“El tigre, Emilio Azcárraga y su imperio Televisa”, de Claudia Ramírez y And

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Historia de un hombre complejo
Claudia Fernández y Andrew Paxman, El Tigre. Emilio Azcárraga y su imperio Televisa, Raya en el Agua-Grijalbo, México, 2000, 542 pp.

Como en las telenovelas, o como en los análisis de éstas, hay dos caras de este libro. Si se lee como reportaje, tiene aciertos: es entretenido, hace revelaciones, tiene tensión, crea expectaciones. Si se mira como una biografía (que como tal se reconoce —"biografía no autorizada", se presume en la contraportada—) es larga, confusa, incierta y no demuestra nada.
     La vida y obra de Emilio Azcárraga Milmo está contenida en 16 capítulos, 98 subcapítulos y un epílogo. Está estructurada a la manera de telenovelas: va de un asunto a otro aunque se rompa el orden cronológico, de la misma forma que puso de moda Carlos Olmos en Cuna de lobos. Esta estructura provoca caídas graves, y que muchos asuntos importantes se vuelvan tediosos, como casi todos los que se refieren a negociaciones, a asuntos monetarios o al relato de cómo se extendía el llamado imperio de Televisa y, en particular, el de Azcárraga.
     Al modo de las telenovelas, quiere ser picante, y entonces revela asuntos que caen en el mal gusto (como sus modelos): por ejemplo, insiste en la afición de Azcárraga por las jóvenes, y se mete en su vida privada revelando con quién tenía relaciones extramaritales (o más aún, que las hacía revisar por un médico para cuidarse de enfermedades venéreas); sin embargo, no entra en detalles y omite muchos nombres, aun cuando los insinúa. Son datos innecesarios y, además, tímidos.
     Para ser reportaje, a Claudia Fernández y Andrew Paxman les funciona el lenguaje, ágil la mayoría de las veces, e incluso es acertado al reproducir ciertos diálogos aislados en los que utilizan groserías para mostrar el retrato del patrón enérgico pero cariñoso, al cual un "cabrón" le funciona en ambos aspectos de esa personalidad.
     Da la impresión de que los autores fueron escribiendo capítulo a capítulo sin tomar en cuenta ni la cronología ni la lógica; las consecuencias son que muchos conceptos se dicen en diversas ocasiones, a veces con las mismas palabras, no como información cruzada, sino que cada vez se dice como si fuera la primera. Una consecuencia más grave es que nunca se profundiza en ninguno de los asuntos tratados, aunque en muchos de ellos se extiendan demasiado.
     Si lo vemos como biografía, los defectos son mayores: el libro carece de rigor, y esto se debe a la escasa bibliografía consultada, a la selectividad de las fuentes, a la carencia de archivos. Llama la atención que el libro trate de la vida y la obra de Emilio Azcárraga, que tres de los principales protagonistas se llamen Emilio Azcárraga, y que sin embargo ninguno de los entrevistados pertenezca a la familia Azcárraga —sólo el tercero, y no específicamente para este trabajo—, ni tampoco a los cuñados, los familiares cercanos; así, la obra es inicua. No se entiende que en el conflicto entre la manufactura de las telenovelas se le dé más importancia a uno de los implicados (Miguel Sabido) que a otros (Alonso y Pimstein, por ejemplo), y el resultado es un desequilibrio notorio. Pecaron de ingenuos, le creyeron a sus fuentes más cercanas, y no cruzaron la información.
     La bibliografía comprende sólo libros y publicaciones periódicas, pero no hay archivos personales, que siempre dicen mucho más, o de manera más reveladora. Pero incluso los libros están mal leídos. Por ejemplo, se habla de las investigaciones de Guillermo González Camarena y Salvador Novo, y cometen un error muy serio de interpretación. El famoso Informe Novo no aparece entre los libros consultados; si hubieran revisado La vida en México durante el periodo presidencial de Miguel Alemán hubieran aclarado sus dudas, y con el siguiente volumen de estas obras de Novo, el correspondiente a Ruiz Cortines, no afirmarían que los teleteatros eran malos ni que hayan sido antecesores de las telenovelas.
     Son tantos los errores acerca de la televisión y de sus programas que da la impresión de que los autores ni siquiera pensaron en lo que escribieron, mucho menos consultaron a la gente que vio o hizo los programas; se insiste, por ejemplo, en que a partir de una fecha los patrocinadores dejaron de hacerse cargo de un programa específico, pero nunca toman en cuenta El Club del Hogar, que no tenía uno sino muchos patrocinadores. También hay que reclamarles que no haya una sola mención a Enrique Alonso, creador de uno de los programas más memorables de la televisión mexicana.
     Pero no son las omisiones las peores imprecisiones, sino los equívocos; por ejemplo, Domingos Herdez no fue un programa de Manuel Valdés y no dicen que fue consecuencia de un programa matutino diario, Chucherías, casi con los mismos cómicos. Además, no fue creación de Pimstein, sino de Augusto Elías.
     Otros yerros, entre los muchos detectados: Timbiriche no es copia de Menudo, sino de Parchís; hay imprecisión en el cambio de Raúl Velasco del canal 8 al 2; el programa de Gómez Bolaños se llamaba El chavo del 8, y sólo después de la fusión del 8 con Telesistema y la creación de Televisa fue que se redujo a El chavo. Da la impresión de que antes de Jacobo Zabludovsky no había noticieros, y no hay ninguna mención a Ignacio Martínez Carpinteiro o a Jacobo Vela, y una sola a Ignacio Santibáñez, pero no como conductor de noticieros, sino como legislador. Está minimizada la importancia de Luis de Llano, uno de los pilares de la televisión mexicana. El Plan Francés (de Azcárraga, no de Vélez), a quien los autores dan mucha importancia, ni siquiera se llamó así, sino de Pago Anticipado, y tampoco se toca más que de pasada uno de los mayores errores de Azcárraga, cuando vendió tiempo de manera indiscriminada ante la competencia del canal 8, y que devino en uno de los periodos de mayor corrupción dentro de la empresa.
     Como remate, se debe apuntar que si el lenguaje funciona para reportaje, en cambio es descuidado, presuroso, inarticulado para un trabajo literario (se usa "desapercibido" por inadvertido, box o boxeo indistintamente, o el muy rebuscado "ante una mesa").
     El buen retrato psicológico de Azcárraga, algunas revelaciones (desperdiciadas, como por ejemplo la intermediación que hizo entre Salinas y Zedillo en un momento político crucial), se pierden ante las imprecisiones, que a lo mejor no son graves, pero sí muchas, con lo que se tiene la impresión de que es un trabajo apresurado, sin el rigor necesario para estudiar una vida y una obra rica en hechos, en contradicciones, en logros y yerros. –

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