Historia de la literatura hispanoamericana, de José Miguel Oviedo

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Un corpus envidiableJosé Miguel Oviedo, Historia de la literatura hispanoamericana, cuatro tomos, Alianza Editorial, Madrid, 2001.La Historia de la literatura hispanoamericana de José Miguel Oviedo aparece como un libro de referencia para los estudiosos y académicos pero es, sobre todo, como quería mi adolescencia, una apasionante novela cuyos personajes principales son las letras hispanoamericanas, sus paisajes y sus achaques. Sobra decir que José Miguel Oviedo se ha enamorado previamente de sus paisajes y personajes, y que en su exposición advierte la amorosa debilidad que tiene por esas heroínas, no siempre respetadas (es decir: leídas) como se merecen, que son las letras hispanoamericanas.
     La obra aparece además en un momento significativo. Se diría que un ángel de la guarda vela junto a la literatura hispanoamericana para que nunca le falte un historiador, pues la Historia de la literatura hispanoamericana de José Miguel Oviedo se publica luego de que haya fallecido Enrique Anderson Imbert (1910-1999), el benemérito historiador de nuestras letras a quien resulta ineludible comparar con José Miguel Oviedo.
     Nacido treinta años después, José Miguel Oviedo es al igual que Anderson Imbert, su predecesor, un hábil forjador de caracteres y medallones. Pero, a diferencia de Anderson, es más teórico y conceptuoso, más prudente y selectivo. Trata a los autores, como él mismo dice, con mayor amplitud aunque disminuya el número de autores incluidos. Y más conceptuoso: quizá uno de los atractivos novedosos de la obra de Oviedo sea su voluntad de construcción y argumentación conceptual. Esto le permite, como en el caso de la Colonia y de la literatura prehispánica, armar cautelosas exposiciones que luego redundarán en beneficio de la comprensión de los textos y las épocas.
     Si una historia es comparable a una tragedia con su unidad de tiempo, espacio y acción, cabría decir que la historia literaria de Oviedo transcurre en el tiempo de la secularización y la modernización, que sus escenarios son primordialmente las letras mexicanas, las peruanas, las puertorriqueñas, las argentinas y chilenas (hay comparativamente menos autores del Caribe, de Venezuela y de Colombia) y que la acción que está en juego en este drama de las fábulas, las canciones y los manuscritos es un ir y venir entre la lealtad a unas hormas y convenciones formales y una porosidad, si no es que una voracidad histórica. Con este vaivén quiero decir que, aunque la historia de Oviedo pueda aparecer como una historia políticamente correcta y aun a veces romántica, la exposición no deja de transpirar cierto clasicismo: el museo literario ha sido armado (afortunadamente) por un curador convencional. Sí, la de Oviedo es una historia de libros y autores individuales y singulares; todavía no entran por las ventanas los sujetos colectivos: las revistas, las antologías, las empresas. Tampoco el cine, el radio y la TV, aunque para comprender las letras del fin del siglo XX sea necesario recurrir a la clave de los medios de comunicación. Además, hay que decir que la de José Miguel Oviedo es una historia acusadamente contemporánea, ya que si los cuatro volúmenes cubren más de quinientos años de expresión escrita, literaria y poética, los siglos previos a la Colonia, los tres siglos de virreinato y los albores de la emancipación se recapitulan solamente en un volumen; el siglo XIX casi íntegro, del romanticismo al modernismo, y el ocaso del XIX y el XX reciben la generosa parte del león, pues el volumen III inicia con Horacio Quiroga, López Velarde y Tablada y concluye con Onetti, Carpentier y Zalamea, mientras el iv inicia con Borges, Bioy, Felisberto Hernández y Virgilio Piñera y concluye con la chilena Diamela Eltit y los mexicanos Aguilar Camín, Villoro, Boullosa y Domínguez, entre otros. Llaman la atención algunas ausencias mexicanas: Alejandro Rossi, Marco Antonio Montes de Oca, Enrique Krauze. La contemporaneidad de la historia delineada por José Miguel Oviedo, el acusado "narcisismo epocal" que diría el pertinaz lector, no sólo se refleja en el hecho de que por así decir el siglo XX ocupa prácticamente dos volúmenes, el XIX uno y los tres siglos de virreinato y las letras precolombinas ocupen sólo uno, sino también, y sobre todo, en el ejercicio constante de una perspectiva histórica y cultural que rompe la exposición estrictamente textual y el encadenamiento crítico que hace sucederse a los textos con ingredientes históricos, biográficos, documentales produciendo un didáctico y animado —a veces abigarrado— caleidoscopio crítico. Tal sesgo hacia y desde lo contemporáneo se advierte, por ejemplo, en la