Christopher Domínguez Michael
La innovación retrógrada. Literatura mexicana, 1805-1863
Ciudad de México, El Colegio de México, 2016, 654 pp.
El siglo XIX de la literatura hispanoamericana gira, en mayor o menor grado, alrededor del movimiento romántico por influjo directo de lo ocurrido en las literaturas europeas de entonces. Hay que reconocer que nuestro romanticismo, salvo ciertas excepciones, como la del surgido en Buenos Aires y, tardíamente, en Colombia, no se distinguió precisamente por su originalidad o riqueza pues fue víctima de imitaciones postizas; por ejemplo, nuestro romanticismo cultivó una forma hechiza de “medievalismo”, que era algo, por supuesto, ausente de nuestra experiencia cultural. Aunque puede decirse, con bastante justicia, que hasta los albores del modernismo, nuestras letras del siglo XIX no tuvieron un rango estético muy alto; se produjo en cambio algo sustancial: el concepto de “literatura nacional” que todavía hoy sigue sirviendo como pauta para enjuiciar y ordenar nuestro proceso literario. Esto está conectado, a su vez, con la idea de que el proceso literario es una manifestación del espíritu nacional, lo que nos permite hablar de “literatura mexicana” o “literatura chilena”. El más claro ejemplo es lo que ocurre en el Río de la Plata, donde tenemos una interesante triangulación entre “El matadero”, del fundador Esteban Echeverría, el célebre Facundo de Sarmiento –un vasto ensayo en el que asistimos al nacimiento de una nación bajo la dicotomía de civilización o barbarie–
y el magistral Martín Fierro, que convierte al denigrado gaucho de piezas anteriores en un conmovedor héroe romántico.
Es fácil reconocer que el romanticismo mexicano no tiene, aparte de José María Heredia, fray Servando Teresa de Mier, José Joaquín Fernández de Lizardi y Guillermo Prieto (brillantemente examinados por Christopher Domínguez Michael en La innovación retrógrada), grandes figuras conocidas fuera de su ámbito. El gran mérito del crítico es el de haber dado a este periodo un tratamiento cabal y riguroso. De hecho, el autor comienza con una “antesala con el muy vetusto don Marcelino”, que es una de las páginas más originales del libro y de las más equilibradas que se hayan escrito sobre Menéndez Pelayo, un autor muchas veces vilipendiado por su visión de nuestra poesía que pocos parecen haber leído con ecuanimidad.
El más reciente libro de Christopher Domínguez Michael aparece así como un repertorio crítico de escritores mexicanos que merecían una relectura a fondo y un examen a la luz de nuevos hallazgos histórico-literarios. Aunque algunas de estas páginas forman parte de otros libros ya publicados por el autor, como su minuciosa y cautivante biografía crítica Vida de fray Servando (2004), la presente obra es algo más que un mero estudio de ciertos autores del primer periodo independiente de las letras mexicanas y valen como una verdadera historia literaria de la época decimonónica, que el autor pone bajo el membrete de “la innovación retrógrada”, título que con su connotación paradójica ofrece una buena síntesis de lo que fue ese siglo literario. Como ejemplo de las virtudes del tratamiento que hace el autor de los personajes que estudia tenemos el ensayo a propósito de Carlos María de Bustamante. A pesar de ser una figura totalmente desconocida fuera de México, Domínguez Michael le otorga un mérito singular en el proceso literario: “El milagroso mundo bustamantino, más allá del historiador, se basa […] en esa convicción maniquea, entonces a la vez retrógrada y moderna, es decir, romántica, de que el héroe solo puede ser un mártir y el historiador, el abogado de su causa.”
En el fondo, más que como un mexicanista o latinoamericanista, Domínguez Michael opera como un verdadero comparatista que abreva en otras literaturas, como la francesa o la inglesa, para esclarecer nuestro proceso. Algo que me parece digno de subrayar es que su estilo es a la vez accesible y riguroso, erudito y sutil, lo que hace del estudio de autores que hoy pueden parecernos peregrinos o poco amenos, personajes de una historia donde regresan a nosotros vivos y enteros. Cabe destacar que el autor es un autodidacta, lo que quizá lo libró de ser sujeto de los modos hoy comunes en el mundo académico o de sufrir la tentación de usar un lenguaje cargado de neologismos o clichés retóricos que muchos críticos suelen utilizar para sonar al día. Domínguez Michael prefiere ser personal y asumir los riesgos de serlo. Al leerlo sentimos que su idea de la crítica pone a prueba la gran virtud que José Martí señaló como un rasgo fundamental de esta: es sobre todo el ejercicio del criterio, un modo de pensar irreductible a cualquier otro. ~
(Lima, 1934) es narrador y ensayista. En su labor como hispanista y crítico literario ha revisado la obra de escritores como Ricardo Palma, José Martí y Mario Vargas Llosa, entre otros.