El libro, tras la duna, de Andrés Sánchez Robayna

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UNA FÉRTIL ANDADURA ESPIRITUAL            
     Andrés Sánchez Robayna, El libro, tras la duna, Pre-Textos, Valencia, 2002, 116 pp.      
      
     El libro, tras la duna abre un camino nuevo dentro del trabajo poético de Andrés Sánchez Robayna. Decir esto de un poeta cuya obra se ha caracterizado por una profunda coherencia interna puede traer equívocos. Maticemos: El libro, tras la duna abre un camino nuevo, pero en él también convergen y se expanden las preocupaciones y búsquedas que el poeta nos ha ofrecido en libros anteriores. Aun más: El libro, tras la duna es, por su esfuerzo evocativo y su intento totalizador, una propuesta espiritual de gran ambición, pero también de alto riesgo.
     Sánchez Robayna ha dicho que su poesía ha evolucionado de un estar a un ser. Y podríamos agregar: de un paisaje a un sujeto. Sus primeros libros (Clima, Tinta, La roca) sientan las bases de un territorio, de una geografía íntima. A través de una extremada economía discursiva el poeta conforma no sólo la mitología de un espacio insular, sino el lugar fundador de su canto. Por lo tanto este paisaje es una topografía pero sobre todo una mirada, la ventana desde la cual el poeta observa y es observado: el lugar donde nace su palabra.
     Sus tres libros siguientes (Palmas sobre la losa fría, Fuego blanco y Sobre una piedra extrema) están marcados por la reflexión del ser y del tiempo dentro del marco de un paisaje totalmente consustanciado al poeta. Siempre atados a esta topografía insular y espiritual, estos tres libros van desgranando poco a poco un ser. Un ser atravesado por el paisaje y continuamente interrogado por los enigmas de la composición poética.
     Con El libro, tras la duna Sánchez Robayna quiere ir más allá. Aquí la empresa poética tiene como objeto el sujeto, el sujeto histórico. Esfuerzos, esperanzas y deseos se enlazan a las exploraciones anteriores. Poema extenso y único, o conjunto de fragmentos interdependientes, El libro, tras la duna intenta la reconstrucción del sujeto y su esfuerzo se centra en una invención autobiográfica. De ahí que la memoria sea el verdadero protagonista de este libro. La memoria como invención, claro, pero también como fuerza dadora de sentido. Es como si, llegado a este punto, el poeta necesitara ordenar lo que en otros libros existe de manera rica y constelada. Como si extrajera de la plenitud de la contemplación estelar una cosmogonía propia. Para ello el poeta se sumerge en la noche de los tiempos, en la luz de la infancia, y ve allí el génesis de una vida espiritual y una experiencia estética:
     Y grabé en una piedra
     bajo los cielos cómplices
     la inicial de mi nombre
     para dejar señal
     de mi nombre y su secreto
      
     Esta acción genésica de la infancia, suerte de impronta cósmica o feliz signo del destino, abre la puerta a una especie de bildungsroman donde el poeta inicia su atenta vigilia y su andariego aprendizaje. Así asistimos, en primer lugar, al asombro ante la ascética naturaleza insular, "El rumor de los árboles/ y su texto infinito", y el universo visto como un alfabeto generoso y emocionado. El poeta en ciernes intenta leer como un alumno de Pitágoras el "silabario del cielo", intenta conocer, aprender, pero rápidamente advierte que a la luz del saber la acompaña una sombra. Esta sombra se identifica con una nube que señala continuamente las trampas del conocimiento. La "nube del no saber" sobrevolará los pasos del poeta y lo devolverá cada tanto al lugar ignoto de los comienzos, donde todo es asombro.
     Así, el poeta crece, conoce el deseo. Y el deseo se manifiesta como una "obstinación solar" y proyecta la imagen de la mujer deseada frente al volcán de la isla. La naturaleza, espejo deseoso, se erotiza y dialoga desde su materialidad sensual. Los cuerpos, desde su rotunda desnudez, intercambian sabidurías. El deseo como aprendizaje y trascendencia, comunión tan vital como metafísica: "El deseo del ser en la unidad/ Y la unidad de Dios resuelta en fuego".
     La andadura continúa y el mundo de la experiencia trae noticias de viajes, de encuentros, la estancia del poeta en Barcelona, sus años de formación, lecturas y autores se entrelazan a los poemas de este libro dejando huellas significativas: Stevens, Paz, Wordsworth, San Juan de la Cruz y otros colaboran en la escritura de algunos versos a través de un diálogo textual recíproco. De igual forma sucede con la pintura, donde algunos poemas parecen dedicados a Goya o a Tápies. Este vínculo entre pintura y escritura lo lleva Sánchez Robayna a límites extraordinarios donde la escritura de ciertos poemas parece obedecer a las palabras de Severo Sarduy: "escribir es pintar con las vocales".
     La historia y el horror de la historia, y de manera inevitable la reflexión sobre el mal y su reincidente banalidad, y por si esto fuera poco la problemática del otro y la reflexión acerca del ejercicio poético, son asuntos que también atiende El libro, tras la duna en un intento casi titánico de autobiografiar el complejo y vasto proceso de formación de un poeta, a través de un programa poético que quiere otorgar orden y estructura a experiencias tan significativas y enriquecedoras como disímiles.
     En El libro, tras la duna asistimos al trabajo de un poeta que nos tiene acostumbrados al buen gusto, pero también echamos en falta la claridad solar, la economía obsesiva y la materialidad exacta que asumía la palabra poética en libros anteriores. Celebremos el alto riesgo que ha corrido Sánchez Robayna al sumergirse en su propia historia e ir tras sus propias huellas, y esperemos nuevos ordenamientos y profundizaciones, quizás menos ambiciosos y totalizadores de su fértil andadura espiritual. ~

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