libertad que permite a Oviedo detenerse en el cómic incaico de Huaman Poma de Ayala, contrastar la visión de los vencidos y de los vencedores a través del examen de las relaciones indígenas y de los textos de los cronistas y, más acá, rescatar por ejemplo al chocante Chocano en su calidad de icono magnético y pendenciero de las letras hispanoamericanas o, en fin, introducir en el texto paisajes sobre la escritura extraliteraria de un Ernesto Che Guevara o de una Rigoberta Menchú. Por cierto, quienes extrañen la ausencia de algún pasaje sobre la prosa traviesa de Rafael Guillén Vicente, alias el Subcomandante Marcos, pueden en cambio encontrar cierto alivio en la enjundiosa exposición que hace José Miguel Oviedo de Eduardo Galeano y su (no tan) "nueva visión de los vencidos".
     La contemporaneidad de la historia de José Miguel Oviedo se discierne asimismo en su lectura de la geografía literaria hispanoamericana: el relato de la historia literaria hispanoamericana como una suma de historias nacionales se disuelve en beneficio de una lectura regional. Esta es quizá una de las novedades de la obra: la construcción de una fábula de las regiones, como la llamaría Alejandro Rossi. Región mexicana, región andina, región rioplatense y las regiones de tránsito que serían Colombia, Venezuela, el Caribe. Esta lectura regional permite al autor exponer cómo los procesos literarios obedecen a un régimen de vasos comunicantes y exhibir hasta qué punto Hispanoamérica funciona en lo literario y artístico como una sintaxis cultural: "todo esto es mi país", diría Sebastián Salazar Bondy, y Alfonso Reyes haría ver que Hispanoamérica y su cultura no es, no puede ser sino sistema de vasos comunicantes, inteligencia recíproca: sintaxis. Otros indicios del talante decididamente contemporáneo de la historia de Oviedo son la presencia de las mujeres y la atención a la historia como materia y condición de la literatura. Los medallones y retratos de Sor Juana, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Teresa de la Parra, Rigoberta Menchú o Elena Poniatowska —en quien por cierto convergen las redes problemáticas del "segundo sexo" y la sustancia corrosiva del testimonio histórico— son ejemplo de esa porosidad o proclividad hacia la literaria guerra de las musas, para evocar un título de Oviedo. Valery Larbaud diría "La brigada de las amazonas". Y aun en esta "brigada" cabría reclamar a Oviedo que confunda las jerarquías y ponga, por así decir, en el mismo escalafón a la exigente Rosario Ferré y a la mimética Isabel Allende. El capítulo sobre Rodolfo Wash, David Viñas y Oswaldo Soriano es un indicador de esa atenta atención hacia los conflictos de la letra y el cetro, la fábula y la guerra. Otro indicador de contemporaneidad es el diálogo continuo que establece entre las obras y autores del pasado (la literatura indígena de los incas, Sor Juana, Juan Ruiz de Alarcón, el Martín Fierro) y las lecturas y críticas de que estos autores y obras han sido objeto por parte de los propios escritores hispanoamericanos como J. M. Arguedas con los indígenas, Ruiz de Alarcón con Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, Sor Juana con Octavio Paz, el Martín Fierro con Ezequiel Martínez Estrada y Jorge Luis Borges. Y esa sería otra aportación novedosa de José Miguel Oviedo: la voluntad de leer la literatura hispanoamericana desde las lecturas hechas en Hispanoamérica.
     Gracias a esa voluntad quizá no sería difícil discernir entre las líneas de esta historia los elementos de una teoría literaria hispanoamericana, de la cual la obra de Oviedo sería museo y práctica. Una de las constantes de esa teoría entrelineada aquí sería el diálogo entre la cultura popular y la cultura, si no aristocrática, sí cosmopolita y urbana. Ese diálogo recorre la obra de Oviedo y tiene una columna vertebral en las diversas exposiciones que sobre el tema de los hombres de a caballo —para evocar a Alfred Weber, Luis González y González y David Viñas— y los hombres de acción se dan a lo largo del libro: de los cronistas españoles a Sarmiento, Martín Fierro, los realistas rioplatenses como Acevedo Díaz y Javier de Viana —por cierto, entre las páginas mejor logradas de la obra—, Ricardo Güiraldes y su Don Segundo Sombra, la novela de la Revolución Mexicana hasta llegar a Carlos Fuentes —uno de los autores más ampliamente leídos y tratados por José Miguel Oviedo— y los propios Jorge Luis Borges, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez. –

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(ciudad de México, 1952) es poeta, traductor y ensayista, creador emérito, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y del Sistema Nacional de Creadores de Arte.


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