Barroco filipino

La mujer con dos ombligos

Nick Joaquin

Pre-Textos

Valencia, 2023, 284 pp.

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Nick Joaquin (1917-2004) es el autor filipino en lengua inglesa más importante de su tiempo. La crítica filipina mantiene este juicio pese a que escribía contra la corriente: se le considera un escritor hispanófilo. También un nostálgico de la vieja Manila, de la colonia. Ambas son impresiones muy parciales. Perteneció a la primera generación de filipinos escolarizados en inglés, que hablaba con acento y redactaba con maestría. Autodidacta desde muy joven, vivió de su pluma, que dio interesantísimos relatos, como los escogidos para esta antología, teatro, poesía, ensayos, un par de novelas y un número indeterminado de productos periodísticos y de ocasión. Amaba el jazz y la cerveza –se le recuerda con una San Miguel en la mano–, era simpático y tuvo amigos de todas las persuasiones políticas; era profundamente religioso, de comunión diaria, amaba las viejas iglesias y la devoción popular. Nunca se casó. Cuando uno de sus sobrinos, autor de una breve biografía, narró la temprana muerte del padre de Joaquin, transmitió el diálogo, por verosimilitud, en castellano: papá ha muerto. Esta muestra de sus escritos es, salvo error, la primera que se imprime en esta lengua.

Puede leerse a Joaquin como a un noventayochista al otro lado del espejo del “desastre” en el que se miraron los escritores españoles, desastre postergado que para él se consumó en 1945, con la brutal destrucción de Manila. El medio siglo transcurrido desde el 98 aparece en su obra como un tiempo de fracaso que se desvanece sin fruto, que discretamente deplora como indigno. Cuando parece escribir con nostalgia de su querida Intramuros no le conmueve tanto su propia memoria como la de sus padres. Cuando busca en el pasado no es porque este fuera español, sino al contrario, lo español le interesa porque Manila un día lo fue. Se proponía entender qué significaba ser filipino cuando los Estados Unidos cedieron por fin la soberanía a las islas. De forma herética para los indigenistas, decidió que Filipinas no era nada antes de Legazpi; contra los aduladores de la modernización estadounidense, que la esencia del país era el catolicismo popular: aquello que había sobrevivido al anticlericalismo de los nacionalistas y al protestantismo de los ocupantes.

Luis Castellví, esmerado traductor, y Paula Park, que añade una útil introducción, seleccionan ocho piezas: seis cuentos y leyendas del periodo español y dos extensos relatos de posguerra. El vano entre ellos es el de la obra de Joaquin. Solo conozco un cuento del tiempo intermedio, uno que ampara la sospecha de indecencia: “Tres generaciones” (1940), una historia de estupro y violencia familiar. Pero el pasado reciente no está borrado, aparece como recuerdos de sus personajes, que se hacen vivos en el trato con ancianos tristes y ambiguas mujeres maduras, como en el relato que da título a este volumen (de 1949) o en su gran obra teatral Retrato del artista filipino (1951).

Al leer “La mujer con dos ombligos”, que muchos juzgan como su mejor cuento, hay que pensar en el hecho, casi tan fantástico como la historia, de que cuando lo escribía Joaquin era postulante en el monasterio de San Alberto de Hong Kong: un relato donde dos mujeres, madre e hija, compiten para seducir a un hombre, donde hay adulterio, un padre opiómano y música de jazz con un inolvidable “sonido bambú”. La historia, muy bien compuesta, transcurre en esa ciudad, durante un solo día en la vida de un grupo de filipinos de la diáspora, inquietado por la visita de unos turbulentos personajes manileños y por los recuerdos que evocan.

Por la originalidad y dificultad del asunto destaca “El progreso del peregrino yanqui” (1952). Los actores son una pareja de manileños, los Camacho, relacionados con una familia de Nueva Inglaterra con negocios en Filipinas, y un joven soldado estadounidense, tercera generación de aquella, al que terminada la guerra agasajan con una natural combinación de amabilidad, curiosidad e interés por mantener las relaciones. El joven solo aprecia interés y cree que la esposa se le insinúa, se ofende y los avergüenza profundamente. Más adelante el joven reexamina los hechos y sospecha haberse equivocado. Los Camacho se anticipan e intentan evitarle ese mal trago de una disculpa, solo que, al hacerlo, con su conducta de nuevo confirman la presunción de inmoralidad.

Aparenta ser un roce entre la mundanidad y el infantilismo de “querer ser tratado solamente por lo que uno es”, como “un bebé”. Pero en realidad los Camacho están en un plano moral igualmente profundo que el puritano, aunque “profundo” representa exactamente lo que quieren evitar en su trato, habiendo perdido a sus hijos bajo las bombas, habiendo “vuelto a la normalidad” con una consciente repugnancia por el retorno “a la corrupción de siempre”. Joaquin nos hace asistir a una desavenencia doméstica, fina, sin retórica política, entre cierta arrogancia moral ligada a lo que se llamó “sajonismo” y esa especie de latinismo oriental que para él es el cuño religioso de Filipinas.

Las seis leyendas y narraciones de asunto sobrenatural de este libro se han descrito como “gótico tropical”. Ese fue el título de un volumen de 1972 que las incluía a casi todas. Sin embargo, en la literatura gótica el catolicismo es un decorado grotesco (el culto a los muertos, las figuras sangrantes, las reliquias…) y su tono es en general displicente, mientras que para Joaquin la devoción y los misterios son majestuosos y admirables. Aunque aparezcan serpientes enjoyadas, anillos sumergidos, espejos mágicos y espíritus de ultratumba, tanto por el tono como por el tiempo específico que evocan los cuentos aquí representados son menos “góticos” que barrocos. Que diez años después compilara su teatro con el título de Barroco tropical lo interpreto como una revisión. Las ruinas de Manila no adornaban ningún jardín. En su teatro, como en “La mujer de dos ombligos”, oprimen el corazón de sus personajes y les obligan a mirar hacia otro lado. ~

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es profesor de sociología en la Universidad de Salamanca. En 2016 publicó La reforma electoral perfecta (Libros de la Catarata), escrito junto a José Manuel Pavía.


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