constreñido, enseñado, aprehendido, no hubiera existido. Como si fuera culpable de yerros morales que justificaran su exclusión –yerros que, por otra parte, no impiden que se continúe celebrando la vitalidad del pensamiento de Jean-Paul Sartre o de Martin Heidegger, para señalar dos posiciones filosóficas vinculadas a sistemas totalitarios.

Ante tal lamentación, el lector acaso reaccione alegando que “ha perdido actualidad”, “su ilegibilidad lo condenó” o, peor aún, “a nadie le interesa la filosofía” y –más drásticamente– “es que en México no sabemos de filosofía”. Lo cierto es que, contra el prejuicio, Deleuze fue durante un largo lapso –desde los mismísimos años setenta hasta los albores del tercer milenio– no únicamente de los filósofos más leídos, sino acaso el de mayor influencia en las letras mexicanas. Mi propio encuentro deriva de esta circunstancia. En los setenta, en el suplemento La cultura en México, bajo la coordinación de Carlos Monsiváis, pero con la contribución de jóvenes escritores, entre los que recuerdo a Héctor Manjarrez, Jorge Aguilar Mora y, posteriormente, Sergio González Rodríguez, aparecieron traducidos ensayos o fragmentos de los libros de Deleuze, además de que su trazo era perceptible en la escritura de los mencionados y otros colaboradores de esa publicación insertada en Siempre!. Como si la lectura del autor de El anti Edipo fuera un rito de iniciación, también la cultivaba otro conjunto de autores, igualmente noveles, asociados con la crítica de la izquierda estalinista –¿habrá otra?–, el anarquismo o incluso la tradición liberal. ¿Sus nombres? Adolfo Castañón, Jaime Moreno Villarreal, José María Espinasa y José Luis Rivas.

Junto a la liberación que dicho discurso propició en aquella camada de ensayistas, algunos de sus conceptos fertilizaron nuestra poesía. ¿Cómo entender obras como Peces de piel fugaz (1977) y El ser que va a morir (1980) sin la influencia de Rizoma, libro del que Coral Bracho, autora de los poemas citados, tradujo la introducción en 1977 para la Revista de la Universidad? De hecho, como en el caso de los autores que serían clasificados como “neobarrocos”, términos como “rizoma” y “pliegue” serían determinantes para las nuevas poéticas. Por ejemplo, una gran parte del corpus de Rivas exige una lectura a la luz tanto de Nietzsche como de Deleuze, cuyas nociones de “cuerpo deseante” e “intensidades” acompañan, como noctilucas, esta travesía poética de raigambre vitalista.

Junto a la poeta de Bajo el destello líquido, otro de nuestros grandes deleuzianos fue David Huerta, cuya empresa mayor, Incurable, formula una crítica, desde el lenguaje, a la identificación entre mundo y palabra, al tiempo que asume al poema en una ebullición constante, un magma de devenires, donde el significado es más una alusión que un referente. Fue, de igual modo, uno de los lectores más acuciosos de Néstor Perlongher, cuya poesía asimiló conceptos como “devenir” y sobre todo la noción de “intensidades”, perceptible también en la de Huerta.

He mencionado ya a Adolfo Castañón, quien, si bien no acusa directamente la vocalización deleuziana, sí ha sido fiel a sus enseñanzas, según corroboran las abundantes menciones en sus ensayos y críticas. Sin embargo, con Jaime Moreno Villarreal –en cuya mirada ensayística sí encuentro el magisterio del autor de Mil mesetas– y Fabio Morábito escribió Macrocefalia, pieza inclasificable elaborada a tres manos, cuya intencionalidad era abolir la autoría, atentar contra el propio lenguaje y dinamitar las fronteras de los géneros, en la que hay asimismo resabios del esquizoanálisis.

Por su parte, Evodio Escalante reformuló el concepto de “literatura menor”, que Deleuze y Guattari habían acuñado en Kafka, y lo convirtió en “una literatura del lado moridor”; herramienta que le permitió desmontar la obra de José Revueltas.

Lejos de mi intención efectuar un recuento de los lectores del filósofo francés en México, pero esta recapitulación a vuela pluma estaría incompleta sin mencionar que, en los años noventa, la circulación de sus ideas se mantuvo en gran medida gracias a la crítica de poesía de Eduardo Milán, quien recurrió a nociones suyas para abordar poéticas disidentes –fue una época de floración de especies aberrantes–. Previsiblemente, gracias a esta lección crítica, el influjo deleuziano continúo en varios poetas, particularmente, en los jóvenes de entonces.

