Señalemos el gran acierto de este libro, el de ser una novela con una clara intención política. Todas sus páginas sirven a ello, lo persiguen de manera inequívoca, lo político constituye su razón de ser. No hay desatino, entonces, en una lectura que destaque esto de El vano ayer, novela cuya premiación en la decimocuarta edición del “Rómulo Gallegos”, acaso el premio literario con mayor prestigio de América Latina, suscitó un escándalo mayúsculo. Pero antes y para hacerle justicia, hay que comentar sus muy patentes cualidades formales.
Lo que cuenta, brevemente: en la España del tardofranquismo, cierto profesor de nombre Julio Denis se hace sospechoso de haber colaborado con la policía delatando a uno de sus alumnos, André Sánchez, cuyo apresamiento y desaparición (o muerte) siguen constituyendo un misterio años después. A dilucidarlo, y a elaborar de paso un amplio fresco de aquellos años, dedica Isaac Rosa las trescientas páginas de la novela organizada la narración en una pesquisa oscilante, que arma y rearma sus hipótesis a velocidad vertiginosa. Y pasada la mitad de libro, vemos moverse a sus personajes de manera cruzada: de claro o patente traidor, Denis, el profesor, pasa a víctima de una horrible confusión; mientras que el heroísmo del joven Sánchez, militante antifranquista, se desfigura al extremo terrible de caer él mismo bajo la sospecha de traición.
Convincentemente planteado este conflicto entre un joven y un adulto, un profesor por más señas, justo el tipo de adulto que, por tenerlo más cerca, por ser el representante de la adultez más a la mano, los jóvenes terminan juzgando con mayor dureza. Lo ven como un “fracasado” (impartiendo aburridas clases en la Universidad), ridículamente envejecido, ansioso (¿cómo la España actual?) de fáciles placeres. En la inmediatez del presente, olvidadas las grandes metas y sin que haga mella en él, en apariencia, la odiosa tiranía.
Sabiamente administrado el material novelístico, con una prosa entendida y domeñada, Isaac Rosa nos presenta un “modelo para armar”, invita al lector a valerse de las mismas armas con que él intenta avanzar en su pesquisa: indagación documental, sueltos periodísticos, entrevistas a viejos testigos del caso, reseñas eruditas de oscuros libros, todo un capítulo de una escapista novela de quiosco y, para redondear el cuadro, la cruzada de Franco contada en castellano antiguo. El resultado: una muy lograda inserción del dato histórico, amalgamado sin saltos con el material propiamente novelístico.
Y esto, que es un grande elogio, apunta al mayor defecto de este libro: más una crónica para iniciados, una suerte de reportaje del pasado, que la indagación de una condición universal. El lector ajeno a aquella experiencia querría un abordaje menos detectivesco, una entrada más profunda en la experiencia humana. Pero sería otro libro. Y no me cabe duda que El vano ayer es el libro que Isaac Rosa tenía en mente: político, provocador, indagativo. En alguna entrevista ha hablado su autor de “franquismo latente”, de “la corrupción moral, la perversión del lenguaje, el atraso social y cultural” que busca fustigar en su novela, remplazar la muy en boga hoy imagen “pop” del tardofranquismo que, sin embargo, “torturó y mató hasta el final”.
La actitud tremenda de quien se alza en puntillas para señalar ciertas faltas (muy graves) a sus mayores, echarles en cara su pasividad, su grisura, el compromiso. Todo el libro como un largo reproche lanzado al “colaboracionismo” adulto: ¿Por qué jamás se dijo nada? ¿Se protestó con mayor fuerza? Tal profesor, antipático o gris, ¿qué habrá hecho o qué no hizo bajo el franquismo, cómo se comportó? Y, quizá lo más importante, ¿adónde fue a parar tanto asesino, tanto torturador? ¿No andan aún entre nosotros? ¿Cómo hemos permitido que aquello (“el vano ayer”) se convierta en esto (“un mañana vacío”)? ¿Hemos cerrado los ojos y, lo que es peor, llegado al colmo de pintar el pasado con no oculta nostalgia? Tanta pasividad, tanto conformismo, ¿cómo se explican?
Ahora bien, cerrado el libro, no he podido menos que pensar en esto: que es falsa la dicotomía que plantea. Bajo un régimen dictatorial nadie es sólo traidor o héroe, delator o víctima, ninguna de esas categorías (falsamente) encontradas. Se puede ser sin que haya contradicción alguna en ello todas esas cosas, las cuatro a la vez. Lo que no quita que la indagación sea válida, pero sí, en cierto sentido, también pueril, como las cavilaciones de un niño que no logra hacerse una idea exacta de la vida sexual de sus padres.
La perplejidad de alguien a quien se le escapa lo vivencial. Fácil desenmascarar a tanto delator o “chivato” que todavía anda por ahí; fácil calificarlo, llamarlo por todos sus nombres (todo un capítulo dedicado a ello), elaborar la lista, publicar sus señas. Lo terrible es entender cuánto se delata y se informa en un régimen así, lo que constituye la materia de un libro como Informe contra mí mismo del cubano Eliseo Alberto, donde queda descrita la apabullante masividad del fenómeno, que no se reduce a hombres malos, dañinamente perversos. La “banalidad del mal” en su lugar, la perversión de un régimen, el envilecimiento en que termina sumiendo a todo un país. Más dignos sus ciudadanos de conmiseración que de condena.
Dicho esto, cabe aclarar que si éste es su punto más débil, también aquí, en esta suerte de juicio en papel, radica el aporte más valioso de este libro. Brillantemente presentado en sus páginas lo que habría sido ese ejercicio de dilucidar responsabilidades, de hilar fino: una catástrofe. Ajuste de cuentas, condena bíblica, que la España del postfranquismo pospuso sabiamente para nunca.
Para mí, que nací y me crié en un ambiente muy similar al que el joven Isaac Rosa sólo conoce (¡y qué bueno!) de oídas, el libro tiene una lectura más; ¿cómo será juzgado el pasado de la Cuba actual por un joven nacido, pongamos, en el 2002, a pocos años del fin del castrismo, cuando quiera que esto ocurra? ¿Logrará entender cuál fue la vida entonces? ¿De cuántos y minúsculos compromisos estuvo tejida? ¿Sabrá reconocer en sí mismo las trazas de los males que con toda razón fustigará, pero heredados e injertos de manera casi indefectible en su propio lenguaje, en sus más íntimos mecanismos mentales?
Aventurar que este talante de literatura “comprometida”, que hurga en la llaga (lo que hace, repito, con gracia y brillantez que lo ennoblece), fue lo que interesó al jurado de un “Rómulo Gallegos” bolivariano, sería especular. Argumentar que es la novela de un autor joven, sin méritos para un premio de tanto prestigio, me parece ocioso: no lo consideraron así, y con todo su derecho, los miembros del jurado. No deja de haber mucha ironía en que una novela que pinta las terribles consecuencias de un equívoco se haya visto sumida ella misma en inquisición semejante: se ha visto al joven Isaac Rosa acompañado sospechosamente de castristas, se lo ha escuchado hablar a favor de la Revolución Cubana, pecados estos que, fuerza es decirlo, no figuran en página alguna de su libro. –
(La Habana, 1962) es escritor y traductor. Anagrama publicó en 2007 su novela 'Rex'.