Arenas movedizas

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Guillermo Fadanelli

El hombre nacido en Danzig

Oaxaca, Almadía/Conaculta, 2014, 166 pp.

El hombre nacido en Danzig es la décima novela de Guillermo Fadanelli. Uno supone que conoce a la perfección su oficio. Ha conquistado, para bien y para mal, un estilo. Un estilo que encuentra en la degradación de la imagen una de sus claves recurrentes. Dice: “si me hubiera dedicado a escribir, ya habría terminado una enciclopedia sobre las mariposas”, y más adelante: “si veo volar un pato mis cálculos me dicen que vuela desesperado porque seguramente lo persigue un lagarto”, y más adelante aún: “Ahora dramatizo, sí, me disculpo, pero si no lo hiciera traicionaría a las letras, al arte y a los ñus africanos.” Mariposas, lagartos, ñus africanos. Fadanelli utiliza esta fórmula para quitarle peso a lo que quiere decir su narrador/protagonista. Rebaja la imagen, le quita gravedad, es cierto, pero la vuelve fútil. El giro dadaísta termina en cabriola boba. “Los árboles anclados en la acera daban la impresión de ser reales y las ratas miraban impacientes su reloj.” El iconoclasta de Lodo ahora rinde tributo a Cri-Cri.

Del mismo modo que Fadanelli busca rebajar la imagen, su novela en conjunto tiene el mismo propósito. Fadanelli es autor de cinco libros de ensayos. Pudo haber escrito un ensayo sobre la ruptura amorosa apoyado en citas de Séneca, Schopenhauer, Montaigne, Weinberger y Rousseau, pero en su lugar escribió esta novela –apoyado en citas de Séneca, Schopenhauer, Montaigne, Weinberger y Rousseau y de ¡Magic Johnson, el carismático jugador de basquetbol–. Para que nadie sospeche que su reflexión novelística aspira a escalar ninguna altura, introduce al basquetbolista. “Si en lugar de leer a Bergson o a Schopenhauer –le dice el Magic– hubieras dedicado más tiempo a domar el tiro desde las bandas no habrías desperdiciado tu oportunidad.”

La novela, género híbrido, permite que su muy delgada línea argumental dialogue con los pensadores mencionados, y que ese diálogo no sea intertextual sino explícito. Ventajas de asumirse como autor posmoderno. (En otra novela de estos días, y con mucho mayor fortuna, Álvaro Enrigue pone a dialogar, y a jugar tenis, a Caravaggio y a Quevedo.) No solo el autor recurre a Montaigne para hablar del amor y sus dolorosos vaivenes, lo presenta en sus páginas como un fantasma que de pronto se le aparece al protagonista y conversa con él. Le dice Montaigne: “Todavía estás en edad de conocer a tu María de Gournay. ¡Qué afortunado eres! Lo mismo le he dicho a Jorge Edwards y a otros escritores más jóvenes que él.”

Como ocurre con el tratamiento de sus imágenes, Fadanelli inserta a los filósofos, los hace hablar para sustentar una idea que le parece destacada, y de inmediato los degrada con salidas absurdas, como la referida de Montaigne. En el ensayo la cita “seria” habría servido para fundamentar un argumento. En la novela, el personaje de Montaigne (al igual que Séneca, Rousseau, Schopenhauer, etcétera) no tiene una función argumentativa sino cómica. A lo que se parece es a Humphrey Bogart aconsejando a un tímido amante en Sueños de un seductor y a Marshall McLuhan apareciendo unos segundos en Annie Hall, las dos escritas por Woody Allen.

Hay un centro: “Una mujer, Elisa Miller, me ha abandonado para siempre.” Sobre esa ausencia elabora Fadanelli su novela. Para entender ese vacío se vale de los fantasmas de los pensadores, en especial Schopenhauer y Magic Johnson. Con el mismo fin propone la estructura de una novela negra –con detective incluido– para buscar qué hace y qué piensa alguien que al final resulta ser el protagonista mismo. No hay misterio: la mujer se fue de su lado porque dejó de amarlo. Sí hay misterio: él no puede olvidarla, ni perdonarla, porque desde su ausencia dejó de ser quien era para convertirse en otro, en un ser vacío de alma y movido únicamente por la voluntad. “Los hombres somos mordisqueados y devorados por la Voluntad, ellos, nosotros, no somos la Voluntad, solo carne y fritangas para la Voluntad, pero no somos la Voluntad.”

¿Qué es lo que Guillermo Fadanelli no pudo contar en un ensayo, por más libre que este fuera? La irónica desazón de su protagonista, el tono cómico para narrar el desastre de una mala ruptura amorosa. La rabia que se vuelve chiste. El nihilismo diluido en una taza de café y un gruñido. Este es el estilo de Fadanelli. Para bien: no todos los autores son capaces de conquistar un estilo. Y para mal: como si se moviera en arenas movedizas, con cada gesto que hace, con cada nueva novela que publica, parece que se hunde en la más pura autocomplacencia. ~

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