Retomo mi pregunta, ¿a qué se debe ese olvido de una efeméride tan rotunda? Según he argüido, no puede deberse a carencia de lectores mexicanos ni a escasa familiaridad con sus libros. ¿Será que los ensayos conmemorativos suelen ser más piezas del aleve periodismo y de la academia? Aunque sus términos parecieran retozar gozosos en un hábitat académico, son en realidad criaturas salvajes porque Deleuze, quien preconizó la huida como fundamento filosófico, continúo huyendo de la fácil asimilación. A diferencia de las fórmulas de muchos de sus contemporáneos, no son cartabones para que un profesor perezoso siga una serie de puntos y al cabo obtenga un mediocre trabajo de investigación; una actividad tan imitativa como pergeñar un dibujo escolar. Podría argüirse que, si bien en nuestros país ha sido leído por escritores, su auténtico legado está en la filosofía y en la teoría política y social. Y aun cuando algunos de sus conceptos como “micropolítica”, el ya citado “devenir, además de su crítica al Estado como estructura inmutable, sean relevantes para la discusión pública y la manifestación, lo cierto es que sus nociones circulan menos que la de su contemporáneo Michel Foucault.

Donde se aprecia mejor su actualidad es en la ascendencia que ha tenido en otros filósofos, como Judith Butler, y en la confrontación con su pensamiento, sea a través de la exégesis de discípulos como François Zourabichvili (El vocabulario de Deleuze); de continuadores polémicos como Slavoj Žižek (Órganos sin cuerpo); e incluso de pensadores antagónicos, como Alain Badiou (Deleuze). Nadie, sin embargo, como David Lapoujade, alumno suyo, autor de la monografía Deleuze, les mouvements aberrants (publicada en 2014 por Éditions de Minuit, la casa editorial de su maestro) y compilador de los últimos tres tomos de la bibliografía autorizada: La isla desierta y otros textos (2002), Dos regímenes de locos (2003) y Lettres et autres textes (2015).

Si he señalado que en México su legado tiene escasa repercusión, fuera de los casos literarios anotados, en Argentina, por el contrario, Deleuze continúa presente, desde las ediciones por editoriales como Cactus –que se ha dedicado a completar la bibliografía en castellano al traducir opúsculos complementarios a empresas mayores, como Nietzsche, una introducción que se le solicitó para una colección de iniciación a la filosofía y, particularmente, traducciones de sus cursos–, hasta la constante circulación de sus ideas en el ámbito académico y en grupos de acción política, lo cual no es extraño si recordamos que el propio Perlongher no solo asimiló a Deleuze para escribir poesía, sino para articular una perspectiva sociológica y política a la que recurrió para su activismo en favor de los derechos LGBT. Destaco la publicación en línea La Deleuziana, a cargo de un grupo dirigido por Julián Ferreyra que, además de discutir, investigar y difundir la obra del filósofo, ha aportado libros para su estudio, todos ellos de descarga gratuita.

Acaso esta sea la mejor explicación de por qué en nuestro país el centenario de este filósofo que, como un escapista, esquivó –pero transitó– todas las grandes escuelas de la filosofía francesa del siglo –el existencialismo, la fenomenología, el marxismo, el sicoanálisis y el estructuralismo– no ha sido recordado con el fasto que se festejan minucias: al ser un pensador del devenir, su obra es más una fuente de estímulos, de invitaciones a la aventura y a la creación, que un catálogo de términos clasificados y resguardados en un botiquín, como pastillas para aliviar dolencias específicas. Su mayor contribución tiene que ver con la actitud y no con un método. Mientras sea necesario oponerse a la clasificación, a la interpretación y a la univocidad de las lecturas exclusivas y canónicas; mientras el poder se disemine apropiándose de construcciones que se plantearon libres para terminar como cepos ideológicos –¿qué mejor ejemplo que las plataformas digitales y las redes sociales?–; mientras se requiera pensar como un tramado de multiplicidades y conexiones y no dentro de un cauce o un currículo, Deleuze estará a nuestro lado como una presencia socarrona que, entre clase y clase, intercala chistes y relatos cómicos. Cada que nos enfrentemos a cineastas como David Lynch o Apichatpong Weerasethakul o a filmes como Crímenes del futuro o La sustancia –que exigen su examen a raíz del concepto de cuerpo sin órganos, incluso en su conversión de órganos sin cuerpo de Žižek–, recordaremos sus enseñanzas. Este es el único auténtico legado al que un filósofo podría aspirar: inspirar, propiciar nuevas excursiones, incrustar cuerpos extraños en la espalda de un pensamiento; no importa que esas excrecencias alteren el corpus. “El genio de una filosofía se mide, en primer lugar, por las nuevas distribuciones que impone a los seres y a los conceptos” (Lógica del sentido). ~

+ posts

(Minatitlán, Veracruz, 1965) es poeta, narrador, ensayista, editor, traductor, crítico literario y periodista cultural.


    ×

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: