Tratamos de entender lo que ocurre. Buscamos explicaciones. La historia no es cíclica y lo que ahora vivimos no había pasado antes. Ni es pendular (“a lo malo sigue lo bueno”, porque nos ha tocado ver que a lo malo puede seguir lo peor), ni se organiza por generaciones que destruyen, consolidan, construyen y vuelven a destruir. Se tratan, las anteriores, de estrategias racionales para atemperar el horror de lo nuevo.
Lo cierto es que el elemento esencial de que está hecha la Historia (lo humano) es limitado y limitadas son sus combinaciones. Por eso creemos descubrir que esta escena del presente se parece a cierto episodio del pasado. Por eso, porque buscamos explicaciones que nos hagan pensar que todo tiene un orden y no vivimos una sucesión de acontecimientos caóticos, cada vez que una democracia languidece y despunta el rostro del fascismo, creemos recordar que esto de ahora se parece a algo ya visto.
A Jacobo Dayán y a Enrique Krauze lo que ahora estamos viviendo les ha recordado la república de Weimar. Krauze publicó un par de extensos e interesantes ensayos sobre Max Weber, la fugaz revolución democrática de Múnich en 1919 y el experimento social que significó Weimar. Dayán publicó un libro, República de Weimar. La muerte de una democracia vista desde el arte y el pensamiento (Taurus, 2023), igualmente interesante.
La Primera Guerra Mundial significó el fin de los imperios alemán, austrohúngaro y otomano. Si nos sorprenden los cambios de nuestro tiempo, los de hace un siglo fueron en verdad devastadores. Cambiaron fronteras, cayeron reinados, todo lo que parecía sólido se deshizo en el aire, para decirlo con Marx. Con los imperios desapareció la cultura que los sustentaba. En Alemania el desplome del imperio vino acompañado de la humillación de la derrota, de los exorbitantes pagos de compensaciones a los vencedores, de hambre y dolor extremos. El objetivo del Tratado de Versalles era impedir que Alemania se levantara de nuevo. La asfixia económica detonó un convulso periodo de agitación social en donde demócratas, anarquistas, revolucionarios, radicales de extrema izquierda y derecha se disputaron violentamente el poder. Una frágil república democrática se forjó mediante coaliciones parlamentarias inestables. Los que pugnaban por el poder diferían en todo menos en una cosa: la demolición de la democracia. Para conseguir su sobrevivencia, los gobiernos civiles se apoyaron en los militares y en los grupos paramilitares de extrema derecha. Los crímenes políticos y la inseguridad (cebada especialmente en contra de las mujeres) recrudecieron. La inflación se disparó a extremos no vistos antes. Es el periodo oscuro que retrató Bergman en El huevo de la serpiente.
En paralelo, mientras la sociedad vivía tiempos convulsos, el arte y el pensamiento florecieron como quizá solo antes había ocurrido en el Renacimiento. Berlín se convirtió en la capital cultural del mundo. Los cambios en literatura, pintura, música, danza, cine, teatro, arquitectura y diseño fueron espectaculares. Con la firme convicción de estar viviendo una etapa inédita en la historia, los artistas dieron rienda suelta a su creatividad. Todo se puso a examen, no solo en la política y el arte, sino en los terrenos de la ciencia. Nunca como en ese periodo Alemania se destacó en nuevas teorías y descubrimientos científicos. Surgieron literalmente miles de periódicos y revistas. La agitación fue política, artística, social, moral e intelectual. ¿Cómo fue posible que uno de los periodos más extraordinarios para la cultura y la inteligencia perdiera su intensa vida democrática y diera paso al fascismo y la barbarie? Podemos pensar, como llegó a plantearlo George Steiner con absoluto pesimismo, que la barbarie no fue la negación de la cultura sino su culminación. El esplendor cultural de Weimar derivó en Auschwitz.
El “espíritu” (la idea) de Weimar nació el 9 de noviembre de 1918 y murió el 30 de enero de 1933, cuando Hitler fue nombrado Canciller de Alemania. Ese mismo año se abrió el primer campo de concentración (Dachau) y se promulgó la Ley Habilitante, que eliminaba la división de poderes y le daba a Hitler amplios poderes legislativos.
Al caos político, la efervescencia social, el descontrol económico y la explosión creativa en las artes y las ciencias siguió una larga noche, la del nazismo, que había presagiado Max Weber en Múnich en 1919: no le esperaba a Alemania “la alborada del estío sino una noche polar de una dureza y una oscuridad glacial”.
Son muchas las causas que llevaron a Alemania al encuentro de su destino de destrucción y fuego. Las explora con detalle Jacobo Dayán en su libro. La principal quizá fue el mal cálculo de los vencedores de la Gran Guerra al asfixiar económicamente a Alemania. La desesperación llevó al resentimiento y este se convirtió en sed de venganza, revestida de motivos nacionalistas y raciales. Luego, la encarnizada batalla por minar, desde todos los frentes, la consolidación de la democracia. Enrique Krauze, en su ensayo “El realismo trágico de Weber”, ha analizado cómo predominó en esos años, en sus políticos enfebrecidos, la ética de la convicción por encima de la ética de la responsabilidad. Todos querían a su modo modificar radicalmente la sociedad, sin importar las consecuencias. El frágil gobierno alemán, temiendo el contagio de la revolución soviética, buscó el apoyo del Ejército y consintió la actuación de bandas paramilitares de la ultraderecha. Los enfrentamientos políticos, que arrojaron miles de muertos, eran cotidianos. El tráfico y consumo de drogas estaba a su máximo nivel. La extraordinaria cultura alemana del momento exaltaba el pesimismo y la muerte. Muy pronto la inestabilidad condujo a la búsqueda de su contrario: la figura fuerte, el Caudillo capaz de entender y conducir al Pueblo, el hombre que vengara la afrenta de Versalles.
Jacobo Dayán escribe sobre Weimar para entender lo que pasa en el mundo (el ascenso del populismo), con el énfasis puesto en México. En ese sentido, el libro de Dayán es un libro de advertencia. Señala lo que pasó en Weimar porque distingue en el caso mexicano elementos comunes, como el debilitamiento de la democracia, el control político de la justicia, el militarismo, los feminicidios, el tráfico de drogas, el etnonacionalismo.
El libro de Dayán, dedicado al examen del ascenso y caída de la República de Weimar, sufre constantes interferencias para exponer el caso mexicano. El ángulo que eligió Dayán para su análisis de Weimar fue el de la cultura y las artes. De qué modo presagió y acompañó la sensibilidad artística y la inteligencia el espíritu de Weimar. Para ser consecuente con su planteamiento, Dayán quizá debió de examinar las artes y la cultura en México, para saber si algo anticiparon y de qué forma han acompañado el desmoronamiento de la democracia y el ascenso de la militarización. En vez de eso, hace continuos altos en su exposición para referirse a México. A la vista de lo que ocurre hoy en nuestro país, son interferencias necesarias y oportunas.
La responsabilidad de lo que sucede en México no es toda de los populistas. Los gobiernos de la transición, cuando comenzó en el 2000 la alternancia, decidieron no romper con el pasado sino continuarlo. “Jamás se llevó a cuenta a las fuerzas armadas, ni al Poder Judicial, ni a la clase política de mediados y finales del siglo XX que perpetró crímenes y mantuvo un régimen autoritario”, escribe Dayán.
Asistimos a la destrucción sistemática de la democracia en México. No sabemos bien a bien qué es lo que venga. Desde todos los frentes (gobierno, oposición, prensa, empresarios) se hicieron esfuerzos para minar la democracia o, en todo caso, para no defenderla. Con un gobierno “ebrio de ideología” y una oposición “vacía”, fuimos cediendo diariamente espacios al militarismo y a la delincuencia, es decir, a las opciones de fuerza. Como si ya no importaran nada la deliberación y la razón.
Pareciera que la cúpula y las bases morenistas, en su afán de deshacerse de los vestigios del sistema de la transición (el pacto de la derecha panista, el pragmatismo priísta y la izquierda perredista) pactaron con los militares otro tipo de transición, ahora hacia la instauración de un sistema autoritario.
Los gobiernos autoritarios, salvo aquellos que se imponen mediante las armas, no muestran su verdadera naturaleza de la noche a la mañana. Se trata de un lento proceso de degradación. Escribió Víctor Klemperer sobre lo que sucedió en Alemania: “Es asombroso cómo colapsa todo de manera tan sencilla”. Medida a medida por encima de la ley. Desacatos. Politización total de la justicia. Lo justo es lo que diga mi partido. Y no lo que diga la ideología de mi partido sino los intereses –materiales y de poder– de la cúpula de mi partido.
Las masacres se han vuelto cotidianas. Ahora mismo, al escribir estas líneas, en Sinaloa el crimen organizado lleva más de cuarenta días aterrorizando a la sociedad. Y Chiapas está al borde de la guerra de todos contra todos. “Las ideas humanistas están muriendo, al mismo tiempo casi nadie pone atención en los derechos humanos. La civilización marcha, en todos los frentes, con indiferencia y menosprecio por la vida humana”, sostiene Dayán.
Hemos normalizado el horror. A eso se debe añadir el tránsito a un nuevo sistema autoritario y el regreso al poder de un Trump reforzado. Cometimos un gran error: no defender lo suficiente la democracia. Ahora tendremos que enfrentar las consecuencias. Una idea de lo que se nos viene encima podemos atisbarla en La república de Weimar, de Jacobo Dayán, un libro necesario. ~