El arte de replicar

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Es inmensa la bibliografía sobre argumentación, retórica, diálogo, y sin embargo hay espacio para vivir la experiencia de encontrar una obra única. Es lo que me sucedió con el reciente libro de Adelino Cattani, a pesar de que tenía como precedentes sus libros Forme dell’argomentare. Il ragionamento tra logica e retorica (Edizioni GB, Padua, 1991) y Discorsi ingannevoli (Edizioni GB, Padua, 1995).
     Cattani es profesor de Retórica y Poética en la Universidad de Padua —Facultad de Filosofía—, y miembro de la International Association for the Study of Controversies, en cuya gestación tuvo un papel relevante. Ya en Forme dell’argomentare había abordado la diferencia entre demostración y argumentación, que es el enfrentamiento entre principios lógicos y principios retóricos. En este libro, que se presenta mejor en su título original, dada la frecuente confusión entre retórica y oratoria —favorecida además por el Cicerón perorante de la portada—, se lee que “en un debate […] no siempre vence la mejor tesis, sino la tesis mejor argumentada; no el discurso ‘correcto’, sino el correctamente expuesto; no la opinión más razonable, sino la más motivada”. Por definición, la universalidad está en razón inversa de la particularidad: lo que hace que la lógica sea válida para todos los hombres la aleja de cada uno de los individuos. Lo concreto del debate hace que la lógica descienda a un ámbito vital, y de aquí deriva que hayamos de tomar también en consideración normas como las de la cortesía, y no debamos contentarnos con lo que los términos de suyo significan (semántica), sino preocuparnos también de cómo suenan (pragmática), además de que no es relevante sólo lo que queremos decir y hacer, sino también lo que otros entenderán que queremos decir y hacer.
     Los primeros capítulos del libro se centran en un fenómeno que con frecuencia entra en conflicto con el ideal de exactitud: los discursos contradictorios entre sí que, sin embargo, se ha de admitir que son simultáneamente verdaderos. Es una experiencia de todos los días. Trátese de una debilidad o de una fuerza del lenguaje, el debate habrá de tener en cuenta este fenómeno, y todas las épocas, cada una a su manera, han elaborado instrumentos para enfrentarse con tal ambivalencia.
     La sustancia del capítulo 5 (“Cinco formas de debatir”) me era ya conocida en una versión anterior, presentada en Suiza hace algunos años en un congreso sobre el diálogo. Desde entonces, he tenido experiencia didáctica con este planteamiento ante diversos públicos y puedo decir que siempre ha sido claro el éxito. La tipología del diálogo (polémica, trato, enfrentamiento, indagación, coloquio), organizada según criterios bastante tangibles (tales como finalidad, relación entre los interlocutores, posible resultado y falacias típicas), les da concreción a los temas lógico-retóricos que, de lo contrario, se quedan en listas inacabables, quizá interesantísimas e incluso apasionantes y divertidas, pero que dejan en pie la cuestión de qué hacer con ellas en el calor del debate. Esta tipología las vuelve concretas, les da un nuevo orden y las ilumina —”las aterriza”, me dijeron una vez—, y se tiene así una idea de cómo manejarlas en la práctica.
     No falta en el libro una aguda exposición de cuestiones de procedimiento, las cuales pueden ser trampas, pero no necesariamente, y que en cualquier caso conviene conocer, al menos para no ser sus víctimas. Se trata de las cualidades del “perfecto polemista”, que abren pasajes de sumo realismo (los capítulos 6, “Técnicas y recursos”; 9, “Cómo mentir diciendo la verdad”; 12, “La manipulación retórica”). En el capítulo 7 (“El disputator cortés. Un código de conducta para la discusión cooperativa”) encontramos una serie de reglas ético-pragmáticas como “no te consideres infalible”; “atente a lo que crees cierto” ; “aporta las pruebas que se te piden”; “no eludas las objeciones”; “no deformes las posiciones ajenas”; “en presencia de elementos nuevos, acepta la reapertura del debate y la revisión del caso” . Ahora bien, “las reglas de la discusión real se encuentran muy lejos de esos principios normativos. Un disputador real puede no ser capaz de respetarlas porque le falte la habilidad o la oportunidad, o no estar dispuesto a ello porque le falte la voluntad. El abismo que separa la práctica efectiva de la discusión y el modelo ideal, por un lado, y la disparidad de las capacidades y los medios de los contendientes, por otro, son problemas de no poco calado. ¿Qué hacer? Sabiendo cómo va el mundo, conviene conocer no sólo las reglas del debate seráficamente limpio, sino también las del diabólicamente astuto”.
     No quisiera terminar sin decir una palabra sobre la bibliografía, que es copiosa sin llegar a asfixiar (trece páginas), y tiene el acierto de presentarse organizada con un criterio temático. Una mirada de experto como ésta, lanzada sobre esa bibliografía oceánica, es siempre de agradecer. ~